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Pajareros luchan contra ambientalistas y la regulación del gobierno

Los pajareros de México, que han capturado y vendido cardenales y cenzontles por generaciones, aseguran que el cautiverio beneficia a los pájaros. Los grupos de defensa de las aves no están convencidos.

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Birdmen Battle Environmentalists and Government Regulation

Patricia Zavala Gutiérrez, GPJ México

Pajareros y pajareras, hombres y mujeres que crían y venden aves, apilan sus jaulas en torres para una peregrinación en San Bartolo Morelos, México.

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SAN BARTOLO MORELOS, MÉXICO — Los pajareros construyen sus tercios una jaula de madera a la vez, las amarran una sobre la otra hasta que una torre de nueve, 12 o 14 jaulas, cada una con un pájaro trinando adentro, rompe el cielo azul claro. Algunos pajareros adornan sus torres con flores rojas y rosas, otros con imágenes de la Virgen de Guadalupe. Las llevan a cuestas en la espalda. Cada torre pesa cerca de 30 kilogramos, pero los pajareros no se ven cansados; más bien, hinchan el pecho orgullosos, como si fueran pájaros en cortejo.

Con aves cantoras y un grupo de mariachis entonando, los pajareros caminan 4.5 kilómetros por San Bartolo Morelos, un pueblo al noroeste de la Ciudad de México, para que un sacerdote pueda bendecir sus tesoros emplumados. Hombres, en su mayoría indígenas, vienen de los rincones más lejanos de México cargando siglos de conocimientos sobre los cenzontles y cardenales que atrapan y venden. Matías Hernández Vázquez, un pajarero de tercera generación, ayudó a organizar el evento. “Si no hay un ave que cante, no luce la casa. No es un hogar”, dice. “No se oye bullicio, se siente la tristeza, la soledad. Es como una casa abandonada”.

La peregrinación llega a un barrio llamado Barrio de la Calavera. A la hora que llegan, el sol golpea con fuerza, pero a los pajareros no les molesta; hace dos años, desde la pandemia, que no se reunían para la bendición. Acomodan sus tercios en el suelo, formando un horizonte de aviarios en un lote adornado por un altar. La misa del día está dedicada a San Isidro Labrador, el santo patrono del trabajo agrícola. Los pajareros tienen mucho por qué rezar: su profesión está bajo amenaza.

Patricia Zavala Gutiérrez, GPJ México

Los pajareros decoran sus jaulas con listones y flores para marchar 4.5 kilómetros y asistir a misa.

Ellos no son traficantes ilegales, de hecho necesitan permiso del gobierno para trabajar; sin embargo, una gran cantidad de amantes de las aves ve pocas diferencias entre ambos. Para estas personas, enjaular pájaros es inherentemente cruel. Por años, han dirigido protestas y campañas mediáticas en su contra, cosa que, dicen los pajareros, se ha convertido en actos personales de acoso e intimidación. Ahora, la profesión se enfrenta a la posibilidad de nuevas regulaciones en cuanto al tipo de animales que la gente puede tener como mascota. No está claro si esto afectará el comercio de aves — la legislación federal no ha determinado qué animales serán incluidos — pero los pajareros temen que pudiera involucrarlos. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales no respondió a las múltiples solicitudes de comentar al respecto.

En riesgo se encuentra el sustento de cientos de pajareros y pajareras, sus contrapartes mujeres. “Si fuera un pájaro estresado, se estaría matando dentro de la jaula”, dice Hernández Vázquez, de 62 años, presidente del Frente Nacional de Aves Canoras y de Ornato A.C. “Es lo que los legisladores jamás van a entender: que la gente que sabe de esto y trabaja con las aves tiene un acercamiento y aclimata al ave al cautiverio. Y el ave se adapta y en reciprocidad a la buena atención que le das, te agradece con su canto”.

Por generaciones, los pajareros han sido un elemento inamovible de los mercados mexicanos, llamados tianguis, junto con otras personas que se dedican a la venta de animales. En Actopan, el pueblo al norte de la Ciudad de México donde vive Hernández Vázquez, el tianguis resuena con los rebuznos y bramidos de reses, caballos, ovejas, cerdos y cerca de 80 vendedores de gallos, patos, pavos reales y otras aves. No es un comercio particularmente lucrativo, pero muchos pajareros no tienen una educación que les permitiría buscar otras oportunidades. La mayoría tiene décadas de experiencia y profundos conocimientos sobre el diverso panorama aviario de México; los hombres se dedican a capturar pinzones y cardenales, mientras que las mujeres ayudan a acostumbrarlos al cautiverio.

