FAJARDO, PUERTO RICO — Marcan las 10:15 a.m. Un dispensador de cinco galones de agua helada se mece dentro de la camioneta de Intercambios Puerto Rico, una organización no gubernamental que aboga por la integración social de personas usuarias de sustancias, sin vivienda, y personas trabajadoras sexuales.
“¿Tú me das un poco de agua? Estoy seco”, dice un hombre al acercarse al dispensador de agua. Ese pedido se repite entre quienes recurren a los puntos de encuentro que Intercambios Puerto Rico visita cada semana.
Mientras una ola de calor marca temperaturas históricas en la región, el bienestar de miles de personas que viven en la calle recae sobre organizaciones sin fines de lucro que brindan alivio temporero para una comunidad desprovista de servicios mínimos.
Las personas sin vivienda enfrentan condiciones de vida deprimentes, expuestas a sentir con mayor intensidad los efectos del cambio climático, en especial el calor. Durante el mes de junio, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés) registró sensaciones térmicas de hasta 125ºF (casi 52ºC) y estableció un nuevo récord de temperatura diaria de 95ºF (35ºC) en Puerto Rico. Para quienes pasan sus días a la intemperie, sin agua fría ni cómo refrescarse, se vuelve un infierno.
“La otra vez me dio como un bioco; las manos se me trincaron”, dice Juan A. Santiago, un hombre de 61 años en condición de calle. “Sentí como si me hubiera dado un infarto”, dice mientras sostiene un vaso de papel del que toma un sorbo de agua.
La sensación térmica en aumento obliga a este tipo de organizaciones a priorizar la necesidad de ofrecer resguardo fresco, suplido de agua, gorras y ropa para quienes necesitan mucho más que esos servicios.
“Lo primero que nos piden es agua fría o jugo, y alguna ropa nueva porque están en la calle debajo del sol, sudando”, dice Jomeini Rodríguez, quien trabaja en un programa de asistencia clínica para quienes consumen sustancias llamado PITIRRE, al norte de Puerto Rico, desde donde atienden a personas sin vivienda. “Puede ser que [los participantes] estén más irritados debido al calor, obviamente, porque estar debajo del sol no es bonito”.
El Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de EE. UU. solicita un conteo local de personas que viven en la calle cada dos años. Para 2022, registró unas 2,215 personas sin vivienda en Puerto Rico. Más de la mitad se encuentra por primera vez en condición de calle y la mayoría se debe al uso de sustancias, problemas familiares o económicos, según datos del Portal Informativo del Ciudadano del gobierno de Puerto Rico.
Las altas temperaturas no solo afectan el ánimo de las personas, también tienen consecuencias en quienes consumen sustancias, sufren mareos y náuseas. El sudor afecta las úlceras y heridas de quienes las padecen, agrava su estado y retrasa su proceso de admisión en un hogar provisorio. Así, enfrentan un doble dolor: el físico y el de no contar con una vivienda segura.
J.D.L., de 63 años, pide que su identidad se preserve por temor a que afecte su proceso de búsqueda de vivienda financiado por el gobierno. Reconoce el aporte de servicios de programas comunitarios como El Gancho, una rama de Intercambios Puerto Rico, que asiste con el reemplazo de jeringuillas, meriendas y tiempo para conversar. “Me paso buscando por ahí”, dice sobre la forma en que se resguarda del calor.
El gran desafío: los centros climatizados de día
El gobierno de Puerto Rico ofrece en cuatro de los 78 municipios refugios a personas sin vivienda “donde pueden ir durante el día a recibir alimentos, ducharse, lavar y/o cambiarse de ropa, entre otros servicios”. Pero no ofrece centros climatizados de día en el resto de la región para mantener frescas a las personas que viven en las calles, como ocurre en otras jurisdicciones de EE. UU. donde se habilitan bibliotecas públicas con aire acondicionado o parques para que las personas no sufran el calor, puedan refrescarse, cargar agua o usar el baño. “Yo me baño en una pluma que veo por ahí”, dice J.D.L. mientras señala una calle solitaria.
Aunque escasean los refugios climatizados en Puerto Rico, hay otras modalidades de viviendas administradas por el gobierno y organizaciones no gubernamentales para personas como J.D.L., pero suponen barreras. Los procesos de admisión son bajos para quienes enfrentan un uso problemático de sustancias o para quienes padecen úlceras, según coinciden proveedores de servicios entrevistados por Global Press Journal.
“El Estado no tiene, o no quiere, o no puede atender esta situación y entonces son las entidades sin fines de lucro las que tienen que entrar al juego a buscar opciones para atender problemas muy complejos”, dice Alex Serrano, director de relaciones con la comunidad de Iniciativa Comunitaria, una organización que gestiona servicios para personas que sufren exclusión social. “Las políticas siguen siendo discriminatorias hacia el consumidor de sustancias”.
La ayuda clave del tercer sector
Belinda Hill, directora ejecutiva de Solo Por Hoy, una organización que asiste a personas en la búsqueda de vivienda, dice que existen albergues para quienes no cuentan con techo seguro, pero reconoce que hallar un lugar donde vivir y mantenerse a salvo del calor tiene sus desafíos. Los sitios ofrecidos no siempre cumