PUEBLA, MÉXICO – Miguel Ángel Reyes y su hermano, Jorge Reyes, no habían visitado su pueblo natal, San Miguel Canoa, en varios años. A principios de 2019 dejaron su trabajo como chefs en los centros turísticos de México, para regresar al pequeño poblado a los pies del volcán La Malinche, o Matlalcuéyatl, en el estado de Puebla, localizado en el oriente de México.
Quedaron impactados cuando vieron que un incendio había devastado el bosque que rodeara el pueblo desde tiempo inmemorial. El humo oscureció el aire “como en una película”, recuerda Miguel Reyes. Tras el desastre, a los hermanos se les ocurrió una idea: emplear sus conocimientos ancestrales y culinarios sobre los hongos para organizar una Feria de los Hongos Silvestres, con la esperanza de atraer turismo y reunir apoyo para la reforestación.
No lo sabían entonces, pero estaban ingresando de lleno a la creciente industria del micoturismo; esto es, el turismo enfocado en encontrar, identificar y conocer hongos silvestres.
Estos jóvenes chefs, sin embargo, tienen un ingrediente secreto para el éxito: son nanacateros, un término del náhuatl para describir a un grupo selecto de hablantes del náhuatl que poseen conocimientos ancestrales sobre los hongos silvestres. A medida que aumenta el interés por proteger los bosques y el hábitat de los hongos, tanto profesionales de la ciencia como el público en general están reconociendo y valorando cada vez más la experiencia cultivada durante siglos por las comunidades autóctonas de México.
A Miguel Reyes le enseñó su abuela a identificar hongos cuando él tenía apenas 10 años. Durante los paseos de micoturismo que Miguel Reyes realiza junto con otras personas expertas, él se encarga de impartir los conocimientos ancestrales. Enseña a la gente cómo se llama cada hongo en náhuatl, habla de la manera tradicional de limpiar, cocinar y preservar cada espécimen y comparte su significado en los rituales indígenas.
Con base en las tradiciones orales recibidas de sus padres y abuelos — quienes también eran nanacateros — los hermanos han aprendido a distinguir sus variedades y a evaluar su seguridad, toxicidad y usos. También han aprendido las mejores épocas para recolectar y encontrar los hongos deseados, una habilidad con significativo impacto económico.
México es el segundo país en el mundo con el mayor número de variedades de hongos comestibles, según la información que el Dr. Jesús Pérez Moreno, autoridad con reconocimiento internacional, presentó en el Segundo Coloquio de Biología de Hongos, organizado por la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Daniel Claudio Martínez Carrera es director técnico del Centro de Biotecnología de Hongos Comestibles, Funcionales y Medicinales. Según los estudios de este centro, y que Martínez afirma son los primeros realizados en México, si se considera el conjunto de grandes y pequeños productores y recolectores, el valor de la cadena de suministro de los hongos excede los $250 millones al año.
“La derrama económica es importante. Genera más de 25,000 empleos, directos o indirectos”, dice Martínez.
Para María Isabel Juana Pérez Manzano, nanacatera de San Isidro Buensuceso, en el estado de Tlaxcala, la recolección de hongos aporta un ingreso adicional a su familia. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, como recurso forestal no maderable, los hongos representan una fuente de ingresos considerable para muchas familias que en cada temporada de recolección llegan a ganar entre 3,360 y 4,320 pesos mexicanos ($163-$209).
Para quienes los recolectan, sin embargo, los hongos representan mucho más que dinero ganado.
Adriana Montoya Esquivel, etnomicóloga del Centro de Investigación en Ciencias Biológicas, de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, dice que los hongos son indicadores vitales de la salud de sus entornos naturales. Ella indica que la conexión entre los saberes locales y científicos en las comunidades autóctonas no solo mejorará el conocimiento acerca de las amenazas contra la biodiversidad — como por ejemplo, la tala ilegal y los incendios — sino que además promoverá las alternativas sostenibles.
Humberto Thomé Ortiz fundó el Laboratorio Social de Micoturismo en México, un espacio experimental de colaboración para el micoturismo entre las comunidades autóctonas, el sector académico, el gobierno y el público en general. Él dice que se debe preservar el conocimiento que sobre los hongos silvestres poseen las comunidades porque aporta información biológica indispensable a la que la comunidad científica no siempre tiene acceso.
Una advertencia en la página web del Repositorio digital multimedia para la determinación de hongos comestibles y tóxicos de México, un proyecto desarrollado por especialistas en micología del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México, explica: “Esta página no debe ser usada para identificar hongos en el campo y consumirlos. La única forma segura de consumir hongos comestibles silvestres es comprarlos a los hongueros que poseen un profundo conocimiento tradicional para reconocerlos”.
Cada vez se ofrecen más experiencias de micoturismo en México, pero Thomé cree que no todas están bien estructuradas o reguladas porque a diferencia de Europa, México no cuenta con leyes respecto a la recolección de hongos.
Para Thomé, el micoturismo bien formulado y realizado puede convertirse en modelo para una experiencia importante y restauradora que ayude a la sociedad a valorar y proteger el ambiente.
Asimismo, muchos participantes del micoturismo dicen que la experiencia bien vale la pena.
Alejandra Ávila Cossío, de 19 años, es scout y aficionada al senderismo. Ella dice que le pareció “fascinante” aprender acerca de los hongos. Por su parte, Yamil Hernández Urquieta, de 25, graduado en bioquímica farmacéutica, dice que le llamó la atención el recorrido porque le apasiona la biología, y que se quedó con ganas de más. “¡Estuvo maravilloso y esperamos el próximo año volver a asistir!”, dice.
Patricia Zavala Gutiérrez es reportera de Global Press Journal radicada en México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Martha Macías, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.