BUENOS AIRES, ARGENTINA — En 2017, Noelia Martínez obtuvo un préstamo del gobierno por 300.000 pesos argentinos (unos 7.600 dólares actuales) para comprar su primera casa. En ese momento, la casa que esperaba comprar le habría costado 770.000 pesos (unos 19.500 dólares hoy).
Pero cuando Martínez vio que el valor del peso argentino había descendido de 20 por un dólar a apenas una fracción de dólar por el mismo valor en tan solo unos meses a principios de este verano, sus sueños se derrumbaron. El préstamo del gobierno al que había accedido ya no le bastaba para comprar la casa que necesitaba, que entonces pasó a valer más de un millón de pesos (que ahora equivalen a 25.380 dólares). El peso se sigue devaluando. A finales de septiembre, la tasa de cambio estaba en unos 39 pesos por dólar.
Martínez dice que ya había vendido su auto para poder pagar la cuota inicial de su casa. Espera poder cancelar el préstamo.
“Nos daría pena renunciar al sueño de la casa propia, pero no hay muchas alternativas”, dice.
Martínez vive con su esposo y sus dos hijos en la parte trasera de la casa de su suegra.
Su problema es común en Argentina, donde fuentes oficiales estiman que el 25 por ciento de los hogares sufre de déficit habitacional, es decir que sus casas son demasiado pequeñas para sus familias.
Esta crisis habitacional fue causada por los altibajos de la economía argentina. La caída libre de la economía en 2001 redujo salarios y limitó las opciones laborales de la clase media argentina, lo que empujó a muchos hacia el mercado laboral informal. Mientras tanto, los precios de las viviendas se dispararon y la disponibilidad de vivienda asequible no se ajustó al ritmo del crecimiento de la demanda.
Sin embargo, funcionarios del ministerio de vivienda del país dicen que tienen una posible solución: kits de casas prefabricadas, manufacturadas rápidamente y a bajo costo, y luego instaladas en Argentina, a un precio totalmente cubierto por un préstamo de ProCreAr, el mismo préstamo que recibió Martínez. Sin embargo, los fabricantes probablemente serían compañías extranjeras.
Los préstamos ProCreAr del gobierno son entregados a través de un sistema de lotería, con una preferencia por familias monoparentales, solicitantes con hijos, personas con discapacidades y otros grupos vulnerables.
Se espera que este año se abra una convocatoria de compañías que fabrican estos kits, según dice Marcelo Busellini, el director nacional de nuevos desarrollos del ministerio de vivienda. Los funcionarios del gobierno esperan que la mayoría de las compañías que participen de esta convocatoria serán de propiedad china, dice Busellini.
Es la primera vez que Argentina abre una licitación internacional para construcción de vivienda, dice el funcionario del ministerio.
El objetivo es construir 10.200 viviendas en terrenos públicos para mediados de 2019. Eso es apenas un pequeño porcentaje del 1,5 millón de viviendas que se necesitan, según datos de la Subsecreataría de Desarrollo Urbano y Vivienda. Si la primera fase sale bien, el proyecto podría expandirse rápidamente y varios miles de casas podrían ser construidas rápidamente, dice Busellini.
Los beneficiarios de las primeras casas construidas serán quienes ya fueron aprobados para recibir préstamos de ProCreAr, personas como Martínez.
“Queremos reducir el déficit habitacional sin endeudar al país”, dice Busellini.
Pero hay un problema: Una vez que una compañía (probablemente extranjera) provea los kits de vivienda, esa misma compañía será contratada para ensamblarlos, dice Busellini. Entre siete y ocho obreros podrán construir una casa en una semana, dice.
Eso podría destruir casi por completo la industria de la construcción nacional, dicen constructores locales.
El gobierno espera que el costo total de construir una casa sea de 800 dólares (31.500 pesos) por metro cuadrado. En comparación, el valor medio de una vivienda en los Estados Unidos es de 1615 dólares (63.600 pesos) por metro cuadrado.
Es un precio que Federico Carreto, miembro de la Directorio de la Federación de la Construcción de la Provincia de Buenos Aires, cree que la industria local puede igualar.
“No estamos lejos de esos números. El costo de edificación de una vivienda de clase media, media-alta, es de 1100 dólares (43.300 pesos) por metro cuadrado. Si se hacen viviendas sociales, o en mucha cantidad, esos valores tienden a bajar”, dice Carreto.
