Guatemala

Guatemalteco lucha contra tradición paterna de alcoholismo

Hace seis años, Vicente Bocel logró dejar el alcohol. Pero, a sus 68 años, no podía quedarse de brazos cruzados viendo cómo los hombres enseñan a tomar a sus hijos varones de entre 11 y 13 años. Así creó un grupo de apoyo para evitar que el alcoholismo pase de una generación a otra y quiere multiplicar su voz.

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Guatemalan Man Fights Paternal Alcohol Tradition

Brenda Leticia Saloj Chiyal, GPJ Guatemala

Vicente Bocel, de 68 años, creó en enero un centro de lucha contra el alcoholismo en su comunidad natal, Cantón El Tablón, en el occidental departamento guatemalteco de Sololá.

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SOLOLÁ, GUATEMALA – Son las 6 de la tarde. Vicente Bocel está sentado en una silla de madera ante su casa de adobe, en el Caserío Cooperativa, Cantón El Tablón, en el occidental departamento de Sololá, Guatemala.

Bocel, de 68 años, aguarda la llegada de las siete personas que usualmente participan en su grupo de ayuda contra el alcoholismo. Espera además que se sumen nuevos miembros.

Este escenario se repite cada martes y jueves.

“Yo espero a la gente”, dice. “Si vienen o no llegan a estas sesiones, yo me siento a esperar. A veces me quedo dormido en mi silla, pero sigo esperando a la gente”.

Bocel sostiene que el alcoholismo afecta a muchos hombres en su comunidad y quiere ayudar a que eso cambie.

Casi un 8 por ciento de los más de 7 millones de hombres en Guatemala sufre algún tipo de trastorno vinculado al alcohol, incluyendo dependencia, según datos de 2010 de la Organización Mundial de la Salud.

El consumo promedio anual por persona de “alcohol puro” entre los hombres guatemaltecos fue de 7,5 litros entre 2008 y 2010, según el Informe Mundial de Situación sobre Alcohol y Salud 2014 de la OMS. Esta cantidad supera en 21 por ciento el promedio mundial de 6,2 litros.

Bocel dice que tomó su primer trago cuando tenía 11 años. Su padre fue quien se lo ofreció. Cuenta que, de ahí en adelante, el padre le compraba alcohol todos los días. Muchas veces, ambos se emborrachaban juntos o quedaban inconscientes tirados en la calle.

“Mi padre me daba una copita, y así poco a poco me fue gustando el alcohol”, relata.

Para Bocel, es común que los hijos beban con sus padres. Cuenta que ha visto a jovencitos y adultos tambalearse en los caminos o quedar tirados al borde de la carretera, cerca de su casa. El sostiene que, normalmente, el alcoholismo pasa de padres a hijos.

Bocel superó la adicción al alcohol hace seis años. Dice que lo hizo solo, sin ayuda de ningún grupo o centro contra el alcoholismo. Tras notar que en su comunidad no había ningún grupo de apoyo a alcohólicos, en enero creó su propio centro. La Unidad Servicio Recuperación usa el símbolo de Alcohólicos Anónimos para ganar visibilidad, aunque Bocel no es miembro de esa organización.

Además de realizar reuniones dos veces por semana, Bocel visita casa por casa para convencer a la gente de que asista al centro. Habla con quienes se cruza en el camino y deja invitaciones por debajo de las puertas.

“Así, poco a poco, va a funcionar”, asegura.

Enseñar a beber a los jovencitos es una práctica social aceptada en pequeñas comunidades de Guatemala, según dice Francisco Ralón, psicólogo y profesor en el campus de Altiplano de la Universidad del Valle de Guatemala, en el Cantón El Tablón.

“’Tú sí eres hombre’”, cuenta que es una frase común que dicen los hombres a sus hijos al momento de tomar una copa juntos. Ralón afirma que los hijos, por su parte, se sienten muchas veces orgullosos de seguir el ejemplo de sus padres, porque cumplen así con expectativas sociales y de género.

Pero esta práctica tiene consecuencias, según advierte el Dr. Alejandro Paiz, psiquiatra y director del Sanatorio Philippe Pinel, un centro privado que ofrece programas de rehabilitación en el abuso de drogas y alcoholismo, entre otros.

“Las personas de esta localidad abusan del alcohol porque lo ven normal, algo natural entre ellos, y es ahí donde surgen los problemas grandes”, dice.

El grupo de Bocel es el primero y único de su tipo con que cuentan los 1.600 residentes del Caserío Cooperativa, Cantón El Tablón, según confirmaron tanto Bocel como otras fuentes que trabajan en este tema.

Bocel dice que hay otros grupos de apoyo para alcohólicos en el departamento, pero se encuentran alejados. El más cercano está en el municipio de Sololá, capital departamental, a unos 45 minutos en ómnibus del caserío. El otro grupo de apoyo, en Santiago Atitlán, está a más de dos hora en bus.

Él considera que el grupo de apoyo que lidera está en una posición excepcional en varios sentidos para ayudar a hombres de su comunidad, en comparación con otras instituciones en la zona, como iglesias, escuelas y centros de rehabilitación.

Bocel dice que no cobra nada ni impone ninguna creencia religiosa. Además, las clases o talleres que ofrecen algunas escuelas tienen fecha de cierre, mientras que sus sesiones son ininterrumpidas.

“Mis sesiones se realizan dos veces a la semana, y seguirá así hasta que me muera”, dice.

