PUERTO RICO — La música urbana en Puerto Rico se cocina en cuartos oscuros. Por uso y costumbre, así son los estudios de grabación. El artista lleva audífonos y se detiene frente al micrófono que amplificará sus palabras. El productor espera frente a su consola para reproducir la pista. El tiempo de grabación es limitado y la meta, antes de salir, es crear una canción.
El reggaetón es uno de los géneros musicales más populares del mundo y en Puerto Rico, se escucha en la mayoría de los espacios comunes. En Latinoamérica, cinco de los artistas con mayor audiencia durante 2023 pertenecen a la música urbana, un híbrido de música popular como el hip hop, el reggaetón y el R&B (y sus variaciones). Entre ellos se encuentra el reggaetonero Bad Bunny, uno de los principales exponentes del género en la actualidad. Esta música, sus letras y sus ritmos, inspiran a una nueva generación de artistas que, aunque aún no pueden dedicarse exclusivamente a sus producciones debido a la necesidad de ingresos estables, abordan desde “el fronteo” —una actitud desafiante a las normas— temas como el desplazamiento de comunidades, el rescate de playas, la reafirmación de la identidad racial y la libertad sexual.
Rubén Rolando, Julio del Hoyo y Paula Andrea Rivera Sánchez, conocida en el medio como Baby Pau, son tres de estos artistas. Escriben canciones, visitan estudios de grabación y suben a escenarios en paralelo a sus empleos remunerados, en busca de cumplir sus sueños y destacar en una industria cada vez más popular.
En términos geográficos, el reggaetón nace del crossover —circulación, en español— de personas entre el Caribe y Estados Unidos, pero se comercializó en Puerto Rico desde la década de 1990. En sus orígenes fue un género censurado, por las letras sexualmente explícitas y sus crónicas violentas cotidianas. Sus principales exponentes cantaban desde sus experiencias como hombres heterosexuales criados en comunidades urbanas empobrecidas.
GUILLE DE DIOS de Baby Pau
Me miro al espejo y me sorprendo
Wow pero que linda y aunque
no comprendas, está bien cabrona
mi autoestima, desde pequeña
sabía que estaba muy por encima
TRUKITO de Julio del Hoyo
Sigo cuestionando mi idioma de cariño
Pa’ no hacer daño sin querer
No pretendo que tu seas una Tinker-Bell
Pero si te queda algo ponnos a volar
TIROTEO de Rubén Rolando
Remolcando nuestros sueños
el entorno nos vuelve más hábiles
ante el peligro de perdernos
en lo incierto
Por eso, artistas como Ivy Queen, una de las primeras mujeres que destacó en esta escena musical, se convirtió en referente para el artista transdisciplinario y gestor cultural Rubén Rolando, de 34 años, quien se identifica como persona no binaria. “Estaba identificándome con esa fuerza femenina y ese poder [de Ivy Queen]”, dice el artista que tuvo su primer acercamiento a la música en un coro clerical durante su niñez. Además, exploró la declamación de poesía, el dibujo gráfico, la cinematografía y, en 2018, decidió ingresar al género urbano porque era “donde más cómodo me sentía cantando, interpretando y escribiendo”.
Otros artistas como Tego Calderón, que innovó en la fusión musical con la cadencia afroantillana, mezclando la salsa, el hip hop, el rap y la bomba —un género musical afropuertorriqueño— ha sido referente para la juventud. Esa experiencia sonora influye en la música de Julio del Hoyo, un artista emergente y trabajador social que se inspira en el estilo de Calderón. “Creo que esas canciones de rap, canciones de reggaetón, son esa inspiración, esa motivación que a mí me dio de hacer música”.
Así también lo experimentó Baby Pau, una técnica de uñas y trapera de 27 años que grabó su primer tema musical en 2022. La composición, la música y los discos de Arcángel y Cosculluela le acompañan desde su adolescencia. La artista relata que, a un año de graduarse de la universidad, “le dije llorando [a mi mamá] que no quería estudiar más nada, que quería hacer música”.
La inspiración no pide permiso
En el trabajo, en el carro o en una conversación entre amistades puede ser el espacio donde se les ocurra la idea para escribir una línea o grabar una melodía. Otras veces, apuestan a la disciplina de una rutina de escritura para crear nuevos proyectos. Así nació la línea: “Me dijeron que te gusta la mujer pendeja, pero te topaste con una que no se deja”, de la canción “Guille de Dios”. “Muchos hombres se molestan con mi música”, dice Baby Pau. “Digo la verdad. Si no quieren que escriba eso, no me traten mal”.
La apropiación de su sexualidad se refleja también en sus líricas con las cuales afirma su poder frente al sexismo que caracteriza al reggaetón. “Yo canto muy sexual, porque soy bien apropiada de mi sexualidad”.
Baby Pau narra sus experiencias como mujer en el desamor y el sexo, desde el poder y el gozo. Vivencias que Rubén Rolando también comparte como persona queer y no binaria. En 2004, durante su adolescencia, exploró su sexualidad ocultándose en alguna discoteca para perrear —bailar reggaetón— con otros hombres.
“Eso era imposible y, de momento, es mucho más visible”, recuerda Rubén Rolando.
La presencia de personas queer en el género no es nueva: Lisa M., rapera y reggaetonera, anunció que era lesbiana con un post en Facebook en 2010. Sin embargo, han alcanzado más visibilidad artistas como Villano Antillano, mujer trans cuyo álbum Sustancia X se cataloga como uno de los mejores de 2022 por la revista Rolling Stones; Young Miko, que canta sobre experiencias lésbicas y fue la primera mujer puertorriqueña en presentarse en un festival de Coachella; RaiNao, que dedica sus letras tanto a hombres como a mujeres y tiene casi 1.5 millones de oyentes mensuales en Spotify; y Ana Macho, que tiene dos álbumes y varios sencillos y EPs —extended play, un lanzamiento musical más corto que un álbum—, que acumula 18,378 oyentes mensuales en la plataforma.
