SAN JUAN, PUERTO RICO — Una noche, hace varias semanas, rodeadas de una arquitectura colonial llamativa, calles compactas con adoquines, iglesias centenarias y fortalezas históricas cerca del mar, tres amistades vieron el sol caer bajo el horizonte en el Viejo San Juan, un respetable distrito turístico en la capital de Puerto Rico.
Con mascarillas para protegerse del coronavirus, Francisco Ramos, José Rodríguez y Cristina Vega, residentes de Guayama, un pueblo en el sur de Puerto Rico, visitan la zona al menos dos veces al mes.
Pero Vega está preocupada.
“He visto que la mayoría [de los turistas] no está siguiendo los protocolos”, dice, refiriéndose a las restricciones del gobierno por el coronavirus.
Coinciden en que el gobierno hizo bien en imponer las medidas, ya que los casos de COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, se dispararon a principios de este año. “Pero fomento también el turismo porque es importante, es necesario para la economía de Puerto Rico”, dice Rodríguez.
Las personas visitantes simbolizan tanto una esperanza como un miedo para la importante industria turística de Puerto Rico, que se ha recuperado con la llegada de las vacunas y una serie de directrices sobre el coronavirus. Sin embargo, incluso cuando quienes tienen negocios se alegran de volver a ver a las personas turistas, les preocupa que la naturaleza volátil del coronavirus reprima el nuevo impulso del turismo.
La incipiente recuperación es una buena noticia para un sector que aporta casi el 8% del producto interno bruto a la economía local y genera aproximadamente 80,000 empleos al año.
“Es muy difícil encontrar una industria asociada en Puerto Rico que no sea afectada por el sube y baja del turismo”, dice Joaquín Bolívar III, director de la Asociación de Hoteles y Turismo de Puerto Rico.
Los hoteles han permanecido abiertos durante la pandemia, pero las tasas de ocupación de las aproximadamente 15,000 habitaciones de la región tocaron fondo con un 2% el año pasado, y se perdieron más del 80% de los empleos en hoteles, dice Bolívar.
La Junta de Planificación de Puerto Rico estima que el turismo sufrió un impacto de $27 mil millones en 2020.
Ahora su recuperación agrada y desafía a quienes dependen de la industria.
El repunte se produce después de un año de restricciones intermitentes por el coronavirus que incluyeron toques de queda de 9 p.m. a 5 a.m., órdenes para quedarse en casa los domingos, acceso limitado a las playas, cierres de cines y restaurantes, y una sola persona cliente a la vez en los salones de belleza.
En enero, el gobierno relajó las restricciones en playas, casinos, cines, hoteles y restaurantes, lo que fomentó que más personas salieran y disfrutaran de ellos.
Luego llegaron las vacunas. A principios de junio, el 43% de las aproximadamente 3.2 millones de personas que residen en Puerto Rico estaban completamente vacunadas. Los hoteles comenzaron a atraer más huéspedes en febrero, pero no superaron el 90% de ocupación hasta que llegaron las personas visitantes durante sus vacaciones de primavera a fines de marzo y principios de abril, dice Bolívar.
Según la Compañía de Turismo de Puerto Rico, propiedad del gobierno, en enero, 264,780 personas llegaron a San Juan a través del Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín. En marzo, esa cifra subió a 382,023.
Las personas visitantes abarrotaron las estrechas calles del Viejo San Juan. Llenaron restaurantes, tiendas de recuerdos, joyerías y mercados de artesanía. En las noches, la música resonaba en la zona.
Los y las turistas acudían a lugares como el bar y restaurante de tapas de Joed Rivera. Sus clientes empezaron a volver en la temporada navideña, dice, y luego el número disminuyó en enero y febrero, para volver a subir en marzo.
Pero Rivera, normalmente alegre y enérgico, estaba nervioso: A medida que tres variantes del coronavirus se extendían por la región, los casos se disparaban de nuevo, lo que preocupaba a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.
El gobernador de Puerto Rico, Pedro Pierluisi, anunció vacunas de seguimiento para personas mayores de 16 años en respuesta a un brote que ocurrió después de que miles de personas acudieran a la región durante las vacaciones de primavera a fines de marzo y principios de abril. Posteriormente, el gobernador aprobó la vacunación de menores desde los 12 años de edad.
En marzo, el gobierno limitó el horario comercial y el número de clientes. Los restaurantes, por ejemplo, tuvieron que recortar sus horarios y solo podían servir al 50% de su capacidad.
Hoy el gobierno ha aflojado muchas restricciones. Las personas que han recibido sus vacunas no están obligadas a usar mascarillas en público, aunque siguen siendo obligatorias en lugares cerrados como restaurantes. Quienes visitan aún necesitan prueba de vacunación o una prueba de COVID-19 negativa, pero los restaurantes ahora pueden operar al 75% de su capacidad.
Esto significa que el restaurante de Rivera, con capacidad para 60 personas, puede recibir a 45 personas. El mayor flujo de clientes llega por las noches, lo que obliga a algunas personas a hacer fila afuera, algo común en los restaurantes del Viejo San Juan en estos tiempos. A veces, para evitar que las personas comensales se apiñen demasiado frente al restaurante, Rivera cierra las puertas.
En todo el Viejo San Juan, la mayoría de los restaurantes y otros negocios requieren que sus clientes usen mascarillas, se laven las manos y usen desinfectante. Sin embargo, en las calles, muchas personas, tanto locales como turistas, andan sin mascarillas.
La recuperación no ha llegado a todas las personas.
Tomasina Cruz Infante, comerciante del Viejo San Juan durante tres décadas, vende agua, chiringas, piñas coladas y otros artículos diversos. Sus ganancias han crecido gradualmente en los últimos meses, pero dice que son “muy debajo” de la mitad de sus ganancias antes de la pandemia.
Aunque su negocio es al aire libre, cuando sus clientes llegan sin mascarillas, ella les da una.
“Cada cual debe cuidarse porque el gobierno no puede estar detrás de nadie”, dice. “Eres tú que tienes que ser responsable de ti mismo”.
Coraly Cruz Mejías es reportera de Global Press Journal, establecida en Puerto Rico. Se especializa en escribir sobre el medio ambiente.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
María Cristina Santos, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.