TULA DE ALLENDE, MÉXICO — La noche del 6 de septiembre de 2021, el río Tula desbordó su cauce inundando las calles de Tula de Allende, una ciudad con 115,000 habitantes a unos 100 kilómetros (60 millas) al norte de la Ciudad de México. El agua subió hasta los 2 metros (6.5 pies) de altura; dañó 2,500 edificios y provocó fallas en el sistema eléctrico. Diecisiete personas murieron.
El daño no desapareció con el agua. A medida que bajó de nivel, esta fue dejando rastros de lodo maloliente en paredes y objetos. “Por más que echamos cloro y vinagre, el olor y las manchas siguen ahí”, dice María Elena Sánchez, habitante de Tula de Allende. “Los de protección civil nos dijeron que tiráramos todo, que aun cuando limpiemos con cloro ya no va a servir nada”.
El río Tula es uno de los más contaminados de México. Por siglos, las aguas residuales de la Ciudad de México — una megalópolis con más de 22 millones de personas construida sobre el lecho de un lago sin salidas de agua — se han vertido sin tratar en el río Tula con poca consideración por las consecuencias que acarrearían río abajo.
Las inundaciones mortíferas como la de septiembre de 2021, sin embargo, no son comunes. En los dos años que han transcurrido, la gente de Tula de Allende y personas especializadas en la materia han unido fuerzas para entender lo sucedido, ya que esa noche no hubo precipitaciones anormales en la región.
Una conclusión que se hizo obvia fue que, en diciembre de 2019, el gobierno federal inauguró una importante obra en el sistema de drenaje de la capital: el Túnel Emisor Oriente — con 62 kilómetros (39 millas) de longitud y 7 metros (23 pies) de ancho — que por la impresionante cantidad de 33 mil millones de pesos mexicanos (1.8 mil millones de dólares estadounidenses) casi dobló la capacidad de drenaje de las aguas residuales capitalinas que se vacían en un reservorio al sur de Tula de Allende.
“Lo que pasó esta noche, estoy seguro, es que de alguna manera decidieron no retener el agua en Ciudad de México”, dice Dean Chahim, antropólogo de la Universidad de Stanford en Estados Unidos, quien investiga la ingeniería de control de inundaciones en la Ciudad de México. “No hay capacidad suficiente en los vasos reguladores [de la Ciudad de México]. Están tapados por obras, tienen mucho sedimento, hay desarrollos inmobiliarios. Por todo eso, el sistema de drenaje de la Ciudad de México se llena muy rápido”.
Manuel Olguín es biólogo y activista. Forma parte de la Red de Conciencia Ambiental “Queremos Vivir”, un colectivo de conciencia ambiental integrado por residentes del área de Tepeji-Tula como respuesta a las inundaciones. “Nosotros dijimos, ‘Nos vamos a inundar’, porque primero nos aventaron el Túnel Emisor Oriente. Lo sabíamos, lo dijimos y sucedió”, dice Olguín. “Estábamos luchando por mejorar la calidad del agua y recuperar nuestro río … y nos salieron con el regalo de enviarnos más agua sucia”.
Además del temor constante de las inundaciones anuales, la gente de Tula de Allende y poblaciones vecinas dicen que sienten que las autoridades tratan sus hogares como mero tiradero para el agua de la Ciudad de México, así que quieren ponerles un alto. La catástrofe de 2021 pudo haber sido la gota — o la inundación — que derramó el vaso.
‘Uno de los infiernos ambientales’
El río Tula es una de las muchas vías fluviales en el árido Valle del Mezquital, formado por una serie de pequeños valles y áreas planas en el centro de México. Fluye a través de varios pueblos rurales y sus pequeñas casas coloridas rodeadas por amplias tierras de cultivo sin bardear. Tula de Allende es la población más grande de la cuenca. Allí el paisaje se torna un tanto industrial.
Lo que pudo haber sido un panorama idílico por mucho tiempo se ha tratado como tiradero. En 2007, la entonces Comisión Nacional del Agua (CNA, hoy CONAGUA), el organismo que regula el agua en México, publicó un informe sobre la región en el que indica que sus ríos, arroyos, presas, lagos y acuíferos están fuertemente contaminados. Esto se debe más que nada a que históricamente se han vaciado allí, sin tratamiento, las aguas residuales de la Ciudad de México.
En 2016, un estudio académico detectó niveles altos de metales pesados como plomo, zinc y mercurio en el agua, suelo y peces del río. “Desde [entonces] no se ha realizado ninguna acción para disminuir la cantidad de metales pesados vertidos en el río”, dice Victoria Ortega Morgano, la experta en ciencias de la tierra que realizó el estudio. “Hay poblados que no solo viven cerca del río, sino que viven de él. Pescan y nadan en estas aguas contaminadas”.
