OAXACA DE JUÁREZ, MÉXICO — Araceli Gil, partera desde hace 19 años, dice que el personal médico y de enfermería regaña a las mujeres que utilizan sus servicios.
Hermila Diego, otra partera, dice que un presidente del Colegio de Ginecología y Obstetricia de Oaxaca, en una ocasión le sugirió que dejara de atender partos. Le dijo que las parteras eran sucias.
Y en Puerto Rico, la partera Vanessa Caldari cuenta que, a veces, el personal médico les suministra antibióticos durante una semana en la unidad de cuidados intensivos neonatales a los y las bebés en cuyos partos ella colabora.
Por siglos, las parteras de México y Puerto Rico atendían la mayoría de los partos en sus comunidades. En la actualidad, en ambas regiones luchan por restablecer su importancia en un momento en el que, dicen, sus habilidades se necesitan de manera apremiante.
“¿Cómo podía [el médico] poner en duda mi trabajo si imagínese ya ahora con 70 años de partera ningún bebé ha muerto en mis manos?”, dice Diego, de 87 años, quien pertenece a la población indígena zapoteca.
Su urgencia habla de la alarmante cantidad de nacimientos por cesárea en América Latina y el Caribe, lo que se refleja en las altas tasas de esta cirugía tanto en México como en Puerto Rico. El problema también muestra las consecuencias imprevistas del cambio cultural y tecnológico.
Hasta mediados del siglo XX, la mayoría de las madres en México y en Puerto Rico daban a luz en casa con la ayuda de una partera. Para la década de los 50, las parteras de Puerto Rico duplicaban en número al personal médico.
A medida que la medicina se volvió más eficiente e impulsada por la tecnología tanto a nivel mundial como en estas regiones, las parteras se vieron cada vez más marginadas.
Mientras tanto, se estaba gestando una crisis. Las cesáreas, poco frecuentes cuando las parteras realizaban la mayoría de los partos, se hicieron cada vez más comunes. En América Latina y el Caribe, el 44% de los partos en 2015 se realizaron por cesárea, según The Lancet, una revista médica – la tasa más alta del mundo.
En 2016, los índices en México y Puerto Rico fueron de aproximadamente 45% y 46% respectivamente.
Las madres que dan a luz por cesárea sufren más infecciones y hemorragias, y sus bebés tienen más tendencia a padecer de dificultades respiratorias, según la Asociación Americana del Embarazo. La tasa de mortalidad materna también es más alta para las cesáreas, dice esta organización.
En la actualidad, tanto en México como en Puerto Rico, la mayoría de los nacimientos ocurren en hospitales, lo que, de acuerdo con opiniones expertas, ha elevado la tasa de cesáreas. En 1985 las parteras mexicanas atendían alrededor de una tercera parte de los nacimientos, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México. Para 2018, esa cifra se desplomó a 3.6%.
La Organización Mundial de la Salud, mediante la recopilación de diversos estudios, informó que cuando las parteras colaboran en los partos, se realizan menos cesáreas. Caldari, quien dirige una organización sin fines de lucro llamada Mujeres Ayudando a Madres, explica que, de los partos atendidos por las parteras de la organización el año pasado, solo el 14% necesitó una cesárea.
“Podemos atender un parto usando la evidencia que tenemos hoy día, pero balanceándolo con lo orgánico”, comenta Caldari.
Sin embargo, en México y en Puerto Rico muchas parteras no pueden trabajar de manera formal con hospitales ni personal médico.
Las únicas parteras certificadas en Puerto Rico son las que estudiaron en Estados Unidos y obtuvieron un título profesional. Alrededor de 10 parteras, entre ellas Caldari, son profesionales certificadas por el Registro de Parteras de Norte América, pero el gobierno y los hospitales de Puerto Rico no reconocen esta acreditación.
Las parteras de Puerto Rico solo trabajan con las familias. Los planes de seguro médico no cubren sus servicios y no pueden acompañar a las pacientes a la sala de partos.