Su principal preocupación es que el nuevo modelo de construcción, que el gobierno dice que podría solucionar la crisis de vivienda, también podría excluir a muchas personas de trabajar en lo que podría ser el proyecto de construcción más grande de la nación.
Esa es una consecuencia natural de la industrialización, dice Carreto.
“Por más que se haga con mano de obra nacional, va a ser poca gente moviendo máquinas de mucha tecnología”, dice Carreto.
Las estructuras prefabricadas son una tendencia al alza alrededor del mundo, especialmente en áreas con déficits de vivienda. En los Estados Unidos, el trabajo que involucra componentes prefabricados creció del 13 por ciento de todas las construcciones en 2010 al 35 por ciento en 2016, según una investigación hecha por Fails Management Institute, una empresa de construcción e ingeniería.
A finales de 2016, una asociación de vivienda del Reino Unido anunció una alianza de 2,5 mil millones de libras (3,2 mil millones de dólares) con la China National Building Material Company para construir seis fábricas en el Reino Unido, de las cuales se espera que produzcan 25.000 casas prefabricadas cada año. Fuentes de noticias locales y globales reportan que la empresa China Wu Yi abrirá una fábrica de materiales prefabricados en Kenia. La fábrica producirá partes de construcción, como estructuras de acero prefabricadas.
Este no es un concepto nuevo. A principios del siglo XX, Sears, Roebuck & Company vendió kits de casas a través de su catálogo a compradores en los Estados Unidos. Algunas de estas casas todavía siguen en pie y son admiradas por su diseño.
En Argentina, el sector de la construcción sigue creciendo. Es la quinta industria más grande del país, por número de trabajadores registrados. En junio de 2018 había 201.756 trabajadores de construcción del sector privado, según un informe del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social. La industria de la construcción también depende en gran medida de la mano de obra informal, que no está reflejada en este informe.
El proyecto también podría poner en riesgo el futuro de los fabricantes de ladrillos de Argentina, puesto que las casas prefabricadas están hechas de madera, marcos de acero y paneles de concreto. Actualmente, la mayoría de los proyectos de construcción usan ladrillos, incluso edificios grandes.
“Todo lo que es importación destruye el trabajo. Esto va a tener un impacto importante en nuestra actividad y en muchas actividades dentro de la construcción”, dice Luis Cáceres, secretario general de la Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina. “El ladrillo no se exporta, nosotros dependemos del consumo interno”.
La fabricación de ladrillos es una actividad tradicional en Argentina. Aunque hay fábricas y cooperativas de ladrillos, la mayoría de los trabajadores del sector produce ladrillos en hornos familiares, ubicados cerca a sus casas o ranchos, dice Cáceres.
En 2014, según datos del gobierno, había 160.000 familias fabricantes de ladrillos en Argentina.
Busellini cree que las empresas locales no pueden trabajar a la escala necesaria para construir tantas casas al mismo tiempo. Algunas de las empresas chinas exigen un mínimo de 5000 casas en un solo proyecto, dice.
“No hay empresas locales que tengan la posibilidad de conseguir financiamiento, ni producir tanto volumen”, dice Busellini.
Carreto admite que las empresas de construcción argentinas probablemente no podrán acceder a financiación a precios tan bajos como las chinas. Las tasas de interés son altas para todos en Argentina debido a los problemas económicos del país. Carreto incluso reconoce que las empresas chinas probablemente tienen más experticia tecnológica.
“Es una competencia bastante desleal competir con empresas que tienen tecnología, máquinas chinas y financiamiento blando al que todavía no tenemos acceso”, dice.
Martínez, la madre que no pudo entrar al mercado inmobiliario debido a los altos precios causados por la inflación, dice que sus requisitos de vivienda incluyen asequibilidad, es decir, que pagaría en pesos, no en alguna moneda extranjera, sin importar qué tan estable sea.
Sus otras preocupaciones no tienen mucho que ver con quién construya su casa. Más bien, Martínez se preocupa por si la casa será construida en un lugar en el que pueda construir su vida.
La propuesta de construir con kits de casas fabricados por compañías extranjeras es “interesante”, según dice, pero está aplazando su opinión definitiva hasta que pueda asegurarse de que sus hijos puedan acceder fácilmente a una escuela y ella pueda llegar fácilmente al trabajo desde estas casas.