TEOPISCA, MÉXICO — Con los primeros rayos de sol, Silvia Jiménez Pérez ya está hirviendo los granos de maíz que son el ingrediente principal de la comida que venderá en San Cristóbal de Las Casas, la capital cultural del estado de Chiapas.
“Hago tamales, taquitos, memelitas, pozol y todo lo que se me ocurra del maíz”, dice. “Ese es mi negocio”.
Jiménez Pérez, de 44 años, cultiva todo el maíz que usa.
“Me gusta ir a cosechar. No hay tiempo más alegre que cuando el agua empieza a caer”, dice. “En mayo empieza oficialmente la lluvia, y ya en junio o julio ya se empiezan a encontrar las verduras de la milpa, el bledo, la verdolaga, la flor de calabaza, una que otra verdurita, que no es sembrada, que no es cultivada, que no tiene químicos, que es natural”.
El maíz es el alimento principal de México y la base de varios platos icónicos mexicanos, incluyendo las tortillas, los tamales y otros más. Pero la producción general de maíz en el país ha disminuido, mientras que su importación ha aumentado. Estados Unidos exportó 2,6 mil millones de dólares de maíz a México en 2016, pero las explosivas declaraciones de Donald Trump, el presidente estadounidense, sobre su intención de acabar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (o TLCAN, el tratado que permite importaciones y exportaciones libres de aranceles entre Canadá, Estados Unidos y México) tiene a los legisladores mexicanos preocupados por el abastecimiento de maíz del país en un futuro. La disponibilidad de maíz importado barato bajo el TLCAN sacó del mercado a muchos agricultores pequeños, dejando a México vulnerable si Estados Unidos frena o incluso disminuye su exportación.
Jiménez Pérez y personas como ella podrían jugar un rol cada vez más importante con la incertidumbre acechando a la economía alimenticia global.
Ella es miembro de Mujeres y Maíz, una organización a través de la cual mujeres indígenas y mestizas de Chiapas obtienen apoyo para cultivar maíz y crear sus propios productos de maíz. Esta cooperativa se creó en 2008 y ahora cuenta con 180 miembros que trabajan juntas para crear un centro comunitario donde entrenarán a otras personas y podrán vender algunos de sus productos.
Las mujeres ya han visto antes cómo la política impacta su suministro de alimentos. El grupo fue creado justo antes de una crisis conocida en México como “tortillazo”, dice Luz Carmen Silva Pérez, miembro de Capacitación Asesoría Medio Ambiente y Defensa del Derecho a la Salud, una organización que apoya a Mujeres y Maíz.
La palabra tortillazo se suele usar para describir situaciones políticas o económicas que aumentan el precio de las tortillas. A principios de este año el alza de los precios de la gasolina fue llamada “gasolinazo” y también causó un tortillazo.
A principios de este siglo, Estados Unidos comenzó a usar buena parte de su cosecha de maíz en biocombustibles, así que las compañías mexicanas acapararon sus propias cosechas, temiendo que no hubiera suficiente para abastecer a la industria de las tortillas. Los precios se reventaron.
“El kilo de tortilla industrial pasó de 5 pesos a costar 12 o 14 pesos”, dice Silva Pérez.
Las tortilleras artesanales no podían aumentar sus precios demasiado y seguir esperando vender como antes, así que se abastecieron de maíz local.
Esperanza Bautista, la agricultora de maíz de 32 años que fundó Mujeres y Maíz, dice que la primera tarea del grupo fue proveerles maíz local, incluyendo alguno que venía de parcelas familiares, a mujeres de la zona que hacían tortillas y tostadas en San Cristóbal de las Casas.
Desde ahí, el grupo comenzó a dar con otros retos comunes. La mayoría de las tortilleras de la zona cocinaban en hornos abiertos que usaban una gran cantidad de madera y que generaban humo que enfermaba a las mujeres y a sus familias. Así que Mujeres y Maíz comenzó a construir fogones ahorradores de energía.
A Carmela María Ruiz Belo la promesa de un fogón ahorrador de energía la llevó hasta Mujeres y Maíz. En 2016, una vecina la invitó a unirse al grupo de trabajo de la comunidad. Ahora usa un fogón que tiene una plancha, lo que le permite cocinar más de una cosa a la vez, y que expulsa todo el humo a través de una chimenea. Ruiz Belo también asiste a los talleres sobre cómo comer saludablemente y ayuda a plantar árboles en el área.
Estos son pequeños esfuerzos comparados con la economía nacional de México y la cadena alimenticia, pero el grupo es clave para mejorar la soberanía alimentaria de quienes más la necesitan, según dicen expertos.
“La soberanía alimentaria no es sólo una cuestión de derechos sino que estás hablando de cuestionar el sistema alimentario, entonces estás hablando de muchas dimensiones”, dice Helda Morales, una investigadora en el departamento de agroecología del Colegio de la Frontera Sur, un centro de investigación científica público que se enfoca en desarrollo sostenible a lo largo de la frontera del sur de México.
Mujeres y Maíz es uno de los varios grupos que están realizando actividades similares en México. Estos grupos están trabajando para crear una red, aunque sea tan solo para compartir conocimiento. Algunos miembros de Mujeres y Maíz asistieron a una reunión en Italia para aprender sobre el movimiento de comida lenta, que promueve la producción y el consumo local.
“Así es como pueden generarse cambios”, dice Luz Carmen Silva Pérez, miembro de Capacitación Asesoría Medio Ambiente y Defensa del Derecho a la Salud, una asociación civil que apoya a Mujeres y Maíz.
“Somos pequeños granitos, pequeños nodos distribuidos en varias partes del país, en varias partes del mundo. Soñamos con fortalecer la soberanía alimentaria y, en ese sentido, pertenecer a esas redes nos hace más fuertes”.
Pablo Medina Uribe, GPJ, adaptó esta historia de su versión en inglés.