HIDALGO, MÉXICO — Daniela Hernández, de 19 años y en su primer embarazo, se estira y flexiona con una pelota de ejercicio debajo de un mural de 2 metros de largo que retrata a una mujer envuelta entre ramas que brotan de la tierra.
Hernández y su doula, Yólotl Guerrero, tienen la habitación grande para ellas solas. Su plática es fluida y relajada, más como un par de amigas que como instructora y alumna.
“A los 19 años, es difícil la aceptación de que vas a ser mamá, hay dudas y miedos y más en medio de una pandemia”, explica Hernández, quien tiene cinco meses de embarazo.
Hoy en día, mujeres como Hernández recurren a doulas y parteras para recibir apoyo, algo que hace unos años prácticamente no se usaba en México. Se espera que la ayuda de Guerrero garantice que la experiencia de parto de Hernández no le genere el daño emocional y físico que alguna vez fue rutinario para muchas mujeres al dar a luz.
Su colaboración es parte de una revolución silenciosa que poco a poco se ha establecido en el país, donde era común que médicos y enfermeros ridiculizaran, regañaran, insultaran y humillaran a las pacientes al dar a luz.
“Las mujeres necesitan información y acompañamiento en el embarazo para que logren tener una experiencia de alumbramiento plena, saludable y satisfactoria”, dice Guerrero, fundadora de la Fundación Nacer Mejor, una organización sin fines de lucro que aboga por un trato respetuoso a las mujeres durante el parto en el estado de Hidalgo. “Estoy convencida que esto combate los índices de violencia obstétrica”.
La violencia obstétrica se ha convertido en un campo de batalla crucial en el movimiento a favor de los derechos de las mujeres en México.
“Reconocer la violencia obstétrica está a la par de reconocer los derechos sexuales y reproductivos de la mujer y exigir que se respeten para garantizar sus derechos”, comenta Carmen Rincón, activista de derechos reproductivos de Hidalgo.
En México, más del 33% de las mujeres encuestadas en 2016, de entre 15 y 49 años de edad y que habían dado a luz, declararon haber sufrido violencia obstétrica en los cinco años anteriores, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares.
Las mujeres indicaron que, durante el trabajo de parto, los médicos no tomaron en cuenta sus deseos, las presionaron para tomar decisiones, no les preguntaron sus preferencias ni les proporcionaron información, les negaron o les retrasaron los medicamentos y usaron el dolor físico como castigo.
Muchas pacientes también se sometieron a cesáreas innecesarias o mal realizadas.
Antes, tanto las pacientes como los médicos aceptaban esos comportamientos. Fue hasta hace algunos años que algunos estados declararon ilegal la violencia obstétrica, y una ley federal está pendiente.
“Se cree que solamente una omisión del servicio o una clara negligencia que lleve a la muerte o a un daño de la salud irreparable, son objeto de denuncia”, señala Rincón, quien en 2016 participó en la iniciativa para declarar ilegal la violencia obstétrica.
Rincón atrajo la atención hacia este tipo de abuso a finales de la década de 1980. En aquel tiempo, tenía 28 años y acudió a un hospital privado en Pachuca, capital de Hidalgo, para tener a su primer hijo. Los médicos le indujeron el parto con medicamentos y luego le realizaron una cesárea de emergencia de manera forzada, dice. Rincón perdió al bebé.
Tres días después, volvió al hospital con un dolor terrible. Los cirujanos tuvieron que extirparle la matriz, las trompas de Falopio y los ovarios.
Rincón presentó una demanda. El médico a cargo fue suspendido por seis meses – algo muy poco común en esa época – y el caso llegó a recibir atención a nivel mundial. Se volvió relevante en un momento decisivo para el movimiento a favor de los derechos de las mujeres en México.
Actualmente, Hidalgo, que se encuentra 152 kilómetros (94 millas) al norte de la Ciudad de México, se ha convertido en el epicentro de la lucha contra la violencia obstétrica. La Fundación Nacer Mejor forma parte de una red de parteras independientes, activistas, doulas y mujeres que unieron esfuerzos hace cinco años para crear conciencia por medio de talleres para el personal médico.
Comparten información sobre los derechos de las pacientes e instruyen a las mujeres embarazadas sobre la importancia del acompañamiento emocional y físico. También promueven las iniciativas de ley relacionadas con los derechos sexuales y reproductivos.
Su trabajo ya comenzó a rendir frutos. El Hospital General Dra. Columba Rivera Osorio, de Pachuca, que se ha enfocado en el combate de la violencia obstétrica, informa que en el último año, las cesáreas disminuyeron un 7%, y la lactancia exitosa – en la que las madres pueden alimentar con leche materna a sus bebés durante al menos tres meses – aumentó un 60%. El hospital informa que no ha recibido ninguna queja oficial sobre violencia obstétrica en cinco años.
Aun así, el progreso sigue siendo irregular.
María López cuenta que los médicos la presionaron para realizarle una cesárea después de una consulta de rutina en su semana 36 de embarazo.
“No dejaron que mi esposo se quedara, no entendí por qué debían realizar la cesárea y me metieron a quirófano”, dice López, quien tuvo a su bebé en marzo.
Mientras tanto, Paola Martínez, de 41 años, acudió con Ami Rivera, una partera que reside y atiende a mujeres en Hidalgo. Cuando a Martínez le hicieron una cesárea a finales del año pasado, Rivera estuvo con ella.
En realidad, fue Rivera quien sugirió la cesárea, después de que un ultrasonido detectara que la bebé se estaba quedando sin líquido amniótico. El médico de Martínez estuvo de acuerdo y dejó que Rivera se quedara en la sala de partos, lo que es poco común en México.
Martínez tenía varios deseos: quería escuchar música durante el parto, cargar a su bebé de inmediato y antes de que le cortaran el cordón umbilical, y expulsar la placenta por sí sola. Con Rivera a su lado, el personal médico cumplió todas sus peticiones.
“Se aseguró de que el proceso fuera respetuoso”, asegura Martínez.
La Dra. María del Rocío Ávila, asesora externa de ginecología y obstetricia del Hospital General Dra. Columba Rivera Osorio, señala que cuando estudiaba medicina, los profesores les enseñaban a los estudiantes a tratar a las mujeres embarazadas con desprecio. “Las pacientes se ponen histéricas y no saben lo que quieren”, recuerda que decían algunos profesores. Indicaban que los médicos eran quienes tenían que tener el control, dice.
Según Ávila, solo hasta hace poco estas actitudes han comenzado a desaparecer.
Comenta que, actualmente, la crisis del coronavirus ha dificultado conectarse cara a cara con las mujeres embarazadas. En su hospital, ella y una compañera de trabajo apoyan a las mujeres a través de grupos de WhatsApp.
Hernández, de personalidad dinámica y segura, quería tener una doula porque escuchó muchas historias de violencia obstétrica. Va a consulta con Guerrero una vez al mes, ya que le preocupa el coronavirus, pero, entre consultas, se mantienen en contacto por llamadas telefónicas, mensajes de WhatsApp y videollamadas.
Platican sobre temas como la forma de evitar contraer COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, mientras esté en el hospital, cómo cuidar la salud en el embarazo, las señales de las primeras contracciones y qué hacer si el médico no acepta las peticiones de Hernández durante el parto.
Primero, explica Hernández, se sentía nerviosa por tener un bebé. Ahora, relajada y sonriente, se acaricia ocasionalmente el vientre mientras habla de su embarazo.
La doula la ha tranquilizado.
“Es lo mejor que pude haber hecho. Ahora sé que debo confiar en mi cuerpo y esperar un trato respetuoso para mí y mi bebé”, afirma.