En México, la Secretaría de Salud ofrece un diploma para las parteras tradicionales, pero únicamente si adoptan las prácticas médicas convencionales, como administrar medicamentos a las madres durante el parto.
La agencia había registrado a 7,000 parteras hasta 2016, además de cientos de parteras profesionales. Las parteras tradicionales de México que no están registradas ante la Secretaría de Salud no pueden atender partos y deben enviar a las mujeres a dar a luz en un hospital.
En el estado de Oaxaca, en el suroeste de México, Gil dirige una escuela que abarca tanto la partería tradicional como los requisitos de la partería profesional reconocidos internacionalmente. Pero el gobierno mexicano no certifica a las graduadas porque algunas maestras son parteras tradicionales.
“Sentimos que no hay un reconocimiento real de la diversidad de la medicina en México”, comenta Gil, de 48 años.
En el ámbito médico, tanto en México como en Puerto Rico, se duda de las habilidades de las parteras.
El Dr. Nabal Bracero, un gineco-obstetra de San Juan, dice que las parteras con debida preparación académica pueden participar en apoyo a la paciente, pero bajo la supervisión del personal médico especializado en obstetricia.
“Lo que no queremos es retroceder en el tiempo. Si queremos darle cuidado a la paciente, va a requerir que estemos a la par con la tecnología y todos los avances disponibles”, declara.
En ambas regiones, muchas autoridades médicas y parteras están de acuerdo en algo: la cantidad de cesáreas es demasiado elevada.
El gobierno de Puerto Rico ha pedido a los hospitales que elaboren políticas para reducir las cesáreas, y ha dicho que los hospitales deben dejar de realizar partos electivos antes de las 39 semanas. El objetivo es reducir la tasa de cesáreas a casi el 35% de los nacimientos para 2026.
En los últimos años, el gobierno de México ha emitido pautas de prácticas clínicas más estrictas en cuanto a las cesáreas, y los órganos legislativos nacionales han presentado proyectos de ley para disminuir la frecuencia de este método.
Las personas expertas en el tema dicen que una forma de reducir las cesáreas es que el personal médico y las parteras trabajen en equipo; pero la dinámica puede ser complicada.
Marianela Lira, quien vive en Puerto Rico, era una madre primeriza que se atendió con una partera y con un médico hace tres años. El médico no permitió que su partera entrara al parto, que resultó ser una cesárea imprevista.
“Yo percibí que él era el jefe. Imagínate, no la dejó venir a mi parto; yo pienso que fue antiético”, expresa Lira, refiriéndose al médico.
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Haga clic para leer más historiasParadójicamente, el temor al coronavirus ha hecho que más mujeres embarazadas de México y de Puerto Rico eviten los hospitales y recurran a las parteras.
Priscila Chávez, partera que dirige un centro de partos en Oaxaca, dice que antes de la pandemia atendía uno o dos partos al mes; ahora atiende tres o cuatro.
En junio, Gil salió de su casa al amanecer para acudir al hogar de una pareja que esperaba el parto. Equipada con una silla de parto, una manta, un cojín eléctrico y otros aparatos, Gil se acomodó en el estudio de la pareja, donde la futura madre planeaba dar a luz.
Para que la paciente estuviera tranquila, Gil le puso aceites esenciales, y le ofreció chocolate caliente, fruta y agua con miel y limón.
Con calma y tranquilidad, Gil también supervisó los signos vitales de la mujer y el ritmo cardíaco del bebé, le dio masajes y le tocó el vientre para revisar la posición del bebé.
Más de 12 horas después de que Gil llegó, la madre dio a luz en una silla de parto. Después, la pareja y la partera, con cansancio, sudor y agotamiento emocional, cenaron al lado de la chimenea de la terraza.
Tuvo un niño.
Coraly Cruz Mejías es reportera de Global Press Journal, establecida en Puerto Rico.
Ena Aguilar Peláez es reportera de Global Press Journal con base en el estado de Oaxaca.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés. Haga clic aquí para obtener más información sobre nuestro proceso de traducción.