SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, MÉXICO — Cuando a Christian Bautista Pérez le diagnosticaron epilepsia y trastorno de déficit de atención a los 2 años de edad, su hermano mayor, José Luis Bautista Pérez, de inmediato pensó en las creencias de su familia tsotsil. “Decían mis abuelos allá, pues cuando alguien sale una persona epiléptica porque se iba a convertir en hechicero, pero no se pudo. Piensan que sí es algo de salud que le pasó por, a lo mejor, algo que no comieron o … maldiciones, situaciones como más inexplicables”, dice.
Bautista Pérez y Christian, quien actualmente tiene 14 años, viven en Yalchitom, una comunidad de San Juan Chamula, uno de los 17 municipios de los Altos de Chiapas, zona donde el 90% de la población es indígena, principalmente tsotsil. Según el censo de 2020, alrededor del 8% de los habitantes de los Altos de Chiapas tienen una discapacidad o condición que limita sus actividades diarias.
Décadas de investigación demuestran que la probabilidad de tener una discapacidad es muy desproporcionada en los pueblos indígenas en todo el mundo. Los conceptos culturales erróneos, la falta de apoyo gubernamental y el poco acceso a la atención médica agravan los desafíos de tener una discapacidad en las comunidades indígenas. “Nos dimos cuenta de que había varios niños ahí. Ya los tienen ahí en la casa, [las familias] no les buscan ayuda y, por lo tanto, por lo mismo, pues los niños se quedan así, como no reciben ayuda”, explica Bautista Pérez.
Pero una experta jinete del municipio de San Cristóbal de Las Casas puso en marcha una iniciativa para cambiar esta situación.
Ángeles Ríos fundó Equitach, un centro de equinoterapia, hace 10 años. El centro empezó con un caballo y nueve niñas y niños; ahora tienen seis caballos y asisten a alrededor de 90 familias de los Altos de Chiapas, muchas de las cuales son tsotsiles, como Christian, quien ha ido a terapia allí durante siete años.
“Antes de llegar acá en Equitach casi no respondía preguntas si le preguntamos algo y él contesta las mismas con las mismas palabras. Y ha mejorado mucho. Le gusta mucho escribir, leer, le gusta mucho dibujar y hacer rompecabezas”, explica Bautista Pérez.
La equinoterapia, también conocida como terapia asistida por caballos, no es algo nuevo; las personas veteranas de la Primera Guerra Mundial que tenían alguna discapacidad fueron tratadas en el Reino Unido con equitación terapéutica, y un estudio documenta la práctica desde la Grecia antigua. Sin embargo, este tipo de terapia no obtuvo impulso hasta que se estandarizó en Estados Unidos y en Europa en la década de 1970. Ahora, la Professional Association of Therapeutic Horsemanship International (Asociación Profesional Internacional de Equitación Terapéutica) tiene más de 800 centros miembros en todo el mundo, incluso en China, Corea del Sur y Zimbabue.
Diversos estudios a lo largo de varias décadas han demostrado que, para niñas, niños y personas adultas con discapacidades, la equinoterapia produce beneficios físicos, mentales y sociales, como mejoras en la tolerancia al ejercicio y en la movilidad (facilita tareas cotidianas como trabajar, estudiar y el autocuidado), en las interacciones interpersonales y en la calidad de vida en general.
Sin embargo, para las personas originarias de algunos pueblos indígenas, el proceso puede ser mucho más lento, dice Ríos. “Comúnmente en las comunidades hay quienes ven a las discapacidades como una maldición. Esto hace mucho más difícil el proceso de rehabilitación, ya que ni las mismas familias se sienten confiadas y seguras para presentarlos, tratar de integrarlos a la sociedad”, afirma.
Ríos explica que, para padres y madres, las primeras sesiones pueden ser aterradoras: “Vas a subir a tu hijito con discapacidad a un animal de 600 kilos. Los caballos se asustan, son animales nerviosos, son animales presas y el animal en naturaleza es un animal que se mueve rápido, es un animal impulsivo. Entonces necesita un entrenamiento profesional para hacerlo un animal seguro para un niño con discapacidad”.
Por estas características, explica Ríos, los caballos esperan ser guiados, seguir a un líder, lo que obliga a las y los jinetes a desarrollar confianza en sí mismos. “Y eso les da muchísimas tablas para el día a día”.
“Lo que se hace son herramientas de fortalecer los sentidos y fortalecer su fuerza física … y apoyar a los papás y mamás a que suelten”, dice Yuritzin Osuna, terapeuta colaboradora de Equitach. “Ese es otro tema, la sobreprotección”.
Dominga Gómez es una mujer de 58 años y de origen tsotsil originaria de San Juan Chamula. Dos de sus hijas y uno de sus hijos tienen una discapacidad y asisten a terapia en Equitach. Dice que la mejoría ha sido notable. Su hijo, Marcelino Gómez, de 33 años, que no caminaba, ahora puede hacerlo con ayuda y también se puede bañar solo. “Les encanta ir con los caballos, se emocionan cuando saben que van a las sesiones”, señala Dominga Gómez.
Ríos dice que han tratado a personas con enfermedad de Parkinson, síndrome de Down, trastornos del espectro autista, discapacidad visual, retraso psicomotor, trastorno por déficit de atención y trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Hay quienes se han convertido en jinetes profesionales; o quienes han aprendido a caminar de nuevo, a usar sus sentidos y a volverse más independientes.
Christian llega a Equitach todos los lunes por la mañana. “Estoy feliz aquí”, dice. Con la ayuda de Ríos, se monta en el caballo. A veces pasean lejos del centro, por las montañas nebulosas de la sierra chiapaneca.
Marissa Revilla es reportera de Global Press Journal, radicada en San Cristóbal de Las Casas, México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.