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Patricia Zavala Gutiérrez, GPJ México

Mariachis caminan junto a los pajareros a una misa en honor a San Isidro Labrador, santo patrono del trabajo agrícola.

Las aves viven en jaulas dentro de los hogares de los pajareros — de otro modo, un gato o un perro podría confundirlas por comida — y dependen de que sus cuidadores las alimenten, las aseen y las curen cuando enferman. A menudo, se crea un lazo. Durante el peregrinaje, cuando Hernández Vázquez reparte botellas de agua, muchos pajareros les dan el primer trago a sus aves. “Hay casos de ejemplares de vida silvestre que han vivido hasta los 20-25 años, cuando su esperanza de vida es de siete años”, afirma Armando Francisco Linares, un pajarero de 25 años y estudiante de veterinaria que creció en Santa María Tixmadeje, un municipio al noroeste de la Ciudad de México. “¿Por qué? Porque los cuidados del humano les han brindado esa posibilidad de extender su período de vida”.

Hoy en día, esa opinión no es tan compartida. Erick Daniel Trujillo Castillo dirige una parte del Programa de Aves Urbanas, una iniciativa de ciencia ciudadana que promueve la observación de aves, en Tlaxcala, al este de la ciudad de México. Para él, un ave enjaulada es un ave maltratada. “Esa ave está acostumbrada a volar, a ser libre”, dice. “Entonces imagínate … Alguien la toma, la mete en una jaula, la vende y toda su vida se volvió una cárcel. ¿Y cuál es el pecado de las aves?”.

Quienes se dedican a la ciencia creen que capturar aves puede afectar el tamaño de las poblaciones silvestres, en particular mediante el tráfico ilegal, dice Blanca Roldán Clarà, bióloga de la Universidad Autónoma de Occidente en el estado de Sinaloa, pero la destrucción del hábitat y la contaminación son consideradas amenazas mayores. Aun así, ambientalistas de México han llevado a cabo campañas en contra de los pajareros desde hace años.

Cerca de 2004, Cosijoopii Montero Sánchez empezó a enfocarse en vendedores de aves en su ciudad natal de Monterrey, al norte de México, cerca de la frontera con Estados Unidos. Si veía a un pajarero, hacía un “arresto ciudadano” y llamaba a la policía; si el pajarero no tenía consigo todos sus papeles, con frecuencia la autoridad le confiscaba sus aves. Eso apenas tuvo impacto en el gremio, hasta la llegada de las redes sociales.

Montero es el director del grupo de activismo ambiental Reforestación Extrema A.C. “En nuestras redes sociales, la gente nos avisa, ‘Oigan, hay un pajarero en tal, cual, mercado’. Nos manda la fotografía, nos manda la ubicación”, explica. “Si no podemos ir nosotros, ya hablamos directamente a la policía”. Sin embargo, ya rara vez necesita de su red: su campaña fue tan exitosa que no ha visto a un pajarero en Monterrey desde hace años.

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Patricia Zavala Gutiérrez, GPJ México

Antonio Mendoza Noguez, el cura de la parroquia de San Bartolomé Apóstol, rocía agua bendita sobre las aves enjauladas.

Ahora que la lucha por las aves llega a los niveles más altos del gobierno, los pajareros temen convertirse en una especie en peligro ellos mismos. Roldán, la bióloga, ha estudiado a la comunidad. “Ese modo de vida es parte de su identidad”, dice. “Cuando a una familia le dices, ‘Tú ya no vas a realizar este oficio’, le quitas su esencia, su herencia”. Hernández Vázquez cree con firmeza que su profesión persistirá, sin importar las restricciones. “No dejaremos de hacer nuestras tradiciones, seguiremos hasta que Dios lo permita”.

Al final de la peregrinación, comienza la misa. Los pajareros piden a Dios que les ayude a sobrevivir la pandemia, que dejó calles desiertas de clientes y les despojó su ingreso, y los diversos esfuerzos para acabar con su gremio. El sacerdote reza por la comunidad, luego camina de torre en torre bendiciendo a las aves con gotas de agua bendita. Después de esto, la mayoría de los pajareros se van a casa, aunque algunos se quedan con la esperanza de vender aves a la gente que pasa.

Patricia Zavala Gutiérrez, GPJ México

La peregrinación fue la primera desde la pandemia por el coronavirus, que dejó vacías las calles y sin sustento a los pajareros.

Patricia Zavala Gutiérrez es una reportera de Global Press Journal radicada en México.


NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN

Gerardo Velázquez, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.