Ahora Rubén Rolando canta líneas como: “Tiene un hickey de otro jevo, pero yo no soy celoso”, en su canción “Cheribón”. “Constante y peligrosa, cuando siento miedo brillo de coraje”, dice otra de sus canciones, “Brillo de Coraje”. “Utilizo la música como una herramienta para visibilizar, compartir historias y que nos respeten”, dice.
Para Julio del Hoyo, el trabajador social, desvincularse de su entorno no es posible: “Yo hago música para la gente con la que yo me paso, [sobre] nuestras conversaciones, de lo que aprendo en mis prácticas y en el trabajo”. Mensajes de justicia social y antirracistas como “los que mandan siempre tienen pieles blancas” aparecen fortuitamente entre sus canciones sobre amor y alegría, porque “los procesos de resistencia y de lucha van de la mano con pasarla bien”.
El costo de hacer música
La letra es solo una de las primeras etapas de la producción musical. El proceso de armar una canción puede ser tardío y complejo, dicen los y las artistas. Recibir compensación económica tarda aún más. Para quienes aspiran a dedicarse al género sin “padrinos” o “madrinas” musicales —personas que financian su carrera— el dinero llega a cuentagotas. “Hacer música es bien caro”, dice Baby Pau, quien confiesa haber hecho ajustes en su alimentación para financiar por sí misma la producción de sus lanzamientos.
“Se pueden ir fácil 800 dólares en una buena producción low budget”, añade. La cifra incluye el arte de portada, el video, la grabación, la mezcla, la pista y algunos accesorios que la artista utiliza para resaltar su presencia. Baby Pau podría reunir esta cantidad de dinero en dos semanas de trabajo, pero esos ingresos son divididos entre la música y sus gastos personales.
El salario mínimo federal en Puerto Rico es de 9.50 dólares la hora, y subirá en un dólar a partir de julio. Una persona que incursiona en el género con estos ingresos debe trabajar 84 horas para alcanzar la cifra que menciona Baby Pau. La trapera explica que las colaboraciones con otros artistas, como Mr. HumA y Ave María José, han sido importantes para minar esa carga económica, porque le permite una división de gastos.
Recuperar su inversión tampoco es algo inmediato. Para generar ingresos en la plataforma Spotify, una sola canción debe alcanzar al menos mil reproducciones al año de su publicación y, en esta etapa de sus carreras, las presentaciones no siempre son remuneradas.
“Para producir aquí en Puerto Rico tenemos que asumir muchos roles”, dice Rubén Rolando. Cuando creó “Brillo de Coraje”, su primer EP de cinco canciones, tardó un año en completarlo, pero el tiempo no importa porque sueña con vivir de la música. “Para nosotres [las personas queer] todo es trabajo y todo es compromiso y todo es sacrificio; no es raro para mí tenerme que zumbar a trabajar duro por nuestros sueños”, dice. “No se nos ha regalado nada”.
Otros artistas también se adaptan para reducir gastos. A Julio del Hoyo solo le basta caminar unos pasos desde su habitación para llegar a su estudio, un cuarto iluminado con pequeñas luces azules pegadas en las paredes en el barrio Río Piedras de la capital. Es ahí donde se entrega a su música. “Un estudio de la industria es de otra calidad, pero me cobran por hora. Aquí [en la casa] también puede sonar bien y no dependo de otra persona”, dice.
Imaginar el futuro
“Vivir de la música es algo impensable en este momento”, dice Julio del Hoyo, quien confiesa que le intimida un poco por razones económicas. “Hay que pagar billes, hay que hacer cosas y ahora mismo sé que no es suficiente hacer música”. El artista, quien también tiene estudios superiores, aspira a seguir su carrera en trabajo social comunitario en paralelo a su proyecto artístico. Para Rubén Rolando, la música es una estrategia. “Yo estoy haciendo música porque me apasiona, pero si voy más allá de mi pasión, es una manera también de hacer ruido, de hacerme ver de una manera más universal”.
Esa universalidad también incluye “visibilizar el trabajo de mi equipo y de las personas que llevan todo este tiempo produciendo a mi lado”, dice sentado en la cocina de la Casa Archivo, un centro cultural en el pueblo de Manatí, al norte del archipiélago.
Desde la silla donde le arregla las uñas a sus clientas, en Carolina, Baby Pau dice: “Yo voy a los conciertos y, en vez de disfrutarlos, quiero estar ahí abajo, quiero ser la que está cantando”. Mientras recuenta el orden de sus canciones, expresa: “Ha sido un proceso donde he contado mi historia”. En el escenario, a Baby Pau a veces le dan deseos de llorar. Piensa en los días que ha comido arroz con huevo para ahorrar y poder pagar sus producciones.
Cuando Baby Pau le pide al público que haga un coro, el público obedece. La devuelven a su lugar, el escenario.
El reggaetón es el medio para que estos artistas, aunque sea un poco, purguen sus experiencias. Para alcanzar otras audiencias o llenar coliseos, tienen que continuar yendo una y otra vez al estudio de grabación. En ese cuarto oscuro, se ponen los audífonos y cantan sobre la pista para crear algo nuevo y apostar a que será el boleto hacia todo lo que sueñan.