BUENOS AIRES, ARGENTINA — Unos pocos clientes recorren sin prisa ni entusiasmo los pasillos de un supermercado en el barrio de Boedo. Después de mirar con resignación los precios, se acercan a la línea de caja con uno o dos productos: algún paquete de arroz, una botella de aceite, un sachet de leche. De regreso a casa la bolsa de compras ondea con el viento, casi vacía.
Los precios, que ya estaban al alza —el país lleva más de una década con los precios subiendo al menos 25% al año—, se dispararon en Argentina a partir de diciembre de 2023, cuando asumió la presidencia Javier Milei, político libertario que ganó la elección con la promesa de reducir impuestos, cortar gastos públicos y erradicar la corrupción. En diciembre, la inflación fue del 25,5%, y en enero del 20,6%. En febrero, el índice fue del 13,2%, lo que marca una desaceleración en la escalada de precios. No obstante, la suba acumulada en los últimos tres meses es del 71,33%.
En su primer mes de gobierno, Milei devaluó en 50% el peso argentino, y derogó, por decreto, la ley de abastecimiento. Esa ley permitía al estado controlar precios y regular la cantidad de exportaciones, asegurando así el abastecimiento del mercado interno. El 14 de marzo, ese decreto fue rechazado en el Senado argentino, pero sigue vigente en tanto la Cámara de Diputados no vote su veto.
Las medidas repercutieron directamente en los precios, impactando gravemente el consumo. Las ventas minoristas cayeron 25,5% en febrero respecto al mismo mes del año anterior, según la Confederación Argentina de la Mediana Empresa, una asociación que reúne más de 400 mil empresas.
La situación dista mucho de la que se vivió los días previos a la asunción del nuevo presidente, con familias enteras vaciando las góndolas de los supermercados mayoristas antes de los aumentos de precios que se preveían. “Me arrepiento de no haber comprado más”, admite Cecilia Caputo, docente, mientras repasa los alimentos que le quedan almacenados en su casa.
Este contexto exigió que, como Caputo, muchas personas pusieran en práctica sus propias estrategias para tratar de proteger su poder adquisitivo y hacerle frente a la inflación.
Stockeando comida
Algunas personas, como Rocío Suárez, trabajadora de un comedor comunitario, y Matías Ponce, operario en una fábrica de cuerina, trataron de stockearse.
“Compramos por cantidad porque no sabemos qué va a pasar”, dice Suárez, madre de cinco hijas. Ponce, su pareja, dice que espera que, tal como anunció el nuevo presidente, los primeros seis meses de su mandato sean difíciles.
“No nos alcanza, pero ojalá [que] con este presidente mejore. Tenemos que tenerle fe, porque si le va mal a él nos va a ir mal a nosotros y nos vamos a cagar de hambre”, dice Ponce.
Comprar de más antes de los aumentos permite sobrellevar mejor la crisis, explica Caputo, quien ha puesto en práctica esta estrategia desde agosto.
“En principio es como una tranquilidad. Me da un colchón para seguir consumiendo lo que quiero un tiempo y después veo. Ahora tengo como 7 litros de aceite de oliva”, dice Caputo.
La inflación también la llevó a pensar en cómo invertir su salario para que no pierda valor en el tiempo entre que lo cobra y que lo gasta.
“Este año tuve que empezar a pensar qué hago con la plata, si [la invierto], si compro dólares o salgo a comprar comida. Me lleva tiempo pensar la cuestión financiera”, dice Caputo.
Tomás Gulias, sociólogo, dice que la sociedad argentina tiene grabada en su saber popular una serie de estrategias que surgieron en momentos de hiperinflación y crisis profundas que se van pasando de generación en generación y se activan en momentos de gran inestabilidad económica, como este.
“Son todas prácticas que están enraizadas en la sociedad y se manifiestan mucho más por el nivel de desequilibrio que tiene el país”, dice Gulias.
Trueque
Otra estrategia que volvió es el trueque, el intercambio de productos sin dinero de por medio, que se popularizó en Argentina después de la crisis económica de 2001.
“Como que volvimos al trueque y todas esas cosas que yo pensé que nunca más íbamos a ver y ahora resulta que es un boom”, explica María Marta Argibay Quiroga, quien participa de grupos de trueque en redes sociales y de encuentros presenciales de intercambio.
Argibay dice que gracias a los grupos y eventos de trueque puede cambiar cosas que no usa por otras que necesita, sin dinero. Ella, por ejemplo, cambió un kilo de cacao por una máquina para hacer repulgues de empanada.
Yanina Estigarría, por su parte, se vale del trueque y eventos como los del Club del Desapego, donde sus miembros llevan cosas que ya no usan y toman de otras personas lo que necesitan, sin intercambio de dinero, para conseguir ropa para ella y su familia.
“Hay mucha más gente haciendo esto y hay gente que tiene mucha necesidad. No da de comer, pero me da un ahorro, salva bastante”, dice Estigarría.
Seguirles el ritmo a los precios
El aumento de precios también es un desafío para los pequeños comerciantes, que dedican cada vez más tiempo a actualizar el valor de sus productos, a riesgo de terminar vendiendo por debajo del costo y no poder reponer la mercadería.
“En años anteriores, los precios aumentaban cada dos o tres meses. Ahora, aumentan tres veces en el transcurso de 10 días. Nos mata porque nos hace trabajar tres veces y perder tres veces”, dice Pablo Costa, quien trabaja en la ferretería de su familia.
Ante esta situación, la familia adoptó un sistema: cada vez que entra un producto nuevo, le ponen el precio junto con una letra. Cada vez que los proveedores aumentan, cambian la letra y un apunte pegado sobre el mostrador indica qué porcentaje de aumento hay entre letras. Así, cuando se topan con un producto al que le pusieron precio hace un mes, con ayuda de las letras pueden calcular el valor actual.
“Ese es nuestro método anti inflación. Hay mejores seguramente, pero ya nos desborda”, dice Costa. “Si no, hay que tener una persona exclusiva todo el tiempo actualizando precios”.
El comerciante dice que no le gusta subir constantemente los precios, pero que no le queda alternativa.
“Si no te manejás así, por ahí tenés que cerrar”, explica.
Naftas
No todos los rubros tienen ese margen de acción. Algunos trabajadores como taxistas y repartidores por aplicación, afectados por el aumento del 157% que ha tenido el precio de la nafta desde noviembre de 2023, no pueden decidir por su cuenta cuándo subir sus tarifas, ya que estas son reguladas por el estado o las empresas para las que trabajan.
“Aumentó todo y el sueldo sigue igual”, dice César Kandia, repartidor de pedidos por aplicación.
En diciembre, Kandia pasó de gastar 6 mil a 10 mil pesos (7,1 a 11,9 dólares estadounidenses) en nafta por semana. Son 4 mil pesos (casi 5 dólares) que antes llevaba a su hogar y ya no están, dice.
Muchas personas se apuran a cargar combustible antes de los aumentos, dice Mariana García, trabajadora de una estación de servicio. “La fila llegó a ser de tres cuadras [300 metros], pero más de un tanque no pueden llevar”, dice.
Claudio Fabián Poggio, taxista, dice que la única forma de compensar el aumento de los combustibles es trabajando más. “Tenés que estar acá arriba más horas que lo normal. Otra no hay”, lamenta.
Lucila Pellettieri es reportera de Global Press Journal, radicada en Buenos Aires, Argentina.