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Mientras el conflicto armado pone en riesgo el sustento de los agricultores en Chiapas, los hombres se unen a las mujeres en el telar

Durante décadas, el conflicto armado en el estado más al sur de México, Chiapas, ha amenazado los medios de subsistencia de los agricultores de la región. Para mantener a sus familias, los hombres de la zona han vuelto al hogar a participar de la antigua tradición que por mucho tiempo han realizado las mujeres: el tejido.

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As Armed Conflict Threatens Farmers’ Livelihoods in Chiapas, Men Join Women at the Loom

Marissa Revilla, GPJ México

Marcelino Santiz Pérez sembraba café, pero debido al conflicto entre los dos pueblos, ahora trabaja como tejedor.

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, MÉXICO — “Sabía que las personas se iban a burlar de mí”, dice Marcelino Santiz Pérez. Él es uno de los algunos hombres de Chiapas, México, que teje, incluso aunque otros vean esta ocupación como un trabajo de mujeres.

“Tuve el valor de seguir aprendiendo y apoyar a la familia”, dice Santiz Pérez.

Muchas familias no tienen acceso a sus tierras debido al conflicto armado entre los municipios chiapanecos de Chenalhó y Aldama. El alto al fuego en junio de 2019 no fue capaz de detener las agresiones. Con conflictos territoriales que datan de décadas atrás y más ataques violentos en los últimos cinco años, los hombres rompieron con la tradición y comenzaron a tejer.

El tejido es fundamental para que el legado maya resista. Se percibe a las mujeres tsotsiles y tseltales como las propietarias y las portadoras de la tradición, misma que han transmitido a las mujeres de cada generación. A medida que los hombres se hacen visibles como tejedores, este complejo impacto desafía los roles de género, pero también genera inquietudes cuando los hombres ocupan un importante lugar para las mujeres.

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Marissa Revilla, GPJ México

Marcelino Santiz Pérez y su esposa, Antonia Santiz Ruíz, tejen. A diferencia de los hombres, las mujeres suelen usar sus prendas tradicionales.

Santiz Pérez y su familia perdieron sus cafetales porque las tierras eran parte de un área invadida. Ahora, solo el tejido y el trabajo como jornaleros los mantienen a flote. Cuando hay pedidos de tejidos, Santiz Pérez ayuda; pero cuando no hay, tiene que ir a buscar un trabajo temporal.

El conflicto territorial entre los residentes de Aldama y Chenalhó data de la reforma agraria en los años setentas, cuando el gobierno nacional cedió 60 hectáreas (148 acres) de tierra de los propietarios ancestrales de Aldama a Santa Martha, en Chenalhó. Desde entonces, los acuerdos han estipulado que la propiedad de Aldama sería respetada, pero Santa Martha no los ha cumplido. Después, en febrero de 2014, Aldama le prohibió el acceso a Santa Martha al agua de manantial en el territorio en conflicto, y la gente de Santa Martha respondió expulsando a las familias de sus campos. Con los años, esto ha ocasionado la destrucción de los árboles frutales de las tierras, la expulsión de las familias de sus casas a punta de pistola y la quema de sus hogares.

“Teníamos 40 hectáreas (99 acres) de cafetales y, sin escrúpulos, estas gentes vinieron, nos despojaron de nuestras casas, las quemaron, y desperdiciaron el valor de 40 hectáreas (99 acres) de café”, dice Adolfo Victorio López Gómez, presidente municipal de Aldama bajo un sistema de autogobierno indígena.

Cristóbal Santiz, un residente de Aldama que no tiene ningún parentesco con Marcelino Santiz Pérez, dice que la economía local se ha visto gravemente afectada y muchas personas han migrado a otros estados para hacerse cargo de sus familias, ya que perdieron sus cosechas.

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Marissa Revilla, GPJ México

María Ruíz Santiz aprendió a tejer a los nueve años. Su mama le enseñó.

“Por ejemplo, yo, mi cafetal quedó dentro de las 60 hectáreas (148 acres). Mi milpa quedó en otra comunidad y no he podido sembrar, está en Xuxch’en”, dice Santiz, y explica que los tiroteos regulares dificultan llegar a los campos.

