SANTA MARÍA TONAMECA, MÉXICO — Son las 6 a.m., un poco antes del amanecer, pero los residentes de San Isidro del Palmar, un pueblo en el extremo sur de Oaxaca, ya se encuentran ocupados. Los hombres perforan orificios en los postes de concreto que sostendrán cadenas para limitar el acceso a su pueblo. Luego se reúnen con las mujeres de la comunidad para hacer guardia en contra de un enemigo invisible.
Esta escena se ha manifestado de manera repetida a lo largo de la región costera del estado de Oaxaca, donde los pueblos y las comunidades han tomado la lucha contra la pandemia del coronavirus en sus propias manos.
Rebasando las medidas del gobierno mexicano, estas comunidades han creado filtros para evitar que entren visitantes o personas extrañas. Su urgencia y unidad muestran cuán vulnerables se han sentido durante la pandemia las ciudades y los pueblos pequeños de México.
Sus acciones surgen de una cultura ascendente que les da voz a todos los adultos en las decisiones clave de la comunidad.
“Decidimos que íbamos a implementar los filtros para que ya no estuvieran entrando personas extrañas o extranjeros, todo lo que nosotros hemos estado aplicando fue por acuerdo de comunidad”, dice José Manzano, agente municipal de San Isidro del Palmar.
México anunció su primer caso confirmado de COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, a finales de febrero. Para el 27 de junio, el país reportaba 208,392 casos confirmados y 25,779 muertes. Los filtros y las guardias comunitarias se mantienen después del terremoto de magnitud 7.4 que sacudió esta región el 23 de junio.
A principios de abril, la ciudad de Santa María Huatulco, casi 52 kilómetros (32 millas) al noreste de San Isidro del Palmar, confirmó el primer caso de COVID-19 en la región costera. Famosa por las playas con aguas de color azul-verde brillante, la costa también atrae al turismo con sus bahías bioluminiscentes, acantilados profundos, avistamiento de delfines y ballenas, y algunos de los mejores sitios del mundo para practicar el surf.
Estas comunidades actuaron rápidamente. Como lo han hecho durante décadas, los líderes reunieron a su gente en una asamblea popular. Por lo general, se reúnen para tratar temas más triviales, como otorgar la aprobación para la construcción de un edificio o la reparación de una cañería de agua. Esta vez se reunieron para decidir cómo combatir un enemigo potencialmente mortal.
En otras áreas del estado, las autoridades municipales impusieron los filtros, lo que generó confusión, resentimiento y resistencia. Estos pueblos costeros querían decidir por su cuenta.
Las familias enviaron representantes, y cualquier persona mayor de 18 años podía participar. Los residentes buscaron el consenso y votaron; y eligieron los filtros.
Muchos pueblos usan cadenas en las entradas principales y ponen postes de concreto en los puntos de acceso secundarios. Las reglas para las comunidades varían, según las decisiones de sus propias asambleas del pueblo. Y las reglas van evolucionando. Por ejemplo, en un principio, algunos pueblos cerraron sus puntos de acceso durante días, solo para darse cuenta de que era una medida demasiado restrictiva. Otros optaron por una entrada selectiva.
“Nosotros tomamos la decisión de cerrar por completo la entrada, pero ni dos horas pasaron cuando se vio que no iba a funcionar porque hay señores de otras comunidades que tienen terrenos aquí y tienen que ir todos los días a ver su ganado”, dice José Luis Coronado, representante de la comunidad de La Laguna del Palmar.
En San Isidro del Palmar, cinco comunidades vecinas, entre ellas La Laguna del Palmar, comparten accesos y se unen para supervisarlos. Las asambleas se congregaron por separado, pero cada pueblo mandó un representante a las reuniones de las otras comunidades.
Decidieron dejar entrar a los residentes y productos locales, como gas, agua purificada, tortillas, verduras y otros abarrotes. Prohibieron el acceso a proveedores de artículos no esenciales como botanas, refrescos y alcohol. También establecieron un toque de queda de 9 p.m. a 6 a.m.
Los representantes de cada pueblo tienen una lista de residentes y todos los días usan un altavoz para anunciar quién cubrirá los turnos matutino y vespertino siguientes. Los jefes de familia y los mayores de 18 años deben apoyar. Los mayores de 60 años quedan exentos.
“La verdad es que toda la gente está apoyando; el que no puede venir a cuidar, viene a demostrar que le importa, traen agua, comida o algo”, explica Damián Reyes, habitante de La Laguna del Palmar, mientras hace su guardia.
Los que están en turno suben y bajan la cadena que restringe el acceso vehicular. Al permitir la entrada de un vehículo, lo rocían con una mezcla de agua y cloro.
Al principio, las restricciones molestaron a algunos visitantes que querían entrar a la playa y al río, pero estos conflictos ya han disminuido.
Aun así, no todos están conformes con las medidas. Quienes las critican se sienten preocupados de que algunos residentes entren y salgan, aunque técnicamente deberían quedarse en casa.
“La verdad, no estoy de acuerdo. ¿Para qué ponen el filtro si están entrando [y saliendo] los carros? Hay personas que tienen su carro y salen por negocio, no por necesidad”, comenta Gloria Reyes, propietaria de una tienda de abarrotes en San Isidro del Palmar.
Los líderes locales dicen que los filtros están dando resultados. Ninguna de las cinco comunidades que trabajan en conjunto en San Isidro del Palmar ha presentado casos de COVID-19.
“No sé cuánto tiempo vaya a durar esto, y veo que la gente ya está un poco cansada. Ojalá la recompensa sea que no nos llegue la enfermedad”, dice Coronado, mientras se prepara para encender los candiles que marcan el toque de queda.