LA PALMA, MÉXICO — El año pasado, en un día caluroso, María Concepción López Ojeda se paró delante de un pequeño grupo de jovencitas y mujeres armadas con tijeras, hilo, agujas de coser y tela blanca. “Vamos a confeccionar nuestras propias toallas sanitarias”, les dijo. En sus rostros se dibujaron destellos de ansiedad.
En sectores amplios de México, incluso entre familias, la menstruación se considera un tabú. En algunos comercios, el personal de cajas vende a la clientela toallas sanitarias envueltas en periódico y metidas en una bolsa de plástico negro; no vaya a ser que otras personas vean lo que han comprado. Sin embargo, en el transcurso de las siguientes seis horas, mientras López demostraba cómo coser la tela, las chicas dejaron de reír y comenzaron a hacer preguntas.
¿Son seguras las toallas reusables? (Sí.) ¿Me mancharán la ropa interior? (No.) ¿Cuánto tiempo duran? (Hasta cinco años. Hay que lavarlas con jabón sin aroma, y no usar blanqueador.)
Xochilt Gregorio Hernández, de 40 años, se sentó junto a López en la mesa larga. Su hija ayudó a organizar el taller “Menstruación Consciente” en La Palma, una comunidad rural de 1,700 habitantes, al sur de Chilpancingo de los Bravo, la capital del estado de Guerrero. “En mi época no se hablaba de esos temas”, dice. “Nadie nos decía cómo debíamos cuidarnos”.
Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, conocido como UNICEF, menos de 1 de cada 5 adolescentes y mujeres mexicanas tienen un “conocimiento exacto” de la menstruación. Esto refleja un problema mundial. En 2019 se revisaron los estudios de una docena de países — entre ellos México — y se encontró que las chicas a menudo no aprendían sobre la menstruación sino hasta su primer período, y que su fuente principal de información era su madre.
Muchas chicas sienten vergüenza, temor o el deseo de mantener en secreto sus cambios corporales, según el análisis del International Journal of Public Health, una publicación de la Escuela Suiza de Salud Pública. “Hay niñas de cuarto y quinto grado que empiezan a menstruar y no saben qué hacer”, dice Christian Manzo Ruano, docente de una escuela primaria en Chilpancingo.
El análisis encontró que muchas chicas batallaban durante sus ciclos para asearse correctamente o para comprar toallas sanitarias o sustitutos adecuados. Algunas improvisaban con trapos, calcetines, cobijas o pasto, pero cuando una chica se siente desaseada o incómoda, llega a faltar a la escuela. Según UNICEF, cerca de la mitad de las jóvenes mexicanas prefieren quedarse en casa durante su menstruación, lo que podría significar la interrupción mensual de su educación.
López, de 27 años, quiere que eso cambie. Ella se unió a la causa hace años cuando era voluntaria en un refugio de tortugas marinas en la costa de Guerrero. Las toallas sanitarias compradas en la tienda se sentían incómodas en el pegajoso ambiente tropical. Después, López asistió a un taller donde aprendió a elaborar sus propias toallas.
“Empecé a usarlas y vi cambios, por ejemplo, en mi flujo menstrual”, dice. Como podía lavarlas y volver a usarlas, eran lo más ambiental y económicamente sensato. Para algunas mujeres, las toallas de materiales naturales también resultan menos irritantes, ya que los químicos de las toallas sintéticas pueden provocar irritación e infecciones, dice la Dra. Gladis Citlali Esteban Hernández, médica general en el municipio de Acapulco, Guerrero.
Después de la muerte de su hermano por cáncer, López inició un negocio en el que vende productos amigables con la Tierra como barras de champú, cepillos de dientes de bambú y protectores labiales. En 2019, inició los talleres gratuitos “Menstruación Consciente”, ampliando su misión de ayudar a la gente a usar productos con menos toxinas.
Se dirigió a las comunidades rurales de Guerrero, donde las mujeres frecuentemente tienen acceso limitado a los tampones y las toallas sanitarias. “No hay, vas a cualquier tienda y no encuentras ninguno”, dice Abel Barrera Hernández, fundador del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, que trabaja con mujeres indígenas en la remota región Montaña del estado. “Esto pone en riesgo su salud, su higiene, su cuidado”.
Incluso en aquellas comunidades que venden productos sanitarios, el dinero a menudo es un obstáculo. En la Ciudad de México, capital de la nación, el costo mensual de productos menstruales para dos personas puede llegar a ser igual al 6% del ingreso familiar, según la Organización de las Naciones Unidas, al citar datos del grupo Menstruación Digna México.
A partir de este año, en el país se ha prohibido cobrar el impuesto al valor agregado del 16% a los productos menstruales. Aun así, dice Uriel Cabrera, quien dirige los talleres con López: “Al final del día, las mujeres que no tienen dinero van a seguir luchando para conseguir toallas sanitarias”.
Por eso, López sigue promoviendo la protección que ofrece “Menstruación Consciente”. En La Palma, su grupo se reunió en la entrada color verde azulado de una casa local, bajo un retrato de la Sagrada Familia. Las chicas y las mujeres recortaron entre dos y tres capas de tela absorbente y las adhirieron a tela de paraguas resistente a líquidos para proteger su ropa interior. Es una actividad que cansa y toma tiempo.
“Ya me duele la mano”, dice una chica. Otra sugirió que el proceso sería más fácil con una máquina de coser. Una tercera reflexionó que podría ganar dinero vendiendo toallas a sus amigas. Cuando terminó el taller, el cielo estaba oscuro y cada una de las participantes había cosido tan solo una toalla. Tres chicas se comprometieron a probarlas en su próxima menstruación. Las demás se mantuvieron dudosas.
Corrección: Este artículo se ha actualizado para corregir la duración que podría tener una toalla sanitaria hecha en el taller. Global Press Journal lamenta el error.
Avigaí Silva es reportera de Global Press Journal, radicada en el estado mexicano de Guerrero.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Martha Macías, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.