TONALÁ, MÉXICO — Una tarde, en su pequeña y pulcra casa, Ismael Fajardo Díaz se sienta en el piso a trabajar en su última colección de piezas de cerámica de 2020, para la que usa una técnica compuesta por arcilla de color canela bruñida, diseños complejos, y colores terracota. Su hijo, de 3 años y mejillas sonrojadas, está a su lado y forja algunas bolas de barro.
Esta técnica se conoce como barro canelo y data de hace miles de años en la época prehispánica. Fajardo, habitante del vecindario de El Rosario en el municipio de Tonalá, proviene de un largo linaje de personas dedicadas a la alfarería del barro canelo.
“Estábamos recordando con mi tío abuelo Fidel, y nos perdimos en la séptima generación. Hay más pero no recordamos los nombres. En El Rosario hay varias familias que son históricas”, dice el apuesto y amable artesano.
Pero todo podría acabar en esta generación.
Tradicionalmente, quienes se dedican a la artesanía del barro canelo utilizan la arcilla del suelo local de vecindarios como El Rosario. Pero la expansión de la cercana Guadalajara, una de las ciudades más grandes de México, a casi 16 kilómetros al noroeste de Tonalá, poco a poco ha sepultado bajo el cemento los bancos de arcilla de la zona.
El crecimiento, que pone en peligro la actividad que por generaciones ha sido el sustento de las personas que trabajan con la artesanía del barro canelo, destaca las silenciosas pero profundas pérdidas que en ciertas ocasiones acompañan al progreso urbano.
“Se están acabando los pigmentos [arcillas], y ahí se va a cortar todo mi linaje. Mi hijo tiene 3 años, posiblemente llegue a trabajarlo, pero no tanto como quisiera”, dice Fajardo, de 39 años.
El desarrollo urbano de Tonalá, en el estado de Jalisco en el occidente de México, comenzó con la expansión de Guadalajara. En la década de 1970, la población de Tonalá se disparó en casi un 112%. Desde entonces, las personas expertas se dieron cuenta de que la arcilla de gran plasticidad que usan los artesanos y las artesanas del barro canelo estaba siendo sepultada, según información del Sistema de Información Cultural del gobierno de México.
Mientras Guadalajara crecía en los años 70, muchas tierras ejidales del área metropolitana — cuya propiedad y uso pertenecía a las comunidades locales — se vendieron en el mercado abierto, explica Gerardo Monroy, director de Regulación de Predios del municipio de Tonalá.
Después, en los 80, México adoptó la economía neoliberal, lo que permitió la desregulación del mercado y aceleró esas dinámicas. Se presentó un crecimiento urbano sin precedentes, según señala un estudio en la revista Economía, Sociedad y Territorio, publicada por El Colegio Mexiquense, A.C., un centro de investigación en el Estado de México.
El censo nacional de 2010 mostró que la zona metropolitana de Guadalajara cubría 2,734 kilómetros cuadrados y comprendía ocho municipios, entre ellos Tonalá. Con 4.4 millones de residentes, Guadalajara es la segunda área metropolitana más poblada de México.
Hace 40 años, la población de Tonalá era de 52,148 personas. Para 2015, había crecido hasta 536,111 habitantes.
El beneficio de Guadalajara significó la pérdida del barro canelo. Poco a poco, los cuatro tipos de arcilla que se utilizan en el arte le cedieron paso al concreto que domina el paisaje urbano.
A medida que los depósitos de materiales orgánicos se agotaban, las personas alfareras tuvieron que comprar barro de menor calidad, lo que en última instancia hizo que a sus piezas les faltaran algunas de las características más especiales del barro canelo.
Fajardo comenta que extraña el barro de alta calidad de El Rosario.
“Era más macizo, al momento de trabajarlo se sentía a gusto en las manos. El olor era único. Cuando llenabas con agua un jarrón, toda la habitación se impregnaba a tierra mojada y el color canelo cafecito era muy bonito”, señala.
En El Rosario, casi un tercio de los hogares tienen un taller de barro canelo. Las piezas de cerámica, en su mayoría jarrones con diseños de plantas o patrones geométricos en tonos rojo, blanco, gris, amarillo y ocre, se pueden apreciar en las mesas en las banquetas. Las personas dedicadas a la alfarería elaboran los jarrones en serie, listos para venderse. Muy pocas obtienen el barro del suelo de El Rosario.
Esto “se debe considerar como patrimonio cultural”, dice María Guadalupe Zepeda, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y secretaria general del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios de la UNESCO, capítulo México. En 2018, en conjunto con organizaciones y activistas locales, Zepeda llevó a cabo un evento público en el que señaló el agotamiento de los depósitos de barro como una pérdida importante.
Pero nada ha cambiado.
El coronavirus amenaza con destruir una tradicional forma de arte mexicano
Haga clic aquí para leer el artículoMiguel Arelis, un experto local en arte y cultura, dice que quienes se dedican a la alfarería del barro canelo tendrían mayor representación si se unieran con otras personas artesanas.
“Se debería plantear una acción gremial y comunitaria, no solo entre los artesanos de barro canelo, sino con toda la población de ceramistas que genere una voz a través de los especialistas en patrimonio cultural, y que se promueva a nivel institucional”, dice Arelis.
José Isabel Pajarito, uno de los artesanos de barro canelo más reconocidos, dice que durante los últimos nueve años los alfareros y las alfareras que trabajan en coordinación con el municipio de Tonalá han intentado generar una denominación de origen con la cual el gobierno identifique de manera oficial un producto con el nombre del lugar donde se produce. (Un ejemplo de esto es el tequila, que se elabora en la región de Tequila, en el estado de Jalisco.)
Artesanos, artesanas y activistas dicen que esto protegería el preciado barro de El Rosario y, por ende, el barro canelo.
“A ver si este año se puede y con eso hay más apoyo para dejar unas hectáreas de barro para el pueblo”, declara Pajarito.
Fajardo recuerda que, cuando era niño, sus padres lo despertaban a las 6 a.m. para que amasara el barro, y para las 8 a.m. ya estaban forjando piezas. Y seguían trabajando hasta las 10 de la noche.
Fajardo y sus nueve hermanos y hermanas hacían su propio trabajo. Algunos pulían las piezas con piedras del río. Otros las lijaban y otros preparaban las piezas para la pintura.
El barro canelo ahora sirve de marco para la perspectiva de Fajardo sobre el mundo. Cuando ve un paisaje hermoso, por ejemplo, trata de recordarlo y de capturarlo en una pieza.
“Quiero seguir trabajando todo el tiempo posible, mientras existan los recursos que la tierra nos da. Y es lo que quiero hacer con mi hijo para que aprenda el oficio. Cuando crezca puede elegir su carrera, pero nunca olvidará sus raíces”, comenta.
Maya Piedra es una reportera de Global Press Journal en México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.