TEOTITLÁN DEL VALLE, MÉXICO — En marzo, Procoro Ruiz pasó todos los días en el campo, en un tractor rentado sembrando calabaza, maíz y nopales. Ahora que ya pasó la temporada de lluvias, inspecciona sus cultivos todas las mañanas y espera la cosecha. Este es el trabajo de su infancia, la labor que dio sustento a sus antepasados durante siglos.
Ruiz, de 50 años, y su familia elaboraron productos textiles de lana por cuatro décadas. Pero la pandemia del coronavirus provocó un golpe económico tan duro que ha transformado la manera en la que él y el resto de las personas del pueblo se ganan la vida.
En el caso de Teotitlán, en el estado de Oaxaca en el suroeste de México, eso ha significado el regreso a las raíces: las raíces de sus campos.
“Cuando yo tenía 10 años, al contrario, el campo era nuestro principal trabajo y el tejer era solo un pasatiempo. Mi papá nos enseñó a trabajar en el campo y ahora, con la pandemia, he regresado a trabajarlo”, explica Ruiz.
Teotitlán del Valle, con una población de 5,784 habitantes, es un ejemplo de cómo el coronavirus está reconfigurando las bases económicas de los pueblos de México, sobre todo de aquellos que históricamente han importado productos básicos, como los alimentos.
Esos pueblos recurren de nuevo a la tierra para producir y consumir los productos básicos, señala el economista Abraham Paz, jefe de la oficina de la presidencia municipal de la ciudad de Oaxaca de Juárez, la capital del estado de Oaxaca.
Hace algunas décadas, Teotitlán, que se encuentra 28.5 kilómetros al sureste de Oaxaca de Juárez, era un pueblo tranquilo con calles sin pavimento, burros y caballos, toros y borregos. Sus habitantes vivían en casas de adobe de un solo piso, en su mayoría equipadas con letrinas en lugar de baños. La gente obtenía el agua de los ríos cercanos. Se desplazaban en carretillas o a pie.
La agricultura le dio forma a la vida social y económica del pueblo. Todos los días, a la hora de la comida, las familias vecinas compartían los alimentos que habían cosechado en sus campos. Sembraban maíz, frijol, chícharo, rábano, trigo y distintos tipos de calabaza, e intercambiaban su producción por huevos y otros productos, como la lana.
Hasta finales de la década de 1970, alrededor del 35% de la población de Teotitlán trabajaba en los tejidos. Luego, los comerciantes estadounidenses comenzaron a pedir tapetes de lana de Teotitlán para vender en su país, y la industria se detonó. Con el tiempo, los y las fabricantes de textiles de Teotitlán comenzaron a vender a nivel mundial. Al final, cerca del 90% de la población en edad de trabajar se dedicaba a tejer a tiempo completo.
La industria cambió al pueblo. Al desaparecer la agricultura, la población dependía de los pueblos cercanos para abastecerse de alimentos. Teotitlán se convirtió en una atracción turística, visitado por turistas de todo el mundo que iban a comprar los tejidos.
En marzo, la pandemia del coronavirus llegó. Las personas vendedoras de alimentos de los pueblos vecinos ya no pudieron entrar a Teotitlán, ya que las autoridades querían contener la propagación del virus. Al mismo tiempo, el mercado de productos textiles del pueblo se restringió para quienes residen en Teotitlán o se cerró. El turismo se vino abajo.
“De mayo a [septiembre] todos nuestros viajes se suspendieron”, explica Rómulo Moreno, quien maneja una agencia de viajes en la ciudad de Oaxaca de Juárez, a una distancia de 40 minutos en auto desde Teotitlán.
Añade que fue hasta octubre cuando comenzó a llevar turistas de nuevo, y solo en grupos pequeños.
El fabricante de textiles Félix Contreras, de 27 años, tiene una tienda en la calle principal de Teotitlán, pero la ubicación no le sirvió de mucho. Dice que sus ventas cayeron un 80%.
Ruiz, que forma parte de una cooperativa de 10 familias, dice que las ventas habían crecido durante cinco años consecutivos, pero después de la pandemia no vendieron prácticamente nada en ocho meses. Ruiz se encontraba en California por motivos de negocios en marzo, cuando comenzaron las restricciones por el coronavirus. Se había reunido con clientes que iban a hacerle un pedido.
“Mientras estaba allá todo cambió, no pude ver a nadie, se canceló la venta y desde que regresé, decidí sembrar”, apunta.
La familia de Ruiz es propietaria de 13 hectáreas, y ahora utiliza 5.5 de ellas para sembrar diversos cultivos, entre ellos, el maguey, que se usa para elaborar el mezcal.
Contreras también se volvió agricultor. Se juntó con su papá, su mamá y sus hermanas para limpiar la tierra y sembrar maíz, frijol y calabaza en las 2 hectáreas de su padre.
Juan Contreras, de 69 años y sin parentesco con Félix, ha trabajado mucho tiempo tanto en el tejido como en la agricultura. Hace algunos meses agregó calabaza, tomate, rábano, calabacita, chilacayote y garbanzo a otros cultivos en sus 2 hectáreas. “Ahora que observo que la situación del coronavirus se prolonga y para estar prevenido, decidí hacer un pozo para agua en mi terreno”, cuenta.
Ahora, los campos que alguna vez fueron improductivos se llenan de actividad, y las mujeres vuelven a la horticultura y a la crianza de aves de corral. Las yuntas, un equipo de dos bueyes enganchados que trabajan juntos la tierra, han vuelto al escenario.
Antiguos métodos agrícolas encuentran nuevo valor en medio del cese de actividades
Haga clic aquí para leer el artículoA mediados de diciembre, el pueblo tenía 23 casos confirmados de COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus. Como la clínica de Teotitlán no realiza pruebas de COVID-19, las personas deben viajar a Oaxaca de Juárez para hacérselas. Pero muy pocas lo hacen.
Más de 60 personas del pueblo han muerto este año, pero solo una fue diagnosticada de manera oficial con COVID-19. Debido a la falta de pruebas, no está claro cuántas vidas ha cobrado la enfermedad.
El coronavirus no ha hecho fácil la agricultura para la población de Teotitlán. Primero, con la preocupación de infectarse del virus, la gente se quedaba en su casa y tenía miedo de ayudar en el campo.
Con el tiempo, se acostumbraron.
“Al no haber ventas de textiles, los anuncios en la radio para ofrecer hortalizas y comida aumentaron; se diversificó de manera rápida la comunidad”, explica Edison Hipólito, encargado de la radio del pueblo. “Diversificarse es una salida hacia su tranquilidad”.
Ena Aguilar Peláez es una reportera de Global Press Journal con base en el estado de Oaxaca.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés. Haga clic aquí para obtener más información sobre nuestro proceso de traducción.