Haiti

‘En las calles, somos presa’

Cortes de electricidad. Secuestros. Un asesinato presidencial. Una reportera de Global Press Journal le hace frente al país en el que se ha convertido su querido Haití.

Ensayo personal

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‘On the Streets, We Are Prey’

ILUSTRACIÓN DE MATT HANEY, GPJ

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PUERTO PRÍNCIPE, HAITÍ — La mañana en la que me secuestraron, salía de una unión de crédito en camino a mi casa. Eran las 10:45 a. m. de un día soleado de invierno y acababa de retirar dinero para la matrícula universitaria de mi hijo mayor. Mi mototaxi bajó por la bulliciosa Route Nacional No. 2. De repente, ocho hombres nos detuvieron.

Alzaron sus pistolas. “Vengan con nosotros”, dijeron. Ninguno se había tapado la cara: el indicio de hombres que no temen ser atrapados. Salimos del mototaxi y los seguimos en silencio. A nuestro alrededor, la gente caminaba como si no pasara nada fuera de lo normal. Creí que eran los últimos momentos de mi vida. Le pedí a Dios que no me dejara morir: “Por mis hijos, no dejes que muera”.

Tengo 47 años, soy una mujer casada, madre de dos hijos y tutora de otro. En el Haití de mi infancia se sentía la libertad. Teníamos que lidiar con la violencia y la delincuencia, pero vivíamos la vida al aire libre, bajo el sol de la isla. Recuerdo largos días en la playa, a los trovadores rasgueando las guitarras, bocanadas exquisitas de arena y sal. Me acuerdo de que hacía senderismo, comía “griot” de cerdo en los restaurantes, bailaba al compás de los ritmos tradicionales. Las multitudes se reunían en las plazas públicas. Risas.

Pero en los últimos años, el caos político y social desgarró nuestro sentido de seguridad y nos obligó a protegernos en el interior de nuestros hogares. El terremoto de 2010. La elección del presidente Jovenel Moïse en 2017. La disolución del Parlamento. El gobierno por decreto de Moïse. Su asesinato en julio. Otro terremoto devastador en agosto.

Nuestras instituciones se vieron afectadas, las pandillas ocuparon el poder. Más de 100 bandas delictivas controlan alrededor del 60% del país, según el Centro de Análisis e Investigaciones en Derechos Humanos, una organización de la sociedad civil con sede en Puerto Príncipe. Los secuestros ayudan a financiar a las pandillas. Cada mes se denuncian decenas de secuestros; en septiembre, hubo más de 100.

Cualquiera es un objetivo potencial: quienes se dedican a la medicina, a la abogacía, estudiantes, vendedoras y vendedores en las calles. Incluso la policía. Las pandillas exigen hasta $1 millón por persona, como se dice que ocurrió con los 17 misioneros de un grupo de ayuda estadounidense que fueron secuestrados en octubre. Por lo general, las personas sufren golpes y violaciones, a veces incluso son asesinadas.

En casi todas las formas imaginables, el desorden da forma a nuestros días. En casa, estamos privados de los servicios que alguna vez proporcionó el gobierno. En las calles, somos presa.

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ANNE MYRIAM BOLIVAR, GPJ HAITÍ

Anne Myriam Bolivar, reportera de Global Press Journal, contrató a un transportista privado para que le lleve agua a su casa en Puerto Príncipe, Haití. Aunque paga por el servicio todos los meses, los grifos se quedan sin agua.

Durante mucho tiempo, las personas haitianas han tenido que aguantar servicios poco confiables. Por ejemplo, mi familia paga el agua todos los meses, pero nuestros grifos generalmente se quedan sin agua. Contraté a un transportista privado para que lleve agua a mi casa; llega todos los días con una carretilla llena de bidones amarillos. Si no llegara, me preocuparía: ¿lo habrían secuestrado?

Los cortes de electricidad alguna vez duraban días; ahora son semanas, incluso meses. Nuestro refrigerador es más un adorno que un electrodoméstico. Mis hijos, de 11, 15 y 18 años, tienen pocas distracciones; no tener electricidad significa que no hay televisión. Usamos focos recargables por la noche para que puedan estudiar; si no, encendemos velas.

Por la noche, dejo una radio encendida junto a mi cama; así, cuando llega la electricidad, la música suena y me despierta. No importa si es la 1 a. m., me emociono. Termino mi trabajo, cargo mi computadora y mi teléfono, me siento normal por unas horas.

He sido periodista durante años: primero editora en una estación de radio local, luego reportera de Global Press Journal. Es mi deber estar siempre presente en mi comunidad. Ahora, eso es más difícil. Antes de salir de casa, escucho los noticieros matutinos que nos cuentan la situación en las calles: si hay protestas, si hay llantas quemadas, si una calle está bloqueada, si la invadieron los bandidos.