Más importante aún es que sus sesiones son conducidas en Kaqchikel, la lengua maya que habla la población local en su comunidad. En este sentido, explica que muchas personas no hablan español en la zona, lo cual limita sus opciones.

“Las personas prefieren atenderse con su propia gente. Se tienen más confianza, se entienden, porque están en un mismo contexto”, dice Bocel. “Hablamos un mismo idioma, tenemos costumbres y se respeta”.

Francisco Coché, quien dirige un centro de ayuda a alcohólicos en Santiago Atitlán, afirma que él y su equipo no visitan a las personas en sus casas porque no les da el tiempo para hacerlo. En este sentido, considera que el método de Bocel para involucrar a nuevos y antiguos miembros es único en la zona.

Coché también ha visto cómo el alcoholismo pasa de padres a hijos en comunidades del oeste de Guatemala. Dice que los jóvenes no siempre logran separarse del ejemplo paterno.

“’Si mi papá es así, yo seré así’”, cuenta Coché (CQ) que es el razonamiento más común entre los hijos.

Mariano Ajquichí, de 65 años, aún recuerda querer ser como su padre, un tomador empedernido. Con el permiso de él, Ajquichí comenzó a tomar a los 12 años.

“Recuerdo bien que mi padre me dio un sorbo, una miseria, y por esa copita que me dio, me gustó”, dice.

Ajquichí cuenta que permitió que sus tres hijos tomaran alcohol en fiestas familiares cuando tenían 12 ó 13 años, porque lo consideraba algo normal. Dice que los tres, que actualmente tienen entre 27 y 45 años, son alcohólicos.

Ajquichí es uno de los siete asistentes al grupo de Bocel. Relata que éste fue a su casa en enero a invitarlo y lo convenció de que asistiera.

Asegura que es una de las tres personas que ha logrado mantenerse sin consumir durante al menos cuatro meses gracias al grupo de ayuda de Bocel. Otros miembros han podido abstenerse durante uno o varios días, pero no por períodos prolongados.

Ajquichí dice que quiere ayudar a sus hijos a dejar el alcohol. Se siente responsable por la situación que ellos viven y el grupo de apoyo de Bocel lo ha ayudado a darse cuenta de que él puede romper la cadena de alcoholismo en su familia.

“No hablaba mucho con mis hijos, y ahora lo pienso hacer”, dice. “Me va a costar, pero lo haré para que dejen de beber alcohol”.

Bocel cuenta que él buscó ayuda en centros para alcohólicos hace más de 10 años cuando vivía en Ciudad de Guatemala, capital del país. Afirma que nunca tuvo éxito, porque no tenía el apoyo de su padre.

En 2009, encontró ese apoyo en sus propios hijos y dejó de tomar, porque se dio cuenta de que podía ser una influencia negativa sobre los miembros más jóvenes de su familia si seguía consumiendo alcohol.

“Mis nietos y nietas van creciendo, y al verme me daba pena y no quiero que ellos tomen mi ejemplo”, dice.

Bocel inicia cada sesión grupal con una bienvenida. Cuando llega alguien nuevo, él cuenta su historia, cómo creció, cómo se fue metiendo en el alcoholismo y cómo logró mantenerse limpio estos últimos seis años.

En círculo, Bocel y los asistentes leen y dialogan sobre las últimas noticias y estudios académicos en relación al alcoholismo. Dice que cada uno comparte una experiencia similar con el grupo. Bocel ofrece luego sus consejos ante la situación de cada persona.

Los participantes se plantean objetivos, como no beber por un día, luego por dos días, mientras miden cuánto tiempo pueden aguantar sin tomar. El objetivo final, según Bocel, es darles apoyo a los padres para que puedan a su vez dar apoyo a sus familias.

“Si ven que papá toma, ellos toman”, dice Bocel. “Si los padres tienen claro que sus actos están mal, tratan de evitar que sus hijos sigan la cadena”.

Bocel sostiene que su mayor desafío es atraer a nuevos miembros y conservar a los actuales.

Matías Tuiz, de 35 años, comenzó a tomar a los 16. Asistió a una reunión de Bocel por invitación de éste, pero decidió no regresar. Dice que no se sintió cómodo hablando sobre su vida y enterándose de la vida de otros.

“No puedo dejar de tomar, y si asisto, sería una pérdida de tiempo”, dice Tuiz.

Pero Bocel quiere que se sumen más miembros. Por eso, les pide a los asistentes que inviten a su vez a otras personas. Ya cuenta para ello con la ayuda de Ajquichí, quien además de hablar con los vecinos, reparte cartas de invitación.

“Y así, entre todos, nos ayudamos a solventar este problema”, dice Ajquichí.

Bocel señala que hasta ahora ninguna mujer se ha acercado al grupo pidiendo ayuda. Él piensa que es porque quizás las mujeres temen ser estigmatizadas. Pero dice que planea llegar también a las mujeres el año próximo y que espera que un día, pronto, el grupo tenga tantas mujeres como hombres.

Pero, más allá de que el grupo crezca, Bocel asegura que continuará su trabajo.

“Yo siempre estaré, aunque no vengan las personas”, dice Bocel. “Estaré esperándolos”.

Brenda Leticia Saloj, GPJ, tradujo entrevistas del Kaqchikel al español.

Ivonne Jeannot Laens, GPJ, adaptó este artículo de la versión editada en inglés.