TUXTLA GUTIÉRREZ, MÉXICO — Sentada en el restaurante de su hermana en Tuxtla Gutiérrez para apaciguar el calor del mediodía, Ricarda Jiménez Tevera prepara una flor de cuchunuc recién cortada para cocinar. Más tarde, la flor será parte de platillos típicos como quesadillas o tamales, pero por ahora Jiménez Tevera está pensando en otra cosa.
“Nunca me he vacunado, yo no creo en las vacunas. Estamos acostumbradas a tomar hierbas. Mucha gente no se va a vacunar”, señala contundentemente Jiménez Tevera, de pelo canoso atado en una cola de caballo.
Jiménez Tevera dice que el gobierno trata de engañar a la gente. El COVID-19, enfermedad causada por el coronavirus, en realidad es una neumonía, dice, a pesar de no haber evidencia científica. Y antes de eso, era bronquitis.
“Le van cambiando nombre, pero es la misma”, añade.
El escepticismo de Jiménez Tevera hacia el COVID-19 se refleja por todo México. El país tiene el cuarto saldo de muertes por COVID-19 más alto del mundo (detrás de Estados Unidos, Brasil e India). Pero al combatir la pandemia, se enfrenta a un público muy suspicaz que desconfía de las instituciones gubernamentales en general, y de los centros de salud pública en particular.
Según la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental 2019, alrededor del 37% de la población mexicana no confía en los hospitales públicos.
La falta de confianza en el sistema de salud pública en México se remonta a décadas atrás, explica el Dr. Humberto Cravioto Portugal, director del Hospital Básico Comunitario de San Juan Chamula, centro de salud pública de un municipio indígena en el estado meridional de Chiapas.
Algunos centros de salud no tienen medicinas o cuentan con muy pocas. Otros solo cuentan con pasantes para consultar a pacientes. Y puede tardar semanas conseguir una cita.
Cravioto Portugal dice que a veces, en un centro de salud pública, “ni siquiera hay quien abra la puerta, o está cerrado”. Entonces si alguien llega, “¿qué pasa? No hay nadie que lo atienda. El sistema de salud se ve como algo que no es bueno, como algo que no es de calidad”.
México comenzó la campaña de vacunación en diciembre. Hay cinco alternativas disponibles y, para finales de junio, casi 20 millones de personas habían recibido la vacunación completa, aproximadamente el 15% de la población.
Pero el escepticismo ha fomentado el rechazo hacia las vacunas contra el COVID-19. Por ejemplo, en las comunidades indígenas de Chiapas, el temor y la resistencia hacia la vacunación ha aumentado, a la par del uso de medicina alternativa para prevenir y tratar el COVID-19.
Las estaciones de radio transmiten mensajes en idiomas tsotsil y tseltal en las comunidades indígenas de los Altos de Chiapas, mientras las autoridades y el personal de salud invitan a la población a vacunarse. Sin embargo, la población ignora el llamado; tienen miedo.
“Pues aquí en Aldama no se va a vacunar. Se ha visto en las noticias que muchos van y fallecen, entonces eso hace dudar para que uno se vacune”, comenta Silvia Santiz López, originaria de Aldama, un municipio indígena de Chiapas.
Marcos Arana Cedeño, investigador en ciencias médicas, dice que las personas expertas aseguraban que los pronósticos para las comunidades indígenas en el contexto de la pandemia serían catastróficos debido a las condiciones de precariedad, la falta de agua y el hacinamiento, pero no fue así. Las estadísticas del gobierno muestran que, de los más de 2 millones de casos de COVID-19 en México, menos del 1% se presentaron en pueblos indígenas.
Típicamente, estas comunidades se basan en plantas y hierbas para prevenir y tratar el COVID-19. Lucía Pérez Santiz, de 56 años, aprendió a utilizar la medicina tradicional desde pequeña. Pérez Santiz, quien pertenece a la comunidad tsotsil, usa plantas locales, como la hoja santa, para tratar el COVID-19.
Ella dice que las personas tienen miedo a vacunarse contra el COVID-19 porque desconocen cómo se hicieron las vacunas, sus ingredientes y su origen. La medicina tradicional es alentadora y familiar.
“El COVID-19 se cura según los síntomas que tenga la persona. El síntoma más grave del COVID-19, es el miedo a la muerte, el miedo a lo desconocido”, comenta Pérez Santiz.
La Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas acepta los beneficios de la medicina tradicional en general, y dice que puede ser útil para tratar el COVID-19, pero exhorta a realizar pruebas estrictas de la eficacia y los posibles efectos secundarios de estos tratamientos.
Coni López Silva, educadora popular en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, consume dióxido de cloro para prevenir el contagio del coronavirus. Explica que es una sustancia que funciona como antibiótico de amplio espectro que aporta oxígeno a las células para defender al organismo.
La Organización Panamericana de la Salud, entidad regional que pertenece a la OMS, no avala el tratamiento con dióxido de cloro ni con otras sustancias con base de cloritos para el COVID-19. Según la OPS, “no hay pruebas de su efectividad, y la ingesta o inhalación de estos productos podría causar efectos perjudiciales graves”.
La renuencia hacia la vacuna ya se veía en Aldama a principios de abril. Unos días antes de que se programara el inicio de la vacunación para el 8 de abril, el personal de salud local les preguntó a grupos de residentes cuántos pensaban acudir a vacunarse. La respuesta: nadie.
A las 9 a.m., un equipo de integrantes de la Guardia Nacional y personal médico llegó al amplio y bien iluminado Centro de Salud con Servicios Ampliados para vacunar a las personas mayores de 60 años, pero no había filas.
Para la 1 p.m., solo una persona había ido a vacunarse.
Algunas personas deben salir de su pueblo para ir a vacunarse. A Crisóforo Cruz Torres, de 77 años y originario del municipio indígena tsotsil de Chenalhó, sus parientes lo llevaron a San Cristóbal de Las Casas porque la gente de Chenalhó no quería que instalaran centros de vacunación en ese lugar.
“En Chenalhó nos dijeron que no iban a vacunar, pero nunca nos dijeron por qué, entonces me preocupé y trajimos a mi papá”, dice Concepción Cruz Aguilar, hija de Cruz Torres.
La desconfianza en las instituciones públicas ha alimentado un falso conflicto entre la atención médica moderna y la medicina tradicional, señala Cravioto Portugal, el director del hospital en San Juan Chamula. Ambas partes pueden aprender una de la otra.
“Nosotros debemos aliarnos a las formas que tienen [las comunidades indígenas] de curarse, así podemos fortalecer ambos tipos de medicina”, afirma.
Adriana Alcazár González es una reportera de Global Press Journal con sede en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.
Mar García es una reportera de Global Press Journal establecida en la Ciudad de México.
Marissa Revilla es una reportera de Global Press Journal que vive en San Cristóbal de Las Casas, México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.