SAYULITA, MÉXICO — Al atardecer, los niños de Sayulita llegan a la plaza central del pueblo para jugar con sus patinetas. Entre las coloridas casas, los restaurantes y las tiendas de “souvenirs”, esquivando a risueños turistas, los patinadores se abren paso. Practican trucos y juegan en el pavimento de este pequeño pueblo en la costa del Pacífico mexicano.
Pero en medio de las oportunidades recreativas para personas adultas y turistas, queda poco espacio para que jueguen los niños de Sayulita.
Habitantes de la comunidad dicen que el turismo ha fomentado un proceso de urbanización y desarrollo que se enfoca en espacios y servicios para turistas; en detrimento de los espacios de convivencia, recreativos y educativos para residentes.
Abraham, de 12 años, dice que la policía a menudo intenta quitarles las patinetas o ahuyentarlos de la plaza, donde están prohibidas. Ha logrado escapar. “Pero también pienso que está mal escapar de la policía”, añade. (Para proteger sus identidades, no se utilizan los apellidos de Abraham y de otros menores entrevistados para este artículo).
Espacios comunitarios como La Casa de la Cultura, La Casa del Maestro y La Casa Campesina alguna vez estuvieron destinados para reuniones, talleres y cursos entre otras actividades comunitarias. Actualmente funcionan como residencias, hoteles y restaurantes que atienden principalmente a turistas. Lo mismo sucedió con una sección del panteón del pueblo.
En este cambio hacia una economía turística, la población infantil se ha visto afectada. “Hay muy pocos espacios para los niños”, señala Matthew, de 11 años. “No es justo que haya cantinas y bares en cada esquina”, añade Obed, de 13.
En el 2000, el gobierno de Nayarit, donde se encuentra Sayulita en el municipio de Bahía de Banderas, estableció un corredor turístico al sur del estado, nombrado Riviera Nayarita, que comprende 180 kilómetros (112 millas) de litoral en el océano Pacífico.
Desde entonces, Sayulita se ha convertido en uno de los principales destinos turísticos de la zona, siendo nombrado en 2015, Pueblo Mágico; una iniciativa del gobierno federal para invertir en la infraestructura de los destinos turísticos más representativos del país.
En 2009, 1.7 millones de turistas visitaron Nayarit, según datos de la Secretaría de Turismo. Esa cantidad prácticamente se duplicó en 2019, con 3.1 millones de visitantes. Tan solo en Sayulita, hay más de 300 alojamientos disponibles en Airbnb, una popular plataforma de hospedaje por internet.
Aunque esto podría representar una oportunidad económica para algunas personas, la disponibilidad de vivienda para la población local ha disminuido, según un estudio publicado en agosto de 2020 por la Universidad Tecnológica de Bahía de Banderas y la Universidad de Guadalajara.
A medida que Sayulita se urbanizó, el estero desapareció, y los huertos de árboles frutales y las áreas naturales se llenaron de basura. La inseguridad aumentó, con robos, tráfico de drogas, asaltos y otros tipos de violencia al alza, señalan personas que residen en el lugar.
Según el secretariado ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en Bahía de Banderas los homicidios dolosos aumentaron en más del triple, de ocho en 2015 a 27 en 2021. Los incidentes de violencia sexual se elevaron de 28 en 2015 a 41 en 2021.
Ni la Dirección de Turismo de Bahía de Banderas ni la Comisión de Policía de Sayulita respondieron a diversas solicitudes de comentarios.
“La gente que viene a visitar y hacer negocio no se siente decepcionada, pero uno que vive aquí y ha visto el cambio al extremo, sí nos duele”, dice Genoveva Garza, de 53 años, quien ha vivido en Sayulita casi toda su vida y es propietaria de Chilywilli, un restaurante tradicional de mariscos.
Jessica Zepeda, directora de La Casa Clu, una asociación civil en San Ignacio, pueblo vecino de Sayulita, que promueve el desarrollo emocional de los niños y niñas a través de actividades lúdicas, dice que se les envían dobles mensajes a las y los menores. Por un lado, son tratados como delincuentes por patinar en la plaza pública, y por otro, el pueblo está lleno de espacios destinados para la diversión de personas adultas, dice.
“Los niños tienen el derecho y la necesidad de jugar, es una parte muy importante del desarrollo. ¿Y qué pasa en Sayulita, donde solo los adultos juegan y juegan a emborracharse, a drogarse y juegan a llevar la vida loca?”, dice Zepeda.
Por su parte, el delegado municipal del pueblo de Sayulita, José Manuel López, confirma que está prohibido patinar en la plaza central porque no es un lugar adecuado para dichas actividades, y quienes patinan son un peligro para las y los peatones.
Es muy difícil que se construyan espacios para la recreación infantil, dice López. “Aquí un terreno es caro y al gobierno le pesa pagar para hacer un centro recreativo”, y añade que “muy pocas personas de la comunidad” se opusieron a la venta de La Casa de la Cultura.
Rodelinda Ponce, originaria de Sayulita, dice que incluso faltan espacios para educación preescolar. El kínder del pueblo ya sobrepasó su capacidad.
Las conversaciones sobre un parque de patinaje público se han estancado. Mientras tanto, los niños de Sayulita aprovechan los escasos recovecos de la ciudad para rodar su patineta.
Los niños caminan por el pueblo en busca de calles vacías. Reconocen que montar una patineta deleita su corazón.
“Sientes que si quieres volar, puedes”, dice Matthew.
Maya Piedra es una reportera de Global Press Journal en México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.