Solía reunirme sola con mis fuentes. Ya no puedo. Tengo un chofer de confianza; a veces mi primo me acompaña a las entrevistas. Hasta ir de compras es arriesgado: mi esposo y yo vamos juntos. Mis hijos ya no salen solos de casa; no hablan con personas desconocidas. Cuando escuchan disparos a la distancia, se acuerdan del motivo.

Decenas de miles de haitianos y haitianas han huido del país. En enero del año pasado, mi madre me dijo: “Tú también deberías irte; si te quedas, pones tu vida y la vida de tus hijos en manos de los bandidos”.

“¿A dónde iría?”, respondí. He construido todo aquí: mi familia, mi trabajo, mi vida. No volveré a empezar en otro país.

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ANNE MYRIAM BOLIVAR, GPJ HAITÍ

Los cortes de electricidad son frecuentes en Haití. Anne Myriam Bolivar a veces camina media hora para cargar su teléfono y su computadora portátil en un negocio que cuenta con paneles solares para obtener energía.

Los secuestradores nos dijeron a mi chofer y a mí que caminábamos hacia “la base”, una casa donde la pandilla tiene a sus rehenes. Me arrebataron mi bolso con dinero y algunos documentos, entre ellos mi carné de identidad y el pasaporte de mi hijo mayor. Nos golpearon, nos apuntaron con las armas en la sien. Sentimos cerca la muerte.

Nunca llegamos a la base. Casi 20 minutos después, los bandidos dijeron haber escuchado una sirena. “¡Cuidado, cuidado, la policía!”, gritaron y salieron corriendo. Nos dejaron al chofer y a mí a un lado de la carretera. Fue un milagro; no escuché ninguna sirena.

Denuncié mi secuestro a la policía, principalmente para crear un registro documental para que mi hijo pudiera tramitar otro pasaporte. Nunca volví a saber nada de mi caso. La policía se considera ineficaz contra los ataques de las pandillas. Pierre Esperance, director ejecutivo de la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos, me dijo en 2020 que es debido a la corrupción y a la falta de recursos. (Un portavoz de la policía no respondió a mi solicitud de comentarios).

Después del secuestro, me dolía la cabeza por los golpes que me dieron. Tenía dificultad para respirar. Mi presión arterial se disparó. Me sentía nerviosa todo el tiempo. Se me hacía difícil hablar con mi familia. El sueño no me ayudaba a escapar. Tuve pesadillas: bandidos que me acorralaban y me amenazaban con armas.

Empecé a asistir a consultas con una asesora que vive en otro país. Durante nuestras sesiones, me dijo: “Sal, ve al cine, haz cosas que te ayuden a relajarte”. Lo que la gente no sabe de Haití es que esas cosas ya no existen.

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ANNE MYRIAM BOLIVAR, GPJ HAITÍ

Los cortes de electricidad son frecuentes en Haití. Anne Myriam Bolivar a veces camina media hora para cargar su teléfono y su computadora portátil en un negocio que cuenta con paneles solares para obtener energía.

Es verano cuando empiezo a escribir esto; el aire es cálido y pegajoso. En años anteriores, esta era la temporada de fiestas patronales, festividades dedicadas a varios santos católicos. Son celebraciones religiosas, pero a la vez comunitarias, un momento de reencuentro con amistades. Desde pequeña he asistido a la fiesta en honor a María, la madre de Jesús, en la catedral de Nuestra Señora de la Asunción en la ciudad de Les Cayes. Este año no fue así.

El poder de las pandillas crece. Un lunes, me levanté temprano para reunirme con una fuente, pero no muy lejos de mi casa, los bandidos habían tomado la carretera. Revisaron a las personas, les robaron el teléfono y dinero, y dispararon balas al aire. Corrí a casa para ponerme a salvo. Eso fue antes del asesinato presidencial, antes del terremoto de magnitud 7.2. Después del terremoto, el líder de una pandilla anunció un alto el fuego, sin secuestros y sin violencia, pero acabó en pocas semanas.

Un rayo de esperanza: en lo personal, estoy mejor. Mi asesora me enseñó ejercicios de respiración para calmar los nervios y me animó a contarle mis sentimientos a mi familia. Eso me ayudó. Cuando comparto mi alegría, o incluso mi angustia, recupero una parte de mí. También tengo un respiro: mi patio trasero. Es un espacio pequeño con una mesa debajo de una sombrilla roja, dos sillas y un poco de vegetación. Trabajo ahí. Leo allí. Una pared lo separa de la calle. Detrás del hormigón y el alambre de púas, me siento segura.

Anne Myriam Bolivar es reportera de Global Press Journal, establecida en Haití.


NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN

Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.