Su familia utiliza un telar de cintura para tejer fundas de cojines, servilletas y huipiles, una túnica holgada indígena que se usa tanto de diario como para las ceremonias. No tienen una tienda; en cambio, sus vecinos, amigos y familiares de Aldama les envían los pedidos y se encargan de venderlos.

Rosa Gómez Ruíz, de Aldama, aprendió a tejer a los seis años. A los 14, ya hacía blusas, servilletas y cojines.

“En mi familia, hace como 4 años solo hacíamos nosotras, mis hermanas con mi mamá, y ahora, pues, quisieron aprender mis hermanos y ya saben cómo se hace un telar de cintura”, dijo Gómez.

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Marissa Revilla, GPJ México

El tejido es fundamental para que el legado maya resista. Las mujeres tsotziles y tseltales transmiten la tradición a sus hijas para mantenerla viva.

Sus hermanos trabajan en el campo cuando pueden; limpian café y milpa para otra persona que los contrata. También trabajan en sus casas en los telares de cintura. No quieren salir porque les da pena y mejor tejen adentro”, dice Gómez Ruíz.

María Ruíz Santiz y su familia se mantienen elaborando artesanías. También solían plantar café, pero sus tierras están cerca de Santa Martha y los disparos constantes de los civiles armados les impiden trabajar en los cafetales. Ella dice que, para su yerno, el telar de cintura fue difícil al principio, pero con la práctica pudo dominarlo y ahora disfruta tejer. Pero prefiere tejer de noche, adentro y sin que nadie lo vea.

Alberto López Gómez comenzó a tejer hace cinco años. “A los 25 años empecé a trabajar el telar de cintura. Antes era agricultor; soy agricultor. Nos dedicamos a los cafetales, al maíz, frijol, chilacayote, calabaza, y a la apicultura, y después cambié mi vida y soy tejedor, artesano”, dice López Gómez.

La situación económica provocada por el conflicto está lejos de resolverse, ya que las dos comunidades no se ponen de acuerdo en ninguna propuesta.

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Marissa Revilla, GPJ México

Alberto López Gómez comenzó a tejer a los 25 años de edad.

Hace poco, el gobierno propuso entregar las 60 hectáreas (148 acres) al gobierno estatal para reforestar, y que los residentes de Aldama recibieran 180 hectáreas (445 acres) en el municipio de Ixtapa, a 50 kilómetros (31 millas) de distancia.

“Los comuneros pues no lo aceptan porque hay gente que tiene solo un pedazo de tierra de 25 por 25 (82 por 82 pies) o 25 por 50 (82 por 164 pies). Algunos tienen una hectárea (2.5 acres), dice Santiz. Explica que sus antepasados han vivido en estas tierras durante años y no tiene sentido para ellos viajar tan lejos por un pedacito de tierra.

En junio de 2019, se firmó en el Palacio de gobierno del estado un acuerdo de no agresión entre los residentes de Aldama y Santa Martha, pero la tensión y la violencia continúan.

“Desde junio hay disparos, hay personas que han tratado de entrar a sus cafetales donde perdieron sus cosechas. Hay días que cuando los ven les disparan”, dice Cristóbal Santiz.

Incluso el 4 de junio, día en que se firmó el acuerdo, los comuneros de Aldama informaron que hubo dos disparos de un arma de alto calibre en la comunidad de Xuxch’en, Aldama, según explica Cristóbal Santiz.

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Los tiroteos y los ataques desde el pueblo de Santa Martha han continuado durante todo el 2019. Los marcadores grises indican los ataques que ocurrieron antes del acuerdo de no agresión del 4 de junio de 2019, mientras que los marcadores rojos muestran los ataques que sucedieron después de que se firmó el acuerdo. Los marcadores blancos señalan las comunidades desde donde se produjeron los disparos.

El 27 de julio, Filiberto Pérez Pérez recibió un disparo y murió. Él se encontraba con su familia en el velorio de su abuela. “Hace unos momentos, disparos de armas de fuego de alto calibre desde la telesecundaria de Santa Martha hacia la comunidad de Tabak, Aldama. El herido acaba de fallecer”, informó Cristóbal Santiz en ese momento.

Los residentes de Aldama dicen que los ataques continuán este mes.

Aída Carrazco, GPJ, tradujo este artículo al español.

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