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Migrantes con destino a EEUU desaparecen en México dejando sin respuestas a sus familiares

Unas 150.000 personas cruzan México con la esperanza de entrar ilegalmente a Estados Unidos y miles terminan como desaparecidos. Muchos de ellos provienen de países centroamericanos, como Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, y sus familias quedan desamparadas tras su desaparición.

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Migrants Bound for US Disappear in Mexico, Leaving Families With Questions

Mayela Sánchez, GPJ Mexico

Priscila Rodríguez Cartagena es parte del grupo de casi 40 familiares de migrantes desaparecidos que en diciembre pasado viajó en una caravana por México para buscar a sus seres queridos.

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CIUDAD DE MÉXICO, MÉXICO — Cuando una persona desaparece, su familia queda en un limbo emocional. ¿La persona que desapareció está viva o muerta? ¿La familia debe estar de luto o debe pasar cada segundo buscando?

Y cuando un ser querido desaparece en otro país, el trastorno es aún peor. ¿Cómo denunciar la desaparición? ¿Qué herramientas se pueden usar para buscarlo?

Muchas familias centroamericanas se enfrentan a todas estas preguntas cuando sus seres queridos desaparecen, usualmente en México, mientras intentan ingresar en forma ilegal a Estados Unidos.

Unas 150.000 personas entran en forma ilegal anualmente a través de la frontera sur con México, según la Organización Internacional para las Migraciones.

Pero nadie sabe cuántas personas desaparecen en el intento, según afirma Rita Marcela Robles Benítez, coordinadora de investigación y de incidencia del Servicio Jesuita a Migrantes México, el cual brinda apoyo a los migrantes y ofrece servicios tales como ayuda legal.

Hace diez años, un grupo de centroamericanos coordinados por el Movimiento Migrante Mesoamericano -que defiende los derechos de los migrantes- comenzó a realizar caravanas anuales para encontrar a sus seres queridos. Las caravanas viajan a través de México durante casi un mes, deteniéndose para buscar a sus familiares en albergues de migrantes, cárceles y otros lugares de paso, además de reunirse con funcionarios locales y otras personas que puedan ayudarlos.

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Mayela Sánchez, GPJ Mexico

La caravana recorre México en busca de los seres queridos que desaparecieron en ruta a Estados Unidos. Los familiares cuelgan en sus pechos fotografías de sus desaparecidos.

Los organizadores de la caravana encuentran financiación para cada participante. Los que se suman a la caravana son elegidos cada año dentro de un grupo más grande de personas con familiares desaparecidos.

Las caravanas son fruto de un esfuerzo que comenzó en 1999, cuando un grupo de madres centroamericanas se conformó para buscar a sus hijos desaparecidos, según explica Marta Sánchez Soler, presidenta del Movimiento Migrante Mesoamericano.

La última caravana, la número once desde que comenzó aquel esfuerzo inicial, tuvo lugar en diciembre. Participaron en ella treinta y nueve personas, incluyendo dos padres y tres hermanas de migrantes desaparecidos. Provenían de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua –países de origen de la mayoría de los migrantes de los que se sabe que fallaron en su intento por ingresar a Estados Unidos vía México.

Entre enero y octubre de 2015, unas 165.000 personas en tránsito por México fueron retenidas en centros de detención de migrantes, según datos del gobierno de México. Cerca de 90 por ciento de esos migrantes provenía de los países centroamericanos Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua.

Según las organizaciones que participan en la caravana, al menos 2.223 migrantes han desaparecido en tránsito a Estados Unidos. Ese número se basa en las denuncias que familiares de los desaparecidos han presentado ante estas organizaciones. Muchas desapariciones -según afirman- tuvieron lugar en la última década.

Le dan una nueva esperanza a uno, le ayudan a aumentar su fe, porque sí se puede. Ya hay varios casos, yo soy uno de ellos, que encontramos a nuestras familias. Entonces sí se puede lograr.

Datos de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos indican que unos 307 migrantes murieron en la frontera sudoeste de Estados Unidos durante el año fiscal 2014.

Entre los años fiscales 1998 y 2014, se registraron más de 6.000 muertes en la frontera sudoeste de Estados Unidos, según esa fuerza.

