DONAJÍ, MEXICO – Yolanda López Sánchez se acerca a su silla con gran dificultad. El calor agobiante en su casa en Donají, un pueblo en el sureño estado mexicano de Oaxaca, no la ayuda, según dice.
López, de 75 años, cuenta que pasó los últimos diez días con dolor de huesos y articulaciones, sarpullido y fiebre.
Son los mismos síntomas que tuvo su marido antes de morir, en septiembre, según relata.
“Mi esposo amaneció hinchado”, dice. “Yo me enfermé también, pero yo aguanté y el ya no”.
López afirma no saber exactamente qué ocasiona esta enfermedad. Los medicamentos que su marido, Francisco Machuca Ayala, recibió en el hospital no funcionaron. El hombre, de 73 años, estuvo enfermo durante 15 días, vomitando constantemente y quejándose de dolores en los huesos e irritación en la garganta, según cuenta.
En el hospital local nunca le dijeron con certeza a López de qué había muerto su esposo. Afirma que un médico dio a entender que se trataba de una infección, pero que no le dio mayores detalles.
En el acta de defunción decía que había muerto de neumonía, aunque ella asegura que su marido nunca padeció esa enfermedad.
López dice que hizo todo lo que pudo por mantenerlo con vida. Visitaron médicos y ella le preparó un remedio a base de plantas. Ahora, mientras sigue sufriendo el dolor de huesos, asegura que este remedio la ha ayudado a tratar su propio sarpullido.
De todas formas, dice que está resignada a lo que tenga que pasar.
Las autoridades locales señalan que los casos de López y su esposo no son los únicos, pero las autoridades sanitarias desconocen las causas. Entre octubre y noviembre, 22 personas murieron en Donají tras sufrir síntomas similares, según señala Delman Rafael Ordaz, agente municipal a cargo de Donají. Donají tiene unos 2.360 habitantes, según el censo de 2010.
Rafael Ordaz añade que la mayoría de los que murieron eran adultos mayores.
Este tipo de misterio médico no es inédito. En Nicaragua, los científicos están confundidos acerca de cómo un tipo de enfermedad renal crónica está causando miles de muertes entre jóvenes trabajadores azucareros. En los años 1990 y principios de los años 2000, se registró una tasa alarmantemente alta de muertes fetales en la Tribu Shoalwater Bay, en el noroeste de Estados Unidos, que no pudo ser explicada. Todavía hoy, los expertos dicen desconocer las causas de estas muertes.
En Donají, muchos de los residentes que enfermaron culpan al chinkungunya, una enfermedad que se transmite al humano por la picadura de mosquitos. Otros hablan de una intoxicación por el agua, a raíz de la contaminación de los ríos del lugar.
Maria López Sánchez dice que ha estado enferma por casi seis semanas. Asegura haber seguido todas las precauciones que sus vecinos le indicaron y que el gobierno local recomendó a través de carteles para prevenir la propagación de la enfermedad, tales como dormir con una red de protección contra mosquitos, desechar agua estancada, sacar la basura acumulada, entre otros. Pero, aun así se enfermó.
“Aquí ya casi nadie cree que es el mosco”, dice.
Hasta el 20 de noviembre, el Ministerio de Salud había confirmado al menos 1.188 casos de chikungunya en Oaxaca, donde la población ronda en los 4 millones de habitantes, según señala el Dr. Cuitláhuac Ruiz Matus, máxima autoridad de la Dirección General de Epidemiología. Más de 10.400 casos se confirmaron este año en todo México.
Ruiz Matus dice que estos números no necesariamente reflejan las cifras totales de casos, dado que se basan en investigaciones y estimados. Podría haber más casos, y no saben cuántos de ellos pueden haber terminado en muerte, según señala.
La Organización Mundial de la Salud considera que esta enfermedad no suele ser mortal, que los síntomas son generalmente acotados y que se verifican por dos o tres días. No hay cura. El chikungunya comparte algunos síntomas con el dengue y puede ser mal diagnosticado en áreas donde el dengue es común.
Pero no hay pruebas concluyentes de que la enfermedad que se está cobrando vidas en Donají sea el chikungunya.
La madre de Antonio Ignacio, Constantina Vicente Rosas, murió el 22 de noviembre, a los 60 años. Vicente Rosas fue entrevistada para este artículo antes de morir.
En septiembre, ella contó que tenía fiebre, inflamación, reacciones alérgicas en la piel y que le venían doliendo los huesos desde agosto. En aquel momento, dijo que los médicos no supieron decirle qué tenía.
Poco antes de que su madre muriera, su padre se desmayó en el cuarto de al lado, según cuenta Ignacio. Al escuchar que su esposo se había caído, Vicente Rosas intentó levantarse de la cama para verlo. Empezó a vomitar sangre, según cuenta Ignacio. Murió poco después de eso.
“Nadie pudo hacer nada,” dice Ignacio.
La causa de muerte inscripta en su certificado de defunción es infarto agudo de miocardio -comúnmente conocido como ataque cardíaco-, e hipertensión sistémica.
Pero Ignacio asegura que su madre nunca padeció esto último. Dice que la primera vez que visitó al doctor cuando comenzaron los síntomas, se le diagnosticó chikungunya. Pero en la segunda visita al médico, el doctor dijo que sólo padecía tensión sanguínea alta, según relata.
