BUENOS AIRES, ARGENTINA — El humilde barrio de Las Tunas parece estar, a primera vista, en construcción. Ladrillos y bolsas de arena están apiladas contra la puerta principal de cada casa. Una excavadora crea una zanja de drenaje cerca de un camino de tierra.
Pero en realidad el barrio es viejo y está lidiando con el agua que inunda sus calles y que viene desde las caras urbanizaciones cerradas que se han construido en los últimos años. El agua de lluvia se acumulaba en esas zonas de humedales antes de que esas viviendas más lujosas fueran construidas. Ahora, toda el agua se queda en Las Tunas. Este barrio no fue construido sobre humedales y ahora su drenaje natural hacia las áreas cercanas, previamente humedales, está bloqueado.
“Quedamos como en un pozo”, dice Catalina Esther Centurión, de 61 años, quien ha vivido en Las Tunas por 40 años. “Antes corría el agua para los campos. Ahora no corre para ningún lado”.
Cuando llueve, la gente se apresura a levantar defensas en sus casas para prevenir que se inunden los espacios que habitan.
A veces, también es la frustración la que se esparce con violencia por Las Tunas. Durante una inundación de 2013, habitantes desesperados de Las Tunas comenzaron a golpear el muro con alambres de púas que separaba a su barrio de las urbanizaciones cerradas. Cuando una parte de esa pared cedió, según los habitantes que estaban allí, el agua comenzó a drenarse de inmediato.
Fue un momento simbólico para la gente de Las Tunas. Muchos habían conseguido empleo en las urbanizaciones cerradas y uno de esos barrios, Nordelta, incluso creó una fundación en Las Tunas para ofrecer capacitaciones, educación y servicios de salud. Pero la presencia de esas urbanizaciones, con sus guardias de seguridad bien armados, sus viviendas de lujo y sus piscinas, trajo consecuencias inesperadas. Esos barrios elegantes fueron construidos sobre humedales que, históricamente, habían servido de drenaje. El incidente polarizó a ambas comunidades.
Más de cuatro años después, poco ha cambiado. Peor aún, según dice la gente de Las Tunas, el gobierno argentino no ha hecho nada para detener la construcción en curso sobre humedales, los cuales cubren el 21 por ciento del área de Argentina, según la Fundación Humedales, una organización sin ánimo de lucro que busca proteger los humedales.
Ha habido una notable cobertura de prensa de la división de clases que representa esta zona: personas pobres en un barrio abarrotado separadas por una pared de un barrio cerrado, espacioso y prístino lleno de casas costosas. Estas urbanizaciones fueron construidas, la mayoría de ellos a principios de la década de 1970, en parte para crear áreas seguras con una seguridad principalmente privada que protegiera a los residentes de los crímenes violentos. Según un estimado, hay 99 urbanizaciones cerradas que cubren 3577 hectáreas (8789 acres) en el distrito de Tigre, una zona baja al norte de Buenos Aires, donde el barrio de Las Tunas ha existido por varias décadas. Eso equivale a más de cuatro veces el tamaño del Central Park de Nueva York.
Pero se le ha puesto poca atención al impacto que esas comunidades tienen en el ambiente natural de la zona.
Para 2014, 9200 hectáreas (22.733 acres) de humedales en la cuenca del Río Luján, un área que incluye al distrito de Tigre, habían sido rellenadas o modificadas drásticamente para construir urbanizaciones cerradas, dice Patricia Pintos, una geógrafa que ha hecho una investigación a profundidad sobre esta área. Desde 2014, dice Pintos, esos proyectos, muchas veces publicitados irónicamente como lugares para disfrutar de la naturaleza y de los espacios verdes, se siguen construyendo.
El daño, dice, es irreversible.
Parte del problema es que no hay una institución que tenga la culpa. Las regulaciones locales no prohíben explícitamente la construcción en humedales.
La otra parte del problema es que el gobierno no tiene estándares para administrar los humedales en general, dice Diego Moreno, el secretario de política ambiental, cambio climático y desarrollo sustentable del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable.
No hay lineamientos sobre cuándo o dónde proteger los humedales, así que cada municipio se ve obligado a otorgar permisos de construcción en esas zonas, incluso si nunca se evalúa el proyecto de construcción para determinar su potencial impacto ambiental.
Global Press Journal contactó a la oficina provincial encargada de otorgar permisos de construcción por lo menos 20 veces por teléfono, pero el personal de esa oficina no quiso darnos información sobre cómo se otorgan esos permisos.
Más de una docena de llamadas a la Cámara Empresaria de Desarrolladores Urbanos, un consorcio de constructores de barrios privados, no fueron devueltas.
Las labores legislativas para revertir esta tendencia de construcciones sobre humedales han fracasado. Más de una vez, los legisladores han presentado proyectos de ley que establecerían un presupuesto mínimo para proteger los humedales y crear un inventario de humedales.
“No estamos planteando la ley de humedales para que no se toque el 20 por ciento del territorio, sino para que esta discusión del ordenamiento territorial ocurra y lo haga con buena información de base”, dice Moreno, refiriéndose al porcentaje de tierra de Argentina que está cubierta por humedales.
Alejandro Grandinetti, un diputado nacional que lleva tiempo criticando la falta de atención que tienen la protección de humedales y la prevención de inundaciones, dice que la falta de visión a largo plazo de la anterior administración continúa en la administración actual.
