BUENOS AIRES, ARGENTINA — Lo que María Campos extrañaba más era el abrazo tanguero. Dos bailarines, entrelazados como una cuerda trenzada, girando sobre el suelo en una armonía sin palabras. Para los tangueros es tan elemental como respirar. “Mucha gente grande se ha ido para arriba, no de COVID sino de pena, por no poder bailar”, dice.
El tango nació en Argentina y es embajador internacional de este país de 45 millones de habitantes. Aun así, el coronavirus ha demostrado ser un gran adversario. El tango se nutre de la intimidad, de los cuerpos y respiraciones entrelazadas. El virus también. Durante 18 meses, hasta septiembre, el Gobierno prohibió los eventos de tango o milongas, lo que ocasionó el cierre de espacios de tango, vació los estudios de baile y canceló las competencias. Incluso ahora, bailar bajo techo requiere un certificado de vacunación.
La pérdida fue tanto económica como emocional. La industria del tango emplea a cerca de 10,000 bailarines y bailarinas, y especialistas en diseño de vestuario, música y coreografía. En una encuesta de la Asamblea Federal de Trabajadores/as del Tango, casi todas las personas encuestadas dijeron que no habían recibido ayuda gubernamental. Quienes dirigen la industria temen que la cultura del tango no se recupere.
Campos es presidenta de la Asociación de Maestros, Bailarines y Coreógrafos de Tango Argentino. A principios de la pandemia, la experimentada tanguera intentó dar clases por Zoom, la plataforma de videoconferencias, pero se dio cuenta de que era prácticamente imposible. Luego de unos meses, la cantidad de estudiantes disminuyó, y tuvo que buscar otras fuentes de ingresos. Hasta hace poco, trabajaba como gerente en el restaurante de hamburguesas y pizzas de su esposo.
El tango proviene de la música y las costumbres africanas, criollas y europeas, que se mezclaron en los barrios populares de Argentina y Uruguay en el siglo XIX. Gabriel Soria, presidente de la Academia Nacional del Tango, cuyo objetivo es preservar su herencia cultural, dice que su popularidad se disparó en la década de 1940, junto con el auge de las orquestas de tango, y en la década de 1980, con el popular musical de Broadway, “Tango Argentino”. El tango sigue siendo relevante, dice, porque cambia con la sociedad, al igual que un bailarín ajusta su paso a una nueva pareja. Las letras del tango hablan de lamento y amor, pero también de las dificultades que se presentan en la vida diaria.
Antes de la pandemia, el tango era una de las principales atracciones turísticas de Buenos Aires, la capital del país. Los peregrinos internacionales del tango tomaban clases, compraban coloridos trajes y exhibían sus movimientos en decenas de milongas. En el interior, anillos de parejas giran en sentido contrario a las manecillas del reloj durante horas, a menudo al ritmo de un bandoneón, un instrumento similar al acordeón, y bajo una teatral iluminación roja. Hay milongas para bailarines y bailarinas mayores, queer, o para quienes quieren el tango con un toque de “rock and roll”.
Los salones de tango también son centros sociales que ofrecen cocteles y cenas. La pandemia los dejó vacíos. “Todos los que tienen un espacio de tango tuvieron que seguir pagando los alquileres sin actividad. Por eso han cerrado tantos y los que quedaron están al rojo vivo de deudas”, señala Julio Bassan, presidente de la Asociación de Organizadores de Milongas.
Leonardo Calvagna trató de aguantar. El bailarín dirigió el renombrado Club Rivadavia en Buenos Aires durante 16 años. “Yo lo que sabía hacer era esto, me crié en un lugar para bailar”, cuenta. Pero para marzo de 2021, todavía pagaba el alquiler, la luz y el agua del club sin ingresos ni ayuda por parte del Gobierno. No tuvo más remedio que cerrar. Algunos clientes antiguos todavía lo llaman y le preguntan cuándo reabrirá el Rivadavia.
En agosto, Buenos Aires otorgó 16 millones de pesos argentinos ($152,000) que se dividieron entre aproximadamente 100 clubes, asociaciones y salones de tango, pero Bassan dice que, para muchos, apenas alcanzó para cubrir un mes de gastos. Menos de la mitad de los lugares de la ciudad han vuelto a abrir. El Ministerio de Cultura de Buenos Aires no respondió los pedidos de entrevista.
Los clubes son solo las bajas más destacadas. Por ejemplo, dice Bassan, la pandemia redujo drásticamente la cantidad de negocios de ropa y calzado de tango en Argentina, de 85 a 15. El turismo internacional, el alma de la industria, sigue siendo una fracción de lo que era. Unos 210,000 visitantes llegaron por vía aérea el año pasado, frente a los 3 millones de 2019. “Yo creo que el tango de a poquito va a ir muriendo después de esto que pasó”, afirma Calvagna.
Activistas exigen la representación afroargentina en la currícula escolar
haga clic para leerPara evitar eso, los líderes de la industria presionan al Gobierno para que cree un instituto de tango dirigido por el Ministerio de Cultura del país. Según lo previsto, ofrecería ayuda financiera a lugares de tango y bailarines y bailarinas profesionales, y promovería el tango a nivel nacional para impulsar el negocio hasta que regrese el turismo internacional. En abril se presentó un proyecto de ley para la creación del instituto y está avanzando en el proceso legislativo.
“El mundo quiere bailar tango: los rusos, los italianos, los turcos están fascinados con el tango, tan fascinados que nos lo están robando”, lamenta Campos, al referirse a las escuelas de tango que esos países han creado. Ella teme que, ante la falta de apoyo estatal, Argentina quede relegada y pierda su reputación como capital mundial del tango. El Ministerio de Cultura del país no respondió a los pedidos de entrevista.
Mientras tanto, Daniela Inglese ha reinventado una y otra vez su negocio en Buenos Aires, Arte DeColibries. Inglese y su esposo confeccionaban vestidos y trajes de tango, sobre todo para bailarines y bailarinas profesionales y turistas del extranjero. Cuando los salones de tango quedaron a oscuras, intentaron vender ropa interior, indumentaria deportiva, remeras y bolsas de lona, cualquier cosa para sobrevivir. “Uno lo hace para mantenerse en el rubro y para no caerse, pero hoy por hoy no se puede vivir del tango”, dice Inglese.
A Inglese le fue mejor que a otros artistas de tango que conoce, quienes subsistieron con alimentos donados o tuvieron que volver a vivir a casa de sus progenitores. Aun así, cuando Argentina volvió a bailar tango, Inglese tenía una deuda de $5,000 con familiares, amistades y proveedores, una suma inmensa para ella. Quiso volver a confeccionar vestidos de tango, desesperadamente, pero no pudo; las telas cuestan demasiado.
Lucila Pellettieri es reportera de Global Press Journal, radicada en Buenos Aires, Argentina.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.