Ignacio dice que no puede hacer más que aceptar la muerte inesperada de su madre, y la falta de claridad sobre las causas.
Mercedes Aedo Rodríguez, de 61 años, se enfermó el 3 de agosto. Cuenta que los síntomas le vuelven cada 15 días aproximadamente. Los dedos le quedan tiesos y tiene dolor de huesos. También tiene fiebre, erupción en los brazos y comezón en todo el cuerpo.
Pero Aedo Rodríguez dice que no fue picada por ningún mosquito en los días previos a sentir los síntomas por primera vez. Asegura que la enfermedad es causada por derrames de petróleo en un río cercano.
“Yo a veces hasta pienso que es el agua, porque las manos se engarrotan”, dice.
Victorino Vásquez Martínez, biólogo a cargo de proyectos medioambientales para la Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo, dice que la gente se enferma debido a la contaminación del agua, especialmente por derrames de crudo y gasolina.
Desde 1999, ha estado documentando casos de derrames de petróleo en todo el Istmo de Tehuantepec, una franja estrecha de tierra rodeada por agua en el estado de Oaxaca. El derrame más reciente -según datos del biólogo-, tuvo lugar en septiembre. Sus investigaciones señalan que hubo dos derrames en menos de 24 horas en dos localidades ubicadas a 24 minutos al sur y 5 minutos al sur de Donají, lo que causó daños en 18 ranchos cercanos y contaminación de un arroyo. El informe no aclara cómo los efectos en estas dos localidades podrían haber repercutido en los habitantes de Donají.
Autoridades de la planta de petróleo responsable de los derrames no respondieron a los pedidos de entrevista por parte de GPJ.
El epidemiólogo Ruiz Matus reconoce que la contaminación del agua, al igual que todo tipo de polución, puede dañar la salud. Pero, dice que los síntomas de la intoxicación por agua contaminada y los del chikungunya son demasiado diferentes como para ser confundidos y que no hay forma alguna de que estas dos causas puedan provocar los mismos síntomas.
“No, médicamente no. No hay relación”, dice. “Lo que no quiere decir que los problemas de contaminación no causan daños a la salud, claro que sí, pero eso corre por otro carril”.
Las personas afectadas por el mosquito tienden a desarrollar fiebre, dolor de cabeza y dolores musculares, según detalla Ruiz Matus.
Pero muchos residentes locales siguen creyendo que la culpa la tiene el agua contaminada.
Vicenta Guzman Palmeros, de 55 años, tuvo fiebre durante cuatro días en agosto. Residente de Donají, ella dice que también sufrió sarpullido, desmayo y dolor de huesos. Cree que la causa es la contaminación.
“Nosotros tenemos años de tener moscos, pero no de tener contaminación en nuestro pueblo”, dice. “Ha habido derrames de gasolina en estos últimos meses”.
Guzman sostiene que se mejoró gracias a un remedio de hierbas que se preparó.
La esposa de Juventino Cruz Gutierrez, Facunda Lopez Hernandez, murió el 11 de septiembre, a los 73 años. Se venía quejando por la fiebre y el entumecimiento de manos y pies, según cuenta su marido. Cruz piensa que la enfermedad de su mujer se debió a la contaminación del agua.
“Yo le dije que no lavara y que no tocara agua porque le iba a ser daño, pero ella nunca dejaba que alguien más lavara su ropa. Y después de eso, la encontré tumbada”.
Cruz, de 78 años, la llevó a un hospital privado, donde los médicos le dijeron que tenía tensión sanguínea alta.
“Al otro día amaneció más grave y fue cuando ella supo que iba a morirse”, dice. “Ella me dijo cosas que nunca platicaba, porque sabía que ya no me iba a ver.”
La gente en Donají no está satisfecha con los servicios de salud.
“Aquí nos podemos morir y el centro de salud no puede hacer nada”, dice Anaberta Fuentes Sánchez, de 38 años.
Sergio Bernal, médico internista a cargo de la Unidad Rural Médica que asiste a las localidades de Donají, Vicente Guerrero y Morelos, concuerda en hay falencias en los servicios de salud. Dice que él y una enfermera tienen que atender a los residentes de las tres localidades y que necesitan más recursos que los que les suministra actualmente el gobierno.
“Aquí realmente el sistema de salud está muy mal”, señala.
Bernal dice que no está seguro de las causas por las que tanta gente en la comunidad está enferma. Una de sus teorías es que se debe a la polución en el aire, ya que muchas de las personas que llegan enfermas tienen los mismos síntomas que aquellas que experimentaron intoxicación por químicos, como reacciones en la piel, fiebre alta y dolor de articulaciones.
De todas formas, está convencido de que la culpa la tiene el mosquito.
Bernal dice que no les ha hecho ningún estudio a los pacientes, porque no tiene los medios para hacerlo.
El agente municipal Rafael Ordaz cree que las causas de las enfermedades en Donají no pueden estar limitadas a un solo factor. En su opinión, cuando hay tanta gente enferma, tantas circunstancias confusas y tantas pistas que se repiten, algo debe rondar en el aire.
Yolanda López Sánchez y Maria López Sánchez no tienen vínculo de parentesco.
Mayela Sánchez, GPJ, contribuyó reporteando desde Ciudad de México.
Ivonne Jeannot Laens, GPJ, adaptó este artículo de la versión en inglés.