Grandinetti dice que solo cerca del 30 por ciento del presupuesto destinado a la prevención de inundaciones se usa.
Alrededor del mundo, los humedales disminuyeron entre 64 y 71 por ciento en el siglo XX y esa degradación continúa, según una investigación del Secretariado de la Convención de Ramsar, que administra la coordinación del tratado de protección de humedales del mismo nombre.
Nadie lleva la cuenta de cómo o dónde se están perdiendo los humedales en Argentina, dice Ana Di Pangracio, directora ejecutiva de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales.
“Los humedales o pantanos se ven como tierra de descarte, que no sirve para nada y que hay que rellenar”, dice Di Pangracio.
Pero rellenar humedales trae consecuencias reales, dice Leonel Barral, un biólogo y miembro del Club de Observadores de Aves de la Reserva Ecológica de Bernal, una organización que también busca preservar los humedales.
“Se muera gente en las inundaciones”, dice, recordando una inundación de 2013 en el área de La Plata en la provincia de Buenos Aires en la que murieron 89 personas.
Los habitantes de Las Tunas dicen que nadie ha muerto en inundaciones allí, pero añaden que temen que pueda pasar algún día.
Es difícil conseguir información sobre las urbanizaciones cerradas que están arriba de Las Tunas. La oficina local encargada de conceder permisos es, en el mejor de los casos, opaca. Sus funcionarios se negaron a contestar las múltiples peticiones por teléfono de GPJ de obtener información sobre el proceso de permisos de la comunidad.
Según la página web de Nordelta, la construcción de ese barrio fue aprobada en 1992 y el primer lote estuvo listo para la construcción ocho años después. Toda el área, que contiene centros comerciales, restaurantes y otras amenidades, está emplazada alrededor de pintorescos lagos artificiales.
Las personas que compran casas en las urbanizaciones cerradas porque creen que podrán disfrutar de la naturaleza en esos barrios tienen que ser más responsables de investigar cómo se construyen las comunidades, dice Pintos.
“Hay un sector de la población que no está muy atento a la cuestión ambiental”, dice.
Pedro Escarano se mudó a Nordelta en 2010, después de recibir su casa como pago de una compañía de construcción a la cual había ayudado en sus comunicaciones. Parecía un buen lugar para vivir, dice, pero mientras que se fueron construyendo más barrios, comenzó a notar anomalías. Él área está tan llena de relleno de tierra sin nutrientes que nada crece, dice Escarano. Cualquiera que cave por debajo de la superficie encontrará grava compacta, dice, añadiendo que de hecho ha roto palas intentando plantar su jardín.
“La gente que tiene huertas está comenzando a darse cuenta de que todo es relleno y de que el suelo fue dañado”, dice.
Escarano se preocupa pues cree que es posible que si esta tendencia continúa y se rellenan más humedales, incluso las urbanizaciones cerradas que están en tierra baja se inundarán.
“Mis vecinos viven en una nube de pedos y no les importa qué les pasa a sus vecinos por fuera”, dice. “Creen que no les va a pasar a ellos”.
Ahora, más de 30.000 personas viven en Nordelta, según su página web.
Es el mismo número de personas que vive en el barrio de Las Tunas, según algunas estimaciones.
En Las Tunas, pequeñas casas de un piso son construidas una junto a la otra. Las calles son en su mayoría de tierra y están llenas de huecos. Es fácil ver qué tanto ha subido el agua en las anteriores inundaciones: las manchas permanecen en los frentes de las casas. En algunos lugares, la marca del agua llega a un metro de altura.
Al otro lado del muro en las urbanizaciones cerradas, las casas y las áreas verdes son prístinas. Hay muchos jardines que crecen en la delgada capa de tierra que los constructores añaden sobre el relleno, y muchas piscinas.
El valor de las propiedades por metro cuadrado en uno de los barrios cerrados está entre 413 y 4574 dólares, mientras que el precio promedio por metro cuadrado de una propiedad en la misma área por fuera de la urbanización cerrada es de 290 dólares.
Matías Duarte, un profesor y miembro de un grupo de Las Tunas que busca proteger al barrio de las inundaciones, dice que el daño de la construcción de las urbanizaciones cerradas es irreversible. La emoción inicial por los cambios rápidamente se volvió amarga, dice.
“El vecino veía la instalación de los barrios privados como un desarrollo, cuando nos dimos cuenta de la importancia de esas tierras para contener las inundaciones ya era tarde”, dice Duarte.
Las Tunas nunca se había inundado hasta que se construyeron los barrios cerrados de 2013, dice Marta Ávalos, quien ha vivido en el barrio por 28 años. La primera inundación, dice, destruyó todo: colchones, sillas, armarios.
“Ahora cada vez que llueve levanto las cosas y pongo bolsas de arena”, dice Ávalos
Pero, de todas formas, el agua entra. Cinco o seis veces cada verano, los habitantes de Las Tunas ponen sillas, mesas y otros muebles lejos del piso para salvarlos de la inundación. Pero después de cada inundación, dicen, terminan dejando sus pertenencias al sol para que se sequen.
Después de años de inundaciones, los habitantes de Las Tunas han abandonado casi por completo la esperanza de que encontrarán una solución para mantener a sus casas secas.
“Siempre algo sale mal”, dice Centurión.
Pablo Medina Uribe, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.