BUENOS AIRES, ARGENTINA — Marcelo Montenegro, presidente de la huerta de Hábitat Natural, se acerca con un zapallo en brazos a René Castro, un técnico de Pro Huerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria.
Castro mira el primer zapallo y después otros dos de la misma cosecha. Los toca y los pesa. Un miembro de la huerta explica que con ellos planean hacer locro, un guiso a base de zapallo, poroto, maíz o papa tradicional en Argentina.
“Lo mejor es dejarles el cabo para que se maduren bien”, dice Castro.
Después los felicita: “Están barbaros”.
Pro Huerta es un programa estatal que capacita a familias, comunidades y escuelas para que puedan instalar y mantener sus propias huertas. El objetivo es ayudar a personas de bajos ingresos a tener suficientes alimentos nutritivos para comer, de una fuente que ellos mismos controlan. Pro Huerta se formó hace 26 años y Huerta Niño hace 18 años, pero su trabajo es cada vez más importante a medida que a más argentinos se les dificulta comprar suficiente comida ante la actual crisis económica.
“La idea es generar alimentos sanos con gasto cero”, explica Montenegro. “La necesidad de producir el propio alimento tiene que ver con la baja del presupuesto con el que cuentan las familias”.
La inflación extrema y otros problemas causados por la crisis económica de Argentina han empujado a muchas familias a situaciones financieras desesperantes. Alrededor del 30 por ciento de la población en el país vive en la pobreza, según datos publicados en 2016 por el Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República.
Según un reporte de la Pontificia Universidad Católica Argentina, casi 20 por ciento de los niños en Argentina no tenían seguridad alimentaria en 2015.
“Hace un año vengo notando que más personas están pidiendo semillas porque se van quedando sin trabajo o el sueldo ya no les alcanza”, dice Castro. “Van a la verdulería y ven que un morrón está 20 pesos ($1.29) y tienen que pensar dos veces si lo compran o no”.
Hoy en día, Pro Huerta trabaja con más de 3.000 organizaciones e instituciones, 455 mil huertas familiares, 6.000 huertas escolares, 1.000 huertas comunitarias y 2.700 huertas en instituciones alcanzando 2,8 millones de personas. Pro Huerta ayuda a Huerta Niño con capacitación, especialmente para comunidades que instalan huertas en sus escuelas. Hasta el momento, se han creado alrededor de 400 huertas que alimentan unos 31,500 niños. Pro Huerta cuenta con 7.500 promotores voluntarios.
Los programas son fundamentales para enseñar a la gente que existen más vegetales y hortalizas que tomates, lechuga, papas y cebollas, dice Montenegro. Algunos niños no han probado otra verdura, dice.
“Nuestro trabajo también tiene que ver con que la gente conozca diferentes tipos de verdura”, dice.
Los programas también muestran a los niños que tienen opciones, dice Bárbara Kuss, directora ejecutiva de la Fundación Huerta Niño.
“Les muestra a los chicos que no tienen que migrar para tener una mejor alimentación y una salida laboral”, dice.
Además, dice Kuss, las escuelas con huerta se autoabastecen de vegetales por lo que pueden usar todo el presupuesto destinado a alimentos para comprar huevos y algo de carne, lo que mejora el contenido proteico de la dieta.
Los programas también mantienen los alimentos cerca de donde se cultivan, dice Nicolás Ramilo, coordinador nacional del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria.
“Si analizamos el circuito que hacen los alimentos vemos que se producen en un lugar, van a la ciudad capital y vuelven hacia el primer lugar, con un consumo energético enorme, habiendo productores que pueden abastecer mediante circuitos propios a pequeños poblados”, dice Ramilo.
Mantener los alimentos cerca de dónde se cultivan ayuda a la gente de la región a comer más sano, dice.
En las escuelas dónde se inician huertas, la necesidad de alimentos saludables — o de cualquier alimento — es clara.
Durante la cosecha, algunos niños esperan con tenedores y cuchillos en la mano, dice Germán Zacharczenia, un maestro de secundaria en Lanús, en la provincia Buenos Aires [donde] comenzó el proyecto de huerta el año pasado.
Y está claro que ellos aprenden habilidades que pueden usar en casa también, dice.
“Otras dos niñas usaron semillas que se les dieron en la escuela y formaron su huerta para (su) propio consumo”, dice.
Lourdes Medrano, GPJ, translated this article from Spanish.