El proyecto del Túnel Emisor Oriente incluyó una planta de tratamiento — a la fecha, la más grande de México — con el propósito de hacer el agua del río Tula apta para la agricultura, una importante actividad económica en el estado de Hidalgo. Sin embargo, dice Ortega, la planta únicamente retira la materia orgánica, pero no los metales pesados.
Las personas que viven en San José Acoculco, uno de los tres poblados cercanos a la nueva planta de tratamiento, dicen que han tenido que soportar una infestación de moscas. Piensan que está relacionada con la planta. “Los lodos que vienen a depositar aquí [se quedan] a la intemperie”, dice Apolinar Carbajal, habitante de la localidad. “Así como lo han dicho los especialistas, nosotros los pobladores ya lo habíamos visto, que la planta tratadora no está sirviendo para retirar los metales pesados”.
Heber Saucedo, quien fue representante regional de CONAGUA de junio 2021 hasta junio de este año, dice que no hay irregularidades en la planta tratadora. Sin embargo, dice, no hay estudios de la calidad del agua actualizados.
La gente del lugar afirma que CONAGUA nunca los hizo plenamente conscientes de los efectos del Túnel Emisor Oriente antes de su construcción. Saucedo dice que el regulador informó a los municipios afectados en un artículo publicado en el periódico local en octubre de 2016. Sin embargo, las personas del lugar entrevistadas por Global Press Journal dicen no haber tenido conocimiento de la publicación.
Tras las inundaciones de 2021, las autoridades ampliaron el río y lo revistieron con concreto, pero la gente especialista piensa que esto no evitará desastres en el futuro. “Lo único que hacen al revestirlos es aumentar la velocidad que lleva el agua”, dice Francisco Peña, investigador del Colegio de San Luis, un centro público de estudios. “Lo que pienso que se está previendo es la idea de que el agua circule rápidamente por Tula, pero no se está previendo de qué manera va a llegar al final del río”.
Para Angélica Arellano, también miembro de la Red de Conciencia Ambiental “Queremos Vivir”, lo que quiere la gente es un espacio apto para recreo y descanso, pero las decisiones de las autoridades, dice, parecen basarse únicamente en priorizar el funcionamiento de la Ciudad de México. Arellano dice que, por ejemplo, en 2017, durante la construcción del Túnel Emisor Oriente, CONAGUA taló 1,300 árboles en el área para ensanchar el río. Solo interrumpió su plan original de tirar 9,000 árboles porque la población protestó.
“Lo que queríamos era recuperar el río, tener árboles y agua corriendo”, comenta Norma Reyes, otra residente de Tula de Allende. “Solo tenemos basura y mal olor”.
“Yo nunca vi el río limpio. Tampoco mis padres. Cuando yo nací, ya era un río contaminado”, dice Maya Cervantes, ingeniera civil que vive en el Valle del Mezquital. “Si hubiera voluntad para recuperarlo … tendríamos un lugar hermoso con agua y vegetación”.
La solución para evitar nuevas inundaciones en Tula es que CONAGUA y el Sistema de Aguas de la Ciudad de México (SACMEX), el organismo operador, no manden tanta agua a Tula a la vez, dice Chahim, el antropólogo de Stanford. Propone que las autoridades restauren el lago de Texcoco, al noreste de la Ciudad de México, cuyo nivel de agua ha estado bajo durante años. Los ciudadanos y activistas de Tula se han vinculado con un movimiento del lugar para recuperar el reservorio. SACMEX no respondió a invitaciones para comentar al respecto.
“Esta alianza que se está formando representa el rechazo desde debajo de la visión de CONAGUA de separar artificialmente los problemas de estas dos cuencas [Tula y Texcoco] … y decir que son problemas locales. Al final de cuentas, son hidráulicamente conectadas de una forma que no se puede negar”, concluye Chahim.
Peña coincide. “Se está actuando [el gobierno] muy localmente en una sola parte del sistema en lugar de verlo como con una mayor amplitud técnica. Lo que sí es importante es que la CDMX abandone la obsesión de sacar toda el agua de la ciudad porque cada vez es más agua”.
A la pregunta de qué le gustaría que supieran las autoridades sobre la experiencia de vivir junto al río Tula, Olguín, de la Red de Conciencia Ambiental “Queremos Vivir”, dice que toda la gente tiene el derecho de vivir en un ambiente sano, libre de contaminación. Sin embargo, por ahora, “vivimos en uno de los infiernos ambientales”.
Nota editorial: Aline Suárez del Real, reportera de Global Press Journal, ha seguido esta historia desde 2021 para conocer a plenitud las circunstancias que llevaron a las inundaciones catastróficas — así como también las iniciativas de organización de la comunidad de Tula de Allende en el transcurso de los últimos dos años.
Aline Suárez del Real es una reportera de Global Press Journal que se encuentra en el Estado de México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Martha Macías, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.