BUENOS AIRES, ARGENTINA – El padre de Sofía Rodríguez mató a su madre, Noemí Cristina
Rodríguez, en mayo de 2019. Cuando un policía de Buenos Aires volcó la cartera que llevaba
en ese momento, lo primero en caer fue la perimetral. “No le sirvió de nada tener el papel
ahí. Ella la llevaba como un escudo. Le parecía que si la tenía ahí no le iba a pasar
nada”, dice Rodríguez. Su madre ya había presentado denuncias policiales contra el agresor
varias veces, y el documento le ordenaba mantener cierta distancia de ella.
Desde 2009, Argentina cuenta con una de las leyes contra la violencia de género más
avanzadas de la región, que incluyen diversas medidas de protección. Algunas, como los
botones antipánico y aplicaciones para celular, permiten dar aviso inmediato a las fuerzas
de seguridad ante una situación de riesgo. Y más recientemente, el país ha introducido
dispositivos de seguimiento GPS duales, en los que el agresor lleva un dispositivo de
seguimiento en el tobillo y la denunciante recibe un sensor de mano o de pulsera. Cuando
el agresor se acerca demasiado, tanto la denunciante como las autoridades son
automáticamente notificados de que el agresor violó la prohibición de alejamiento.
Pero esas medidas no sirvieron para proteger a Melissa Julieta Kumber, una policía
asesinada por su expareja, también policía, en 2019. Kumber había denunciado previamente
al femicida y conseguido que la justicia le impusiera una orden de restricción, pero no
fue suficiente, lamenta su madre, Claudia Vallejos. “No alcanzó y yo creo que la única
medida que podría salvar a una mujer de un femicidio es que cuando la mujer denuncia lo
detengan [al agresor] y se investigue a fondo”, dice Vallejos.
Las cifras de asesinatos de mujeres en Argentina casi no han cambiado desde 2008, el
primer año del que se dispone de datos. Esta situación no es exclusiva de Argentina; sino
que es igual en la mayor parte de América Latina y el Caribe, donde la legislación que
aborda la violencia de género está muy extendida.
Costa Rica se convirtió en el primer país en penalizar el femicidio, término acuñado en la
década de 1970 por la autora y feminista británica Diana Russell. Ella lo definió como “el
asesinato de mujeres a manos de hombres por el hecho de ser mujeres”. Desde entonces,
otros 18 países han adoptado la clasificación.
De esos 18 países, 13 han implementado leyes integrales para frenar la violencia de
género. Estas leyes contienen medidas preventivas, iniciativas educativas y reparaciones
para apoyar a las familias afectadas por ese tipo de violencia. Entre ellos se encuentra
México, donde los feminicidios – como el crimen es legalmente definido en México -- han
aumentado. En 2021, en el transcurso de un año, más de 1,000 mujeres fueron asesinadas por
motivos relacionados con el género, lo que marca una tendencia preocupante.
Y en el Caribe, donde las jurisdicciones han tardado mucho más en tipificar el delito de
femicidio, las tasas de violencia doméstica son de las más altas de la región.
¿Significa eso que las leyes – y las medidas de protección e iniciativas de prevención que
las acompañan – no están funcionando?
Para Alejandra Valdés Barrientos, coordinadora del Observatorio de Igualdad de Género de
América Latina y el Caribe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL), la cuestión es compleja. “Ir contra cultura implica una pelea legislativa
difícil”, dice. “Es muy difícil de cambiar y de erradicar el femicidio por las condiciones
en que se da, que es una perpetuación (…) de patrones culturales, patriarcales,
discriminatorios y violentos, y el predominio de la cultura del privilegio en los
hombres”.
Barrientos añade que, si bien la mayoría de estos países han introducido cambios en sus
códigos penales, muchos carecen de legislación que aborde adecuadamente la prevención,
como la regulación de la representación mediática del género femenino, o la adopción de
programas educativos en las escuelas. “Podemos seguir haciendo grandes campañas mediáticas
una vez al año,” dice, “pero debemos actuar de manera permanente en la formación de
hombres y mujeres para producir cambios”.
Sin embargo, Valdés Barrientos reconoce que incluso el mero cambio del código penal tiene
efectos significativos en la sociedad y en el sistema judicial: permite que las
autoridades investiguen los delitos desde una perspectiva basada en el género y ayuda
tanto al Estado como a la sociedad civil a producir datos relevantes, señala.
Otro desafío en las leyes contra la violencia de género es garantizar que los y las
familiares de una persona que muere por femicidio reciban una reparación por parte del
Estado, afirma.
Argentina fue pionera en ese sentido con la Ley Brisa de 2018, la cual define la
responsabilidad del Estado para apoyar a las y los familiares de la mujer asesinada,
establece la cantidad de las reparaciones, y cuándo y cómo deben proporcionarse.
Para Rodríguez, solo las detenciones inmediatas podrían ayudar a mujeres en la situación
de su madre. “Yo siento que lo que me pasó no tiene cura. Se hace callito nada más y a
veces se reabre”, concluye.