SAN PEDRO MIXTEPEC, MÉXICO — Cada año, multitudes de tortugas marinas recién nacidas hacen el viaje desde sus nidos en playas arenosas hasta el mar.
Es una peligrosa travesía llena de innumerables depredadores, entre ellos cangrejos, aves, mapaches y perros. Las pequeñas tortugas que llegan al mar tienen que enfrentarse a peces grandes, también un depredador común, mientras aletean frenéticamente para salir de las aguas costeras.
Solo una de cada 1,000 tortugas marinas sobrevive hasta la adultez.
Este año, los conservacionistas temen que muchas menos crías puedan llegar al mar.
Esto se debe a que las numerosas especies de tortugas que anidan aquí solían tener la protección de un gran número de turistas que acudían todos los años a las hermosas playas en esta región de Oaxaca, un estado en el sur de México, para participar en campamentos tortugueros comunitarios. En estos campamentos, impulsados por el gobierno mexicano y varios grupos conservacionistas locales, los turistas aprenden a proteger a las crías recién nacidas y luego ayudan a las frenéticas tortuguitas a encontrar su camino para llegar al agua.
Pero este año, las playas están cerradas.
México cerró sus playas el 31 de marzo para frenar la propagación del coronavirus. Los turistas desaparecieron y con ellos la principal fuente de ingresos para los esfuerzos de conservación de tortugas de la región.
Según la Secretaría de Turismo de México, durante la semana del 6 al 12 de abril, por ejemplo, la tasa de ocupación hotelera disminuyó en un 98.8% en comparación con esa misma época el año pasado.
El propósito de los campamentos tortugueros comunitarios es involucrar a las personas en los esfuerzos de conservación, explica María Arely Penguilly, una bióloga que ha trabajado como experta en campamentos a lo largo de la costa de Oaxaca.
Seis de las siete especies de tortugas marinas conocidas anidan en México, y desde 1990 su captura ha sido ilegal, para reducir su alto riesgo de extinción.
“Desde el punto de vista del ecoturismo y gracias al trabajo de educación ambiental, las personas empezaron a ver que una tortuga vale más viva que muerta”, dice Penguilly.
Pero sin turistas, los esfuerzos de conservación se estancan.
“El hecho de que no tengamos visitantes en un trabajo de conservación, no significa que no tengamos gastos o que no haya trabajo”, dice Édgar Noriega, asesor técnico de dos grupos de ecoturismo comunitario de la región.
Hugolino Ibáñez, presidente de Vivemar, otro grupo de conservación local, está de acuerdo.
“El monitoreo de tortugas debe ser continuo”, dice.
Las organizaciones locales están buscando formas de ahorrar dinero y crear flujos alternos de ingresos, dice, como promover la adopción de nidos de tortugas a un costo, a través de las redes sociales y reducir las horas que el personal dedica a monitorear los nidos de tortugas.
Pero mientras la pandemia mantenga las playas cerradas, los peligros para las tortugas aumentarán.
“La playa no se podía quedar sola”, dice Ibáñez. “Porque la gente al quedarse sin empleo también acude más por el huevo y la carne de tortuga para comer”.