La Organización Internacional para las Migraciones estima en un informe de 2014 que entre enero y septiembre de ese año, las muertes producidas en la frontera entre Estados Unidos y México representaron aproximadamente el 6 por ciento de las muertes de migrantes registradas en todo el mundo.

Al cruzar la frontera, los migrantes enfrentan riesgos como ahogo, accidentes automovilísticos, congelamiento o caída por acantilados, según el informe. La mayoría de las muertes de migrantes del lado estadounidense de la frontera son debido a golpes de calor o deshidratación en los desiertos.

En contraste, la mayoría de las muertes de migrantes en México son causadas por violencia directa, ejercida por ejemplo por organizaciones de narcotráfico que dominan cada vez más las rutas de los migrantes, según el informe de la OIM.

El documento añade que estas organizaciones y bandas juveniles son conocidas por extorsionar, esclavizar, torturar y secuestrar migrantes.

Desde que comenzó, la caravana ha podido localizar a 250 personas, entre vivas y muertas, según detalla Rubén Figueroa, miembro de la organización.

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Mayela Sánchez, GPJ Mexico

El hijo de Sebastiana Ajanel Xón viajó de Guatemala a Estados Unidos en busca de trabajo. Ella no ha tenido contacto con él desde julio de 2008. Ella sacó un préstamo para pagar a un traficante que lo ayudara a cruzar la frontera.

Sonia Iris Mejía Elvir, una hondureña de 25 años, dice que encontró a su hermano Jorge Elvir Joel Gómez, tras buscarlo junto con su familia durante 13 años.

La búsqueda no siempre termina con una confirmación de muerte. El hermano de Mejía Elvir estaba sano y salvo viviendo en el sur de México. Estos hallazgos pueden ser difíciles para familias que han sufrido años de preocupación, pero les dan un cierre. Y para las familias que aún están en la búsqueda, los hallazgos son una motivación, según remarca Mejía Elvir.

“Le dan una nueva esperanza a uno, le ayudan a aumentar su fe, porque sí se puede”, dice Mejía Elvir refiriéndose a familiares de desaparecidos. “Ya hay varios casos, yo soy uno de ellos, que encontramos a nuestras familias. Entonces sí se puede lograr”.

Los familiares que participan en la caravana celebran cada reencuentro como propio, mientras esperan encontrar también a sus seres queridos.

Para mí no hay alegría. Para mí es tristeza, porque no puedo no recordar a mi hija en los momentos especiales y no hay alegría para mí.

El 18 de diciembre, el gobierno federal de México anunció en el Diario Oficial de la Federación -en el que se publican las leyes y reglamentaciones nacionales- la creación de una unidad y un mecanismo para facilitar el acceso a la justicia a los migrantes y sus familiares. Ambos apuntan a ayudar en la búsqueda de migrantes desaparecidos, investigar crímenes y procesar a los sospechosos de haber cometido crímenes contra los migrantes, además de ayudar a las familias de otros países a moverse en el sistema legal mexicano.

Entretanto, familiares de migrantes desaparecidos luchan contra las repercusiones emocionales y sociales de las desapariciones. Cuatro madres que participaron en la caravana comparten sus historias. 

Una tragedia que se repitió: en busca de dos hijos

Después de tres años de no tener noticias de su hijo Jorge Orlando Funes Murcia, quien había emigrado de Honduras a México en busca de trabajo en Estados Unidos, Clementina Murcia González, de 72 años, tuvo un sueño.

En su sueño, encontraba un ataúd en su sala y a un hombre sentado en la esquina de su comedor. Ella se acercaba al ataúd y veía en él a su hijo. Estaba muerto, pero sonreía.

El hombre que estaba sentado en el comedor se acercaba lentamente hacia ella. Sus ojos eran como gotas de miel, tenía la piel rosada y rizos amarillos, según recuerda.

“Mírelo bien, señora”, le decía el hombre. “Este es su hijo”.

Esa noche, Murcia González recuperó la paz que había perdido desde que su hijo emigró en 1987. Tenía apenas 17 años.

Esa paz llegó después de años de agitación. Tras su desaparición, Murcia González estaba desesperada por conocer su paradero. Un conocido tenía una estación de radio. Cada noche, el locutor de radio llamaba a las estaciones de Guadalajara preguntando si había noticias de alguien llamado Jorge Orlando Funes Murcia. Guadalajara, en el oeste de México, era el lugar desde el cual la familia había escuchado sobre él por última vez.

