CIUDAD DE MÉXICO, MÉXICO — No hay supermercados en la segunda delegación más grande de la Ciudad de México y sus habitantes quieren que esto siga así.
Con calles adoquinadas que suben y bajan por colinas empinadas, el centro de Milpa Alta se siente como un pueblo pequeño. En vez de tener bolsas de plástico llenas de comida procesada, la gente lleva contenedores plásticos y metálicos con nopal, el cactus que crece aquí abundantemente y que es conocido por sus beneficios médicos.
El nopal suele ser servido con borrego, que también es criado en este barrio. Los campesinos les venden ambos productos a sus vecinos. Es un anticuado sistema que produce reacciones mediocres en guías turísticas, lo que sugiere que no hay nada interesante en este lugar, pero para la gente que vive aquí, una aversión a los supermercados modernos es un signo de compromiso con la comida local y la vida saludable. Los supermercados suelen ser apreciados por la cantidad de opciones que les ofrecen a los barrios en los que existen, pero para los habitantes de Milpa Alta, esas tiendas son un símbolo de una dieta diseñada por empresarios. Los planes de construir supermercados desde siempre han sido recibidos con una feroz oposición.
“La comunidad es 100 por ciento sana”, dice María del Carmen Rogel, de 48 años, quien ha vivido en Milpa Alta por 30 años. “Ya conocemos a los productores y de ahí consumimos”.
Como su esposo, del Carmen Rogel es una campesina que va cinco días a la semana al mercado del barrio a vender sus nopales y que, con el dinero que gana, compra frutas y vegetales que también son cultivados localmente.
“La comunidad basa su economía precisamente en este ciclo de producción y venta de los productos de manera local”, dice Alejandra Campos, de 62 años, subdirectora del gobierno de Milpa Alta. “[En el mercado local], el 100 por ciento de los locatarios son habitantes de la región”.
Con 137.000 habitantes, Milpa Alta es la segunda delegación más grande de la Ciudad de México, pero con campos de maíz y nopal cubriendo las colinas empinadas, se ve y se siente más como un área rural que como parte de una de las metrópolis más grandes del mundo. Milpa Alta produce el 90 por ciento de los nopales que se consumen en el área de la Ciudad de México, según datos del gobierno.
El nopal se suele servir con barbacoa, un plato que aquí se prepara con borregos criados en el barrio.
Javier Meza, de 50 años, ha criado borregos en la región desde hace 20 años. Los vende vivos por 700 u 800 pesos (36,56 o 41,79 dólares) cada uno. Meza también cultiva nopales y los vende tres veces por semana en el Centro de Acopio y Comercialización de Nopal-Verdura en Milpa Alta, un mercado al aire libre. Después, revisa cestos de basura buscando frutas y vegetales que no han sido vendidos debido a su apariencia y se los da a sus borregos.
La delegación recientemente recibió ayuda del gobierno de la ciudad para asegurarse de que este estilo de vida continúe. Hace dos años, el gobierno creó un programa llamado Agricultura Sustentable a Pequeña Escala de la Ciudad de México “Mejoramiento de Traspatios” para ayudarles a los campesinos dentro los límites de la ciudad. El programa está activo en siete de las delegaciones de la ciudad en las que las leyes de ordenamiento permiten tener tierras cultivables. A través de él, se pueden obtener codornices, conejos, pavos y pollos, así como provisiones para construir invernaderos.
Italia Soria Ordóñez, de 26 años, una de las monitoras del programa, dice que su propósito es fomentar una cultura alimentaria saludable que también pueda beneficiar financieramente a las familias. Herminia Ibáñez Cadena, una habitante de 49 años de Milpa Alta, recibió del programa 40 gallinas, dos paquetes de comida y materiales para un gallinero.
“Las voy a usar para mi sustento, para sacarle provecho al huevo” dice Ibáñez, “Y la caca de las gallinas la voy juntando para llevarla a mi nopalera [como abono]”.
Hay pocos desperdicios y los trueques son comunes, dice Ibáñez. Muchas veces les pide maíz, habas, chícharos o calabazas a sus vecinos a cambio de huevos o los nopales y manzanas que cultiva en su jardín.
“Eso es lo bueno de nosotros, que entre nosotros nos compartimos”, asegura Ibáñez.
Pablo Medina Uribe, GPJ, adaptó esta historia de su versión en inglés.