PUEBLA, MÉXICO — Son las 2 de la mañana, y Jorge Vázquez Loya, administrador de tres estancias estudiantiles cercanas a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, sigue trabajando en su cocina. Revisa contratos, calcula los gastos y busca nuevos inquilinos e inquilinas en las redes sociales y en los sitios web.
“Es el trabajo habitual, pero ahora es incierto y estresante”, dice Vázquez. “Los estudiantes se fueron a sus casas y nadie sabe cuándo regresarán”.
Vázquez se encarga de contratar personas para realizar labores de jardinería, albañilería, carpintería, plomería, electricidad y fumigación. Ahora que todo está detenido, le preocupa perder su trabajo.
Las escuelas y universidades de México suspendieron sus actividades cuando surgió la pandemia de coronavirus a finales de marzo, y el estudiantado aún no regresa. En la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y en otras escuelas, el estudiantado inició el año escolar a distancia. Y los negocios que dependían de los y las estudiantes se han quedado sin clientes.
Estas empresas luchan por sobrevivir en un estado donde los empleos de servicios conforman alrededor del 61% del producto interno bruto.
Al 16 de octubre, la ciudad de Puebla, capital del estado de Puebla, tenía 21,158 casos confirmados de COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, y 2,344 muertes.
La ciudad de Puebla, con una población de 1.6 millones de habitantes, es reconocida por su vida estudiantil, ya que gran parte de su vigor y fortaleza económica depende de la presencia de más de 200,000 estudiantes de universidad.
La Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, fundada en 1587, tiene presencia en toda la ciudad, con dos centros universitarios que cubren casi 274 acres, un hospital y docenas de edificios en el centro histórico. Su matrícula es de casi 71,000 estudiantes.
El campus principal, llamado Ciudad Universitaria, se extiende por 252 acres. Los vecindarios aledaños están llenos de pequeños negocios independientes, algunos abiertos las 24 horas del día. Entre ellos hay panaderías y talleres de bicicletas, tiendas de conveniencia y auto lavados, puestos de tamales y taquerías, papelerías y estancias estudiantiles, cafeterías y cibercafés.
Antes de un paro estudiantil y la pandemia de coronavirus, los puestos de comida cubrían las banquetas. Ahora esas banquetas están vacías. Las tiendas están abiertas, pero hay muchos carteles que anuncian locales en renta.
El estudiantado era el sustento de negocios como Sabor y Sazón, la fonda que Damián Viña Romo montó hace 15 años a dos cuadras de Ciudad Universitaria. Ha sido un año difícil para Viña y para su fonda. Primero, los negocios se vinieron abajo a fines de febrero, luego del asesinato de tres estudiantes de medicina. A raíz de esto, el estudiantado de universidades de toda la ciudad se declaró en paro. Después llegó el coronavirus.
“No fue con el coronavirus, los comercios llevamos desde finales de febrero sobrellevando una situación que nadie habría podido imaginar”, explica Viña.
Vázquez comenta que después de los asesinatos y el paro, él también vio que el negocio disminuyó, ya que un número de estudiantes dejaron sus departamentos y ya no regresaron. Vázquez ha administrado las estancias estudiantiles durante seis años. Ahora recibe la mitad de su sueldo y hace el trabajo de mantenimiento de las instalaciones sin cobrar nada extra.
Su jefe cree que la empresa puede quebrar, pero Vázquez espera aguantar por lo menos hasta que el estudiantado regrese. “Cuando los estudiantes llegan, se activa todo. El problema es soportar hasta que todo acabe, cerrados y con los gastos fijos de operación”.
Avelina Corona Chávez, quien maneja una lavandería, dice que la falta de estudiantes ha aminorado tanto el negocio que es posible que cierre, por lo menos de manera temporal.
Corona le recortó el salario a su empleada; a veces le paga la mitad, a veces dos terceras partes. Pero la empleada, Sandra Salmerón Vélez, no tiene planes de irse. “Yo sé que mi jefa también la está pasando mal”, señala.
El cierre también afecta a quienes trabajan con la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Elsa García Balbuena, una psicóloga contratada por la división de servicios estudiantiles de la universidad desde 2013, sigue trabajando a distancia. Entiende que es necesario tomar precauciones, pero le preocupa la falta de contacto directo con los y las estudiantes.
“Ya quiero regresar a trabajar, muchos estudiantes me buscan. Necesitan apoyo emocional, no saben qué hacer”, dice García.
El brote del coronavirus
Las reporteras de Global Press Journal exploran los efectos de la pandemia en el mundo.
Haga clic para leer más historiasLa empresa de artículos escolares de Lisbeth Miranda Palacios ha permanecido cerrada desde el paro. Ella tiene fe en que la universidad reabrirá pronto, al ser fundamental para la imagen y el bienestar general de la ciudad de Puebla. Por ahora, Miranda vive de sus ahorros.
En abril, Carmen Mireya Calderón, titular de la Secretaría de Desarrollo Económico, anunció que el gobierno planeaba apoyar a 1,000 representantes de microempresas locales con una inversión total de 10 millones de pesos ($466,340).
En el centro histórico, la secretaría invertirá 5 millones de pesos ($233,170) en unos 500 comercios, lo que les permitirá afrontar parte de sus gastos fijos de operación. Estos apoyos estaban programados para comenzar el 1 de junio, pero se retrasaron.
Con la incertidumbre de cuándo regresará el estudiantado a la universidad, los negocios y las personas que laboran en ellos hacen planes para el peor escenario. Corona desea diversificar la clientela de la lavandería más allá del estudiantado y ampliar sus servicios. Vázquez quizá inicie su propio negocio para ayudar a quienes practican el emprendimiento social a construir redes de contactos. Viña cerró su fonda.
De baja estatura, serio y tímido, Viña era energía pura cuando estaba en su fonda, y servía comidas con orgullo y alegría. Se sigue levantando como si Sabor y Sazón permaneciera abierto; todos los días se para de la cama a las 4:30 de la mañana.
Dice que frecuentemente piensa en buscar mejores ingredientes para los platillos de un menú que ya no existe.
Viña no tiene planes de pedir apoyo del gobierno porque no quiere que le llegue una auditoría. “Si Dios quiere, me levantaré de nuevo”, comenta.
Viña, de 50 años, no sabe qué va a hacer. Se siente deprimido. Es posible que acepte un empleo acomodando los estantes en una tienda de abarrotes.
Extraña las historias y las risas de los y las estudiantes. “Si supiera cuántas historias de amor vi crecer enfrente de mis platos de comida”, dice.
Este artículo, originalmente publicado el 12 de julio de 2020, ha sido actualizado.
Patricia Zavala Gutiérrez es una reportera de Global Press Journal con sede en México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés. Haga clic aquí para obtener más información sobre nuestro proceso de traducción.