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Artesanas mexicanas innovan para preservar productos locales y mejorar sus economías

La cooperativa de artesanas Mujeres Sembrando la Vida ha dado a mujeres de Zinacantán, sur de México, la oportunidad de utilizar técnicas tradicionales indígenas de tejido para mejorar su situación económica. Las integrantes de la cooperativa innovan en diseños y técnicas para competir con alternativas más baratas producidas en otros países.

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Female Mexican Artisans Use Innovation to Preserve Local Craft, Thrive Financially

Adriana Alcázar González, GPJ Mexico

Pascuala Méndez, miembro del colectivo, teje usando un telar de cintura. La artesana intercala hilos horizontal y verticalmente, ajustándolos hasta formar un lienzo.

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ZINACANTÁN, MÉXICO – En una habitación repleta de hilos, telas y bordados, Yolanda Hernández Gómez se desplaza de un lado a otro para supervisar el trabajo de otras artesanas. Se detiene para revisar cuidadosamente los brocados que una de ellas está haciendo.

“Esta tela será una bolsa de mano”, dice Hernández Gómez.

La diseñadora y también artesana de Zinacantán, un municipio de Chiapas, el estado más al sur en México, sostiene entre sus manos la pieza de tela y cuenta que está elaborada bajo técnicas ancestrales en telar de cintura.

Hernández Gómez, de 29 años, lidera Mujeres Sembrando la Vida, una cooperativa fundada en 2009, que agrupa a 60 tejedoras.

Un producto barato es perjudicial para todas. Yo ya aprendí que mi trabajo como artesana vale”.

Tejer es una habilidad común en el sur de México. Las mujeres indígenas suelen utilizar técnicas tradicionales heredadas de sus ancestros, según explica Hernández Gómez. La gente del lugar -añade- usa ropa hecha con estas técnicas y los turistas suelen comprar las prendas. Pero esto implica que la industria local del tejido es competitiva, especialmente en la medida en que también entran a los mercados locales productos importados.

“¿Puedes imaginarte que aquí ya hay artesanía que traen de China o de Ecuador, y que es muy barata?, dice Hernández Gómez. “Yo no sé cómo lo hacen”.

Dentro del colectivo, una tejedora trabaja en promedio más de 15 horas para hacer una camisa o una falda, según explica.

De cara a la competencia, la cooperativa de Hernández Gómez desarrolla nuevos diseños. En lugar de añadir flores a telas lisas, tal como lo indica la tradición, las tejedoras de la cooperativa bordan sobre textiles con diseños.

“Eso le da un toque diferente”, dice. “Un aire más urbano”.

Las mujeres de la cooperativa también están confeccionando blusas con telas hechas en telar de cintura, lo cual -según cuenta- es inusual para este tipo de productos.

Las innovaciones de diseño han dado sus frutos. Hernández Gómez dice que las artesanas han casi triplicado sus ingresos. Y añade que, el año pasado, la cooperativa comenzó a vender sus productos a nivel nacional y global.

Una comercializadora de Nueva York compró, en 2015, 20 fundas de cojines, 100 bolsas de mano y 50 huipiles, por un valor total de 25.000 pesos (1.371 dólares), según detalla Hernández Gómez.

En abril de 2015, Chamuchic, una empresa que ayuda a las artesanas a vender sus productos online y al mayoreo, compró 150 collares tejidos y 50 huipiles realizados en telar de cintura, por un valor total de 15.000 pesos (823 dólares).

Claudia Muñoz Morales, fundadora de Chamuchic, cuenta que compró los productos de la cooperativa porque éstos se diferencian del resto de los textiles producidos en la región.

“No es la típica artesanía de Zinacantán”, dice. “Ellas hacen prendas con colores distintos, con dibujos geométricos. Además, están haciendo las blusas tejidas en telar y las demás artesanas usan telas de algodón común”.

En 2015, la cooperativa llegó casi a los 250.000 pesos (13.711 dólares) en total de ventas, según señala Hernández Gómez.

No es la típica artesanía de Zinacantán. Ellas hacen prendas con colores distintos, con dibujos geométricos. Además, están haciendo las blusas tejidas en telar y las demás artesanas usan telas de algodón común”.

Para las mujeres que integran el grupo, las innovaciones significaron un cambio de vida. Pascuala Méndez, de 30 años, cuenta que antes de unirse al colectivo, en 2013, ganaba 6 pesos (0,33 dólares) por hora. Ahora, gana al menos 15 pesos (0,82 centavos) por hora. Con ese dinero adicional, ha arreglado la casa en la que vive con su hija de 8 años.

“Un producto barato es perjudicial para todas”, dice. “Yo ya aprendí que mi trabajo como artesana vale”.

Aproximadamente un 65 por ciento de la población del municipio de Zinacantán vive en la extrema pobreza, con un ingreso mensual inferior a los 868,25 pesos (47,62 dólares) en áreas rurales, según datos del gobierno mexicano de 2010.

La innovación en las artesanías locales evita que estas artes mueran, dice Alejandra Mora, directora del Centro de Textiles del Mundo Maya, un centro cultural en el estado de Chiapas que promueve los textiles mayas y a las artesanas que los elaboran. Ella considera que sería positivo que muchas más diseñadoras indígenas adoptaran estas innovaciones como Hernández Gómez.

¿Puedes imaginarte que aquí ya hay artesanía que traen de China o de Ecuador, y que es muy barata? Yo no sé cómo lo hacen”.

Para garantizar que estas habilidades en tejido pasen a nuevas generaciones, la cooperativa abrió en 2012 una escuela llamada Yo’onik, en la que se enseña gratuitamente a los niños a tejer y bordar. Los niños también mejoran aquí su español, aprenden inglés y escriben tsotsil, la lengua del grupo étnico maya del mismo nombre. Los estudiantes pueden además tomar clases de computación básica. Cincuenta niños de entre 5 y 15 años asisten a la escuela, según señala Hernández Gómez y añade que cada miembro del colectivo dona el 10 por ciento de sus ganancias para financiar la escuela.

“Hay algunos pueblos indígenas que ya olvidaron las técnicas que sus abuelos usaban para tejer, y se ha perdido el uso de los textiles”, dice. “Nosotras consideramos que debemos reforzar la tradición, pero siempre adecuándola al presente. Y ésa es una manera de mantener vivo nuestro conocimiento, nuestro arte”.

Hernández Gómez espera replicar esta valoración del trabajo artesanal entre muchas otras mujeres indígenas de Zinacantán, de modo tal de que más artesanas y sus hijos se sumen a la cooperativa y a la escuela.

“Es importante que más mujeres se integren a la cooperativa. Pero, más importante es que más niños y niñas sean beneficiados por Yo´onik y que aprendan a tejer, a teñir, a hablar en inglés, a escribir en tsotsil, y hacer más fuerte nuestra cultura”.

 

Ivonne Jeannot Laens, GPJ, adaptó este artículo de la versión en inglés.