Cuando me dijeron que a mi hijo Jorge me lo había agarrado el tren, como que me hubieran inyectado una inyección de agua helada. Así sentí toda la sangre. Y sólo llorar y llorar. Quedé ronca, sólo a señas hablaba.

Después de un año sin noticias sobre el hijo mayor de Murcia González, abandonaron esa tarea.

Murcia González dice que cuando recibió la noticia sobre la posible muerte de Jorge Orlando –de parte de alguien que a su vez la había escuchado de migrantes que supuestamente conocieron a su hijo-, se desquició.

“Cuando me dijeron que a mi hijo Jorge me lo había agarrado el tren, como que me hubieran inyectado una inyección de agua helada. Así sentí toda la sangre”, dice. “Y sólo llorar y llorar. Quedé ronca, sólo a señas hablaba”.

Cuenta que vivió así por un año y medio. Luego, tuvo el sueño.

“De ahí yo fui sintiendo una paz, tranquilidad, y sólo me fue quedando el recuerdo. Yo ya no lloraba”, dice. “Yo no tengo que seguir llorando, porque ya Dios me lo presentó”.

Pero años más tarde, en 2002, otro de sus hijos también se fue bajo la promesa de una mejor vida en Estados Unidos. Mauro Orlando Funes Murcia tenía 24 años cuando partió, a escondidas de Murcia González, con rumbo al norte. Llamó una semana después desde Chiapas, el estado más al sur de México.

En los siguientes dos años, Mauro Orlando Funes Murcia le llamó por teléfono cinco veces desde Chiapas, siempre para pedirle dinero, según recuerda Murcia González.

Entonces, un día, un hombre le llamó para decirle que Mauro Orlando Funes Murcia estaba en la frontera entre México y Estados Unidos, y que necesitaba dinero. Murcia González pidió hablar con su hijo, pero el hombre nunca la comunicó con él, según cuenta. Y no volvió a tener noticias de su hijo.

Murcia González cuenta que, ante la segunda desaparición de uno de sus hijos, sintió tristeza, pero también resentimiento.

“Cuando vino ya lo del otro hijo mío, sí lo sentí. Pero al mismo tiempo, me sentía como resentida, porque él no me dijo que se iba”, dice.

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Mayela Sánchez, GPJ Mexico

Clementina Murcia González (centro), de 72 años, busca a dos hijos desaparecidos en camino a Estados Unidos. “A mis hijos (quiero decirles) que los quiero, que los esperamos, que sus hermanas los están esperando. Que deseamos verlos”, dice.

Por buscar a su hijo, una madre abandona la universidad

A sus 50 años, la salvadoreña María Aracely Ramírez de Mejía quería estudiar la carrera de psicología. Pero sólo consiguió terminar el primer semestre. Suspendió todo ante la desaparición de su hijo Edwin Alexander Colindres Ramírez, hace tres años.

Colindres Ramírez partió de El Salvador el 4 de septiembre de 2012, rumbo a Estados Unidos. Tenía 32 años.

Él planeaba ir a trabajar y reunirse con la familia que tenía en Estados Unidos, donde ya había vivido siete años hasta que fue deportado en 2008.

Ramírez de Mejía habló con su hijo por última vez el 14 de septiembre de 2012. Él le dijo que estaba en Tamaulipas, en la frontera con Estados Unidos.

Dos meses después de que su hijo emigrara, Ramírez de Mejía se graduó del bachillerato con la nota más alta, según relata. Entonces se matriculó en la universidad.

Pero dice que la ausencia de su hijo le pesó demasiado como para seguir estudiando.

“Yo saqué el primer ciclo con la esperanza de una llamada, de que regresara o llegara, pero así aún saqué el primer ciclo”, dice. “Ya el siguiente ya no. Ya mi fuerza se me estaba acabando”.

Ramírez de Mejía no ha abandonado la idea de terminar su carrera algún día. Pero dice que, por ahora, su mente y su energía están enfocadas en encontrar a Colindres Ramírez.

Tras la desaparición de su hijo, su salud también se deterioró. Tiene diabetes e hipertensión. También sufre depresión.

