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Trabajadores de México optan por no dedicarse al trabajo de campo por jornada

Conforme las opciones se multiplican, las y los jornaleros abandonan los largos traslados, la baja remuneración y las precarias condiciones de vida del sector agrícola.

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Mexican Workers Opt Out of Agricultural Day Labor

Lilette A. Contreras, GPJ México

Cada año, una gran cantidad de habitantes de Maguarichi se va de casa para buscar trabajo de temporada en granjas y huertas de otras partes del estado de Chihuahua.

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MAGUARICHI, MÉXICO — Cada año, Artemio Montenegro Montaño dejaba a su familia en el idílico pueblo de Maguarichi, asentado entre las barrancas y voladeros de la Sierra Tarahumara. En su pueblo no se podía encontrar trabajo, así que Montenegro y otros hombres de Maguarichi buscaban en otras partes del estado como trabajadores de temporada en huertas y granjas.

En todo México, alrededor de 3 millones de personas trabajan como jornaleras de campo. Una gran parte son migrantes locales que se ven en la obligación de trabajar para productores agroindustriales en el norte porque no tienen tierras propias o porque las que tienen no son suficientes para subsistir. Cerca de una cuarta parte de estas personas — tres veces la proporción a nivel nacional — habla una lengua indígena, como Montenegro, quien es rarámuri. Chihuahua, que produce la mayor parte de las manzanas, nueces, algodón hueso y cebollas en el país, así como grandes cantidades de duraznos y sandías, depende de la mano de obra de temporada, tanto del propio estado como de otros como Guerrero y Chiapas.

No obstante, desde 2020, esta forma de vida, afianzada en la migración de temporada, está cambiando en pueblos como Maguarichi.

“Mi hijo ya no sale a trabajar”, dice María Enriqueta Montaño Rivas. “Ahora que sí llovió se puso a sembrar maíz y frijol con su papá y se acaba de inscribir al apoyo de Sembrando Vida. Ya le llega su dinerito”.

Montaño se refiere al programa insignia del presidente Andrés Manuel López Obrador que busca encarar la pobreza rural y la degradación ambiental mediante la incentivación de la agroforestería. La iniciativa, que fue implementada en Chihuahua en 2020 y cuenta hoy con 20,000 personas beneficiarias, se enfoca en la población rural mexicana que se encuentra debajo del umbral de la pobreza y que posee 2.5 hectáreas de tierras. Cada participante recibe un pago mensual de 6000 pesos mexicanos para cultivar árboles o plantas en sus tierras con el objetivo de rehabilitar el medio ambiente.

Lilette A. Contreras, GPJ México

María Enriqueta Montaño Rivas, fotografiada aquí en su casa de Maguarichi, dice que se alegra de que sus hijos — uno de ellos es Inocente Montenegro Montaño, quien aparece en la fotografía con su familia — ya no tengan que irse del pueblo por largos períodos.

Si bien las madres como Montaño están felices de tener cerca a sus hijos — “No es vida para una madre estar lejos de un hijo”, dice — las granjas industriales afrontan una grave falta de trabajadores.

“Se van a las maquilas, al narco. Algunos se van con contrato a Estados Unidos”, dice Arnulfo Ordóñez, un apicultor del estado. “Pero ahora el colmo es que los que quedaban disponibles reciben los apoyos federales y ya no vienen a trabajar”. Maquilas es como se les llama a las maquiladoras, fábricas de propiedad extranjera en el norte de México, donde a la gente se le paga salarios bajos por ensamblar piezas importadas para fabricar productos de exportación. La problemática se ha vuelto tan preocupante para el sector, dice Ordóñez, que se abordó durante una reciente reunión del Consejo Estatal Agropecuario. (El Consejo no respondió a las solicitudes de comentar sobre el tema).

Las y los propietarios de granjas dicen que desde el comienzo de la pandemia del coronavirus, en particular desde las cuarentenas que obstaculizaron los traslados, han tenido dificultades para encontrar jornaleros y jornaleras. La escasez se ha vuelto más marcada conforme más hogares obtienen beneficios de Sembrando Vida. “Ellos ya reciben un dinerito seguro”, dice Cornelius Letkeman Banman, un productor de algodón. “Aunque es poquito dicen, ‘Pues ya tengo esto. Mejor aquí me quedo y no trabajo’”. Ordóñez, quien también tiene granjas apícolas en Aguascalientes, Michoacán y Yucatán, comenta que hay problemas similares en esos estados. Sembrando Vida no opera en Aguascalientes.

La Secretaría del Trabajo y Previsión Social de Chihuahua asegura que no estaba al tanto de esta problemática en el sector agropecuario del estado.

Quienes tienen granjas en su haber insisten que ofrecen un pago competitivo a las y los jornaleros. Mundo Mendoza, quien dirige una huerta de manzanas en Cuauhtémoc, dice que la remuneración diaria de 400 pesos es más alta que la que ofrecen muchos otros trabajos en la ciudad, pero que puede ser menos atractiva porque no ofrece prestaciones. Además, el trabajo es temporal. Jesús Bustillos Carrillo, quien la pasada temporada de cosecha trabajó en una huerta de manzanas y ahora es guardia en una bodega en la ciudad de Chihuahua, concuerda en que la paga era buena pero que está buscando un trabajo que dure todo el año.

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Lilette A. Contreras, GPJ México

Blas Millán Rascón (a la derecha) y Héctor Manuel Rascón, beneficiarios de Sembrando Vida, posan para un retrato afuera de su casa en Maguarichi.

Según la Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, una organización a favor de estas personas, solo el 3% de quienes tienen trabajos de temporada reciben contratos por escrito. La gran mayoría trabaja en la informalidad, sin acceso a prestaciones legales ni seguridad social. A menudo, las condiciones de vida son pésimas: espacios reducidos, insalubres, sin ventilación ni agua potable. Además, las plagas son un problema frecuente. En entrevistas con Global Press Journal, estas personas describieron albergues construidos como almacenes, con paredes de cemento, techos altos de lámina y cientos de camas tan cerca que parecían estar pegadas. María Cruz, de 50 años, quien trabaja como recolectora de manzanas con Virginia, su hija de 20 años, describió que vivían en habitaciones que costaban 30 pesos la noche, compartidas entre 10 personas y sin camas.

Las tasas de ocupación se han reducido recientemente, dice Félix Chávez, administrador de un albergue para trabajadores migrantes en Cuauhtémoc. “Este año hubo días y semanas que estaba muy vacío”, afirma. “Ya no están viniendo como antes. Están trabajando en sus tierras y no en las de otras personas”.

Margarita Núñez, representante local de Sembrando Vida en Maguarichi, donde 204 de las 1302 personas residentes son beneficiarias, dice que no todo el mundo está conforme con el programa. El trabajo es extenuante: cada día, a quienes viven en Maguarichi les toma cerca de dos horas recorrer 4 o 5 kilómetros a pie hasta sus tierras. Por cada día que falten al trabajo, incluso por enfermedad, se deduce 150 pesos de su pago mensual.

“No todos están contentos con el trabajo, pero lo prefieren porque no quieren irse”, dice Núñez. Núñez nunca trabajó en las huertas de manzanas, a diferencia de otras personas de Maguarichi; era empleada de una maquila en Chihuahua, donde las jornadas eran casi igual de largas pero el trabajo se hacía en interiores y no había que soportar los elementos. Aun así, volvió después de un año. El anhelo de estar en casa con la familia era demasiado fuerte.

Lilette A. Contreras es reportera de Global Press Journal, y se encuentra en Cuauhtémoc, México.


NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN

Gerardo Velázquez, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.

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