BUENOS AIRES, ARGENTINA — La Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno de Argentina, está llena de estudiantes universitarios y de profesores con escritorios y pizarras improvisadas.
Han llevado sus clases a las calles, a este espacio tan público, para protestar contra los bajos salarios de los profesores y los mezquinos presupuestos universitarios.
Teresa Politi, una candidata a doctorado en cardiología y una de las manifestantes en la plaza, le dice a otro investigador en la protesta que lleva un registro de cuánto valen, en dólares, su salario y su beca académica, que le entregan en pesos argentinos, para poderles explicar a las revistas científicas por qué no puede costear las tarifas de publicación que le exigen.
El investigador responde con una historia similar: cada vez que una editorial le pide escribir un artículo académico o un capítulo para un libro, inmediatamente dice que no tiene dinero para las tarifas de publicación.
Politi explica que no hay dinero en el presupuesto de su programa de investigación para pagar por internet en su oficina o participar en conferencias. Todo eso sale de su propio bolsillo, dice.
“Ahora todo el mundo me dice que nací en el país equivocado para investigar. Me da bronca que con las cosas que están pasando no tengo argumentos para decirles que no tienen razón”, dice.
Hay una seria escasez de dinero para los investigadores de Argentina en general (lee nuestra cobertura de este tema aquí), pero uno de los aspectos de la crisis de presupuesto que preocupa particularmente a esos académicos es que no les alcanza el dinero para publicar sus trabajos en pagas revistas académicas. Sin esa publicación, su investigación tan solo tendrá una pequeña fracción de su impacto potencial, dicen. Y sin ese impacto, los investigadores tendrán menos posibilidades de conseguir las principales becas internacionales que hacen posible su trabajo, dicen.
Es difícil precisar los detalles exactos de cómo gasta su dinero el gobierno argentino, pero el presupuesto para la ciencia ha sido recortado sustancialmente y eso ya había ocurrido desde antes de que nuevas medidas de austeridad tomaran efecto en meses recientes, según dicen algunos analistas.
El presupuesto de 2018 para ciencia y tecnología es de casi 35.000 millones de pesos (o aproximadamente 1.000 millones de dólares). Eso es casi el 1,2 por ciento del presupuesto total de Argentina. Para los investigadores en campos científicos, ese recorte de presupuesto implica que tendrán incluso menos posibilidades de pagar para que su trabajo sea publicado.
Las revistas académicas indexadas (que aparecen en una base de datos con alcance internacional) les cobran a los autores entre 800 y 5000 dólares (entre 28.385 y 177.408 pesos argentinos). Esos pagos suceden al final de un largo y costosos proceso de investigación. La mayoría de investigadores pagan sus insumos en dólares, mientras que las becas les pagan en pesos que pierden valor constantemente.
El monto máximo de las becas entregadas por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica es de 460.000 pesos por año (unos 13.000 dólares, según la tasa de cambio a principios de noviembre), dice Claudia Capurro, la investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
La organización de Capurro, el Instituto de Fisiología y Biofísica Bernardo Houssay, ganó una beca en 2016. La beca terminará en 2019.
Capurro es una especialista en salud cardiovascular. Su investigación se presta mejor a revistas científicas pagas, dice, pero incluso con la beca de su organización, Capurro suele enviar su trabajo a publicaciones que no le cobran una tarifa. Esas publicaciones, dice, usualmente no son las ideales.
“No podemos costear los costos de publicación”, dice Capurro. “Priorizamos usar el poco dinero del subsidio en insumos”.
Argentina no está entre los más de 100 países que reciben exenciones o reducciones de Plos, un grupo de las principales revistas académicas, pero un programa de asistencia está disponible para los investigadores y científicos que demuestren que lo necesitan. Un representante de esa organización le dijo a Global Press Journal que la compañía no puede proveer información sobre cómo determina las exenciones o las reducciones.
Viviana Martinovich, directora ejecutiva de Salud Colectiva, una revista académica gratuita que aparece en bases de datos internacionales y que está basada en Argentina, dice que la solución no es aumentar la financiación de las becas, sino que el sector editorial cree revistas gratuitas.
Argentina es el hogar de varias revistas académicas, dice Martinovich, pero la mayoría de ellas no son indexadas. Solo los artículos publicados en revistas indexadas contribuyen al índice h (un sistema de clasificación reconocido globalmente que toma en cuenta la cantidad de veces que ha publicado un autor y si esas publicaciones han sido citadas por otros) de un investigador.
“Lograr que una revista se indexe es muy costoso, en términos de tiempo y trabajo”, dice Martinovich y añade que la aprobación puede durar hasta un año.
La mayoría de editoriales que buscan indexar una revista no lo logran, dice Martinovich, a causa de los altos estándares del proceso.
Esta clase de desilusión es común entre quienes trabajan en las ciencias en Argentina. No es la primera vez que el sector se ha enfrentado a retos serios. Con los continuos problemas económicos del país y una larga historia de fuga de cerebros en la que académicos y otros tipos de expertos buscan mejores opciones en otros lugares, Martinovich está convencida de que las mejores soluciones tendrán que ser locales.
“No es la primera vez que hay una crisis ni que el sistema de ciencia y tecnología pasa un mal rato”, dice. “Es difícil plantear proyectos a largo plazo, como mantener e indexar una revista en estos contextos”.
Pablo Medina Uribe, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.