Aunque estar estudiando psicología le servía para lidiar con la desaparición de su hijo, cuenta que le resultaba difícil compaginar sus estudios con sus actividades en la casa y la búsqueda de su hijo.

El dolor de la ausencia y el peso de una deuda

Sebastiana Ajanel Xón, de 50 años, tiene una doble aflicción: la desaparición de su hijo Edgar Rodolfo Xón Ajanel y la deuda que éste le dejó para pagar a un traficante de personas que lo llevara de su hogar en Guatemala a Estados Unidos, donde planeaba ir a trabajar. Partió el 5 de julio de 2008, según dice.

Lo último que supo de su hijo fue que llegó a Tamaulipas, estado mexicano que limita con Estados Unidos. La última vez que habló con él por teléfono fue el 21 de julio de 2008.

Ajanel Xón dice que se endeudó con un banco para ayudar a su hijo a pagar los 36.000 quetzales (4.724 dólares) que el traficante le había pedido como anticipo para llevarlo ilegalmente a Estados Unidos. El acuerdo era que una vez en Estados Unidos, él tendría que pagar el resto para completar un pago de entre 75.000 y 80.000 quetzales (entre 9.843 y 10.499 dólares), según detalla Ajanel Xón.

“Me quedé con la deuda y con la enfermedad”, dice.

En diciembre de 2015, Ajanel Xón adeudaba 10.000 quetzales (1.312 dólares). Dice que tiene que pagar 1.300 quetzales al mes (171 dólares), pero que no le alcanza con el dinero que gana bordando y vendiendo fajas y huipiles, túnicas holgadas que suelen usar las mujeres indígenas. Como es un trabajo irregular, a veces tiene dinero y a veces no, según explica.

Ajanel Xón cuenta que tuvo que sacar a sus hijas de la escuela para que trabajaran y le ayudaran a pagar la deuda.

“Lo que hicimos, pusimos a trabajar a todos. Nos quedamos en deuda por el dinero que él pagó al pollero”, dice, refiriéndose a la persona a la que se le paga para cruzar a los migrantes a través de la frontera.

Cuenta que, actualmente, tres de sus cinco hijas le ayudan. En ocasiones, ha tenido que dejar de comer, para poder tener dinero suficiente para pagar la deuda.

Ajanel Xón asegura que trabaja día y noche, a veces sin descansar.

“A veces, cuando miro que hay trabajo no me duermo. Me pongo loca de sueño, pero ¿qué hace uno para pagar la deuda?”, dice. “Si no lo pago sube la mora, intereses. Entonces lo que hemos hecho, hemos pagado, pero con mucho esfuerzo”.

Nueve años sin su hija

Priscila Rodríguez Cartagena, de 58 años, ha pasado ya nueve navidades sin su hija Yesenia Marleni Gaitan Cartagena, quien se fue de Tegucigalpa, capital de Honduras, el 19 de diciembre de 2007 para buscar trabajo en Estados Unidos.

Navidad, Día de las Madres y cumpleaños son fechas muy dolorosas para ella, según dice Rodríguez Cartagena.

“Para mí, Navidad es dura, porque fue cuando ella salió. Año Nuevo también, porque es cuando ella cumple años. Son duras para uno. Yo esto no se lo deseo a nadie”, dice.

Mientras cruzaba México en enero de 2008, Yesenia Marleni Gaitan Cartagena cumplió 18 años, según dice Rodríguez Cartagena. Ese fue el primero de nueve cumpleaños en que no ha tenido a su lado a su hija para abrazarla.

Cada año, Rodríguez Cartagena y su familia celebran el cumpleaños de Yesenia Marleni Gaitan Cartagena.

“Compramos el pastel, lo repartimos en familia”, dice. Incluyen en la celebración a la hija que, al emigrar, Yesenia Marleni Gaitan Cartagena dejó al cuidado de Rodríguez Cartagena. La niña tiene ahora 11 años.

Pero, todas las otras celebraciones son dolorosas para Rodríguez Cartagena.

“Para mí no hay alegría,” dice. “Para mí es tristeza, porque no puedo no recordar a mi hija en los momentos especiales y no hay alegría para mí”.

 

Ivonne Jeannot Leas, GPJ, adaptó este artículo de la versión en inglés.