PUEBLA, MÉXICO — La ceremonia comienza. El sol les calienta el rostro, docenas de personas se agitan mientras los ancianos indígenas, conocidos como abuelos, ofrecen semillas de chía y flores a la Madre Tierra. Un danzante va vestido de jaguar, y un penacho de plumas negras le cae por la espalda. La resina de copal perfuma el aire. Por turnos, quienes participan comunican sus intenciones invocando a los antiguos dioses.
“Ometéotl”, dice Mario Morán Rodríguez, el organizador, para referirse al proveedor de toda la energía cósmica.
“Ometéotl”, responden las personas funcionarias y activistas con un grito al viento.
El grupo está en la cima de la pirámide de Tepalcayotl, que en realidad ya no parece una pirámide, sino una serie de montículos de color café que se elevan sobre la hierba seca. El suelo está lleno de llantas y se escucha el claxon de los autos. No obstante, Morán espera que la ceremonia convenza al grupo de que el sitio es un teocalli, o lugar sagrado, que vale la pena rescatar.
Morán, de 42 años, intenta proteger el sitio arqueológico de los proyectos de construcción que lo amenazan. México es famoso por sus templos gigantes, como las pirámides del Sol y de la Luna en Teotihuacán. Sin embargo, es más complicado rescatar una pirámide que ya no parece un monumento.
“La gente, como no ve una construcción, no le da su importancia. Lo ve como un cerro”, expresa la activista María del Carmen García Ramírez.
La campaña es parte de una apreciación emergente por las raíces indígenas mexicanas. En Puebla, casi 130 kilómetros al este de la Ciudad de México, muchas personas se identifican como mestizas: una mezcla de origen indígena y español. Aun así, con frecuencia, a las personas indígenas se les excluye de la historia del origen de la ciudad, dijo Herón García Martínez, profesor de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en un foro el año pasado.
Si Tepalcayotl se desintegra, también se destruye un vínculo con la era prehispánica. Por tal motivo, las y los activistas quieren convertir el sitio de 540,000 metros cuadrados en un parque cultural y centro comunitario.
No ha sido fácil. Los terrenos son propiedad privada. En las reuniones públicas, las personas residentes manifiestan que les preocupa que preservar la pirámide haga que el gobierno las obligue a dejar sus casas. En marzo, cuando personas funcionarias de conservación del patrimonio histórico llegaron a investigar los reportes de construcción en el sitio, las recibieron varias docenas de residentes con furia.
“¿Te gustaría que yo llegara a tu casa y me metiera a tu patio?”, dijo un hombre.
Muchas personas de la zona se negaron a hacer comentarios por temor a represalias. En una publicación de Facebook, Ricardo Hernández Hernández, un abogado asociado con quienes allí residen, dijo que tratan de proteger el sitio.
Sin embargo, añadió: “En lo que estamos a favor es en el diálogo para respetar también los derechos civiles de las personas. Respetar el derecho de la propiedad”. Y declinó ser entrevistado.
El pueblo Tepalcayotl llegó a lo que ahora es el sur de Puebla en el año 695 a. C. Construyeron una gran pirámide, cuyas cámaras albergaban un sarcófago, o féretro de piedra, y símbolos de ranas. Lo único que queda son ocho bases piramidales: los montículos de color café. Morán los llama “cerros de las tortugas”.
Un arqueólogo excavó la zona en la década de 1960 y encontró muros, escalones, estatuillas y lugares de sepultura. En las décadas siguientes, muchas personas trataron los cerros de las tortugas como si fueran un basurero: tiraron animales, estrellaron botellas, hicieron grafiti en los restos de una tumba. Aplanaron por completo una base y trazaron los lotes de las casas en la hierba.
Técnicamente, la delegación local del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), una dependencia del gobierno federal, supervisa el sitio, pero su autoridad para evitar la construcción (o destrucción) en la propiedad privada es limitada, por lo que depende en gran medida de la buena voluntad de la comunidad.
En 2016, Tepalcayotl se declaró zona arqueológica, lo que debió evitar nuevas construcciones. Sin embargo, el municipio permitió que se construyera una gasolinera. Después se hicieron casas y continuó la venta de lotes. En una declaración, el secretario de Desarrollo Urbano y Sustentabilidad de Puebla dijo no tener “facultades para realizar intervención alguna en zonas arqueológicas”.
“Lo único que va a rescatar este lugar es que la ciudadanía valore el origen de lo que tenemos ahí”, señala Morán.
Morán se enteró de la existencia del sitio siendo un adolescente. Una amiga le dijo: “Vamos a mi casa, hay una pirámide cerca”. El año pasado, con la pandemia, perdió su trabajo como ingeniero industrial y comenzó a visitar la zona. Se vinculó tanto a ella que cuenta que, un día, escuchó que la pirámide le pedía ayuda.
México tiene cerca de 40,000 sitios históricos registrados, entre ellos Tepalcayotl, pero solo 193 son públicos, dice Moisés Valadez, investigador del INAH, lo que significa que el instituto nacional provee seguridad, baños y estacionamiento, y los promociona para el turismo. Pocos son estructuras de tierra. En un artículo de 2018, la arqueóloga Annick Daneels argumentó que eso se debía “al prejuicio occidental que concibe solo a la arquitectura de piedra como arquitectura noble”.
Una excepción es la Gran Pirámide de Cholula, que se encuentra a menos de 20 kilómetros de Tepalcayotl. Desde lo lejos, es poco más que un montículo, pero quienes la visitan pueden caminar por un túnel. Las personas defensoras de Tepalcayotl imaginan conseguir los mismos ingresos y respeto para su pueblo.
No obstante, para convertirse en un sitio público, el INAH evalúa si una zona está bien conservada, y si podría seguir así si se abre para visitantes. La delegación local del instituto ni siquiera puede costear la instalación de letreros en Tepalcayotl, explica Sergio Suárez Cruz, un arqueólogo del área. A medida que la pirámide se erosiona, también se pierde la posibilidad de obtener apoyo federal.
“Visualmente duele el que un lugar lleno de historia esté siendo destruido”, afirma el activista Brandon Antonio López Pérez.
La ceremonia de invierno fue una de muchas que Morán ha organizado para atraer la atención a la pirámide. Después de que quienes asisten invocan a Ometéotl, las flautas de ocarina suenan y los tambores teponaztlis retumban. Danzantes agitan los brazos como si tocaran el cielo. Una abuela pide a los dioses que ayuden a las personas activistas, “para que el rescate de su casa sagrada continúe”.
Por un momento, el sitio es lo que Morán vislumbra: un monumento y no un cerro de tierra.
Patricia Zavala Gutiérrez es una reportera de Global Press Journal radicada en México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.