CABO ROJO, PUERTO RICO — Andrés Maldonado recuerda la primera vez que salió del mar y se quedó ciego.
El pescador buzo, quien en ese momento tenía 19 años de edad, pensó que su pierna izquierda se movía sola.
“Me hinqué con un cuchillo y me saqué sangre, pero no me dolió”, dice mientras la brisa costera llega a su casa, decorada con los colores del océano y pinturas de criaturas submarinas. “Hasta que a lo lejos solo veía un punto negro”.
Los médicos lo diagnosticaron con la enfermedad por descompresión, una condición que ocurre cuando la presión del cuerpo se reduce demasiado rápido. El nitrógeno que normalmente se disuelve en el tejido y en el torrente sanguíneo se acumula y forma burbujas, similar a cuando se abre un refresco carbonatado – solo que mucho más letal. La sangre deja de circular y las funciones de los tejidos disminuyen.
Maldonado, hoy de 60 años, se recuperó días después y regresó a trabajar. Luego se enfermó nuevamente, un patrón cada vez más común entre los pescadores de Cabo Rojo, una región ecológicamente diversa de manglares y playas de arena blanca en la costa suroeste de Puerto Rico.
El calentamiento de las temperaturas del agua y los huracanes violentos han disminuido las poblaciones de peces, lo que ha obligado a estos trabajadores independientes a arriesgar su salud en aguas más profundas. Muchos pescadores superan los tiempos de inmersión seguros y carecen de acceso al tratamiento para la enfermedad por descompresión, lo que convierte una enfermedad curable en una letal.
“Aunque tú entiendas; cuando es un trabajo, tienes que esforzarte”, dice Maldonado, quien utiliza espejuelos gruesos ya que la condición le ha causado daños permanentes a su visión.
Maldonado, un hombre atlético con mucha energía, ha trabajado en el mar desde que tenía 13 años. En aquel entonces, décadas antes de que el huracán María azotara en 2017 y destruyera el fondo del mar, el mero, la langosta y el chillo se acercaban a la orilla. En aquellos tiempos, dice, los buzos no padecían de la condición con tanta regularidad.
Él conoce de alrededor de 10 incidentes desde enero. Uno de los aproximadamente 40 pescadores locales se enfermó recientemente con la enfermedad por descompresión, lo que le afectó gravemente el cerebro.
El coronavirus solo ha alterado aún más el trabajo de Maldonado ya que los restaurantes que compraban pescado cerraron y los clientes dejaron de gastar dinero. Puerto Rico todavía se está recuperando del huracán María, una bancarrota y las protestas en julio de 2019 por la presunta mala gestión gubernamental que condujo a la renuncia del gobernador. Maldonado ha perdido alrededor del 90% de sus ingresos.
La temperatura de la superficie oceánica alrededor de Puerto Rico ha aumentado unos 3 grados Fahrenheit desde 1910, según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica. Aun así, existen pocos datos sobre el número de pescadores buzos afectados por la enfermedad por descompresión en Puerto Rico.
Pero desde 2017, hasta 30 pescadores buzos al año han recibido tratamiento por primera vez en el hospital Centro Médico de San Juan. En la capital se encuentra la única cámara de tratamiento de emergencia de 24 horas de Puerto Rico, dice Pedro Luis Arroyo Ramírez, especialista en medicina subacuática. El número per cápita es similar al de países pesqueros en el Caribe, Japón o México, dice.
Los pacientes que se someten al tratamiento ingresan a una cámara hiperbárica, una máquina presurizada en forma de cilindro hecha de acero grueso que se asemeja a una nave espacial y puede acomodar hasta 20 personas. Se colocan una capucha en la cabeza e inhalan a través de tubos altas concentraciones de oxígeno para nutrir el tejido afectado.
Maldonado recurrió a la cámara hiperbárica después de su primer incidente y luego tres veces más. Hoy reconoce los síntomas de la enfermedad por descompresión — fuertes dolores de cabeza, pérdida de la visión — y él mismo se atiende con medicamentos de venta libre y un día de descanso.
“Me da un dolor de cabeza tan y tan grande que no me lo quita nada, hasta que no buceo otra vez”, dice.
Tratarse a sí mismo puede resultar aún más peligroso. Los síntomas pueden parecer mejorar, dice el Dr. Juan Nazario, director del Departamento de Medicina Hiperbárica, donde se encuentra la cámara que está disponible las 24 horas, pero la enfermedad sigue dañando el tejido en el cuerpo.
La forma más efectiva de prevenir la enfermedad por descompresión es espaciar las inmersiones, dice. Las tablas de descompresión, utilizadas por buzos profesionales de la Marina de Estados Unidos y otros lugares, recomiendan tiempos de descanso para ayudar al cuerpo a eliminar el nitrógeno absorbido.
Los pescadores como Maldonado comienzan su día a las 5 de la mañana y se sumergen hasta 130 pies en busca de carrucho y otras delicias del océano. Los descansos se convierten en un obstáculo para aquellos que esperan conseguir pescado fresco antes del mediodía.
“Si me guio por la tabla, el día no me da para pescar”, dice Julio Ramírez Cancel, un pescador de 70 años quien recibió tratamiento en la cámara hiperbárica hace dos años.
Pero el tratamiento inmediato, el que ayuda a prevenir el daño a los tejidos, no siempre es viable.
La ruta más corta desde Cabo Rojo hasta la cámara en San Juan toma alrededor de dos horas y media en carro pasando por zonas montañosas de gran altitud que solo empeoran los síntomas, dice Nazario.
Los pescadores enfermos pueden recibir servicio médico de emergencia por aire o en ambulancia para llegar a la cámara hiperbárica. Pero Maldonado dice que el servicio no es eficiente. El año pasado, un pescador en su comunidad tuvo que esperar tres horas y media para que una ambulancia lo llevara al hospital.
La Universidad de Puerto Rico está buscando formas de mejorar la situación de los buzos con fondos federales de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica. Investigadores universitarios han entregado a seis pescadores buzos relojes digitales para recopilar información sobre patrones de buceo. Ellos comparten los datos con médicos que trabajan con la cámara hiperbárica quienes analizan las tendencias de buceo y miden los riesgos.
El proyecto, conocido como Sea Grant, también educa a los buzos sobre los peligros de la enfermedad por descompresión, y a los consumidores sobre cuáles son los mariscos más sostenibles de aguas menos profundas.
Tales casos no son exclusivos de Puerto Rico. La mala salud de los buzos se extiende a las pesquerías tropicales de todo el mundo, dice René Esteves, asesor marino de Sea Grant. “Es una actividad arriesgada, pero tienen que traer dinero a casa”.
Algunos pescadores de Cabo Rojo encuentran que es demasiado peligroso y se han ido de Puerto Rico en busca de otro trabajo. Pero Maldonado no es uno de ellos. Sabe que puede morir en estas aguas, las que conoce desde su infancia.
“Los que nos quedamos es porque no tenemos plan b”, dice.
María Cristina Santos, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.
Este artículo, originalmente publicado el 2 de agosto de 2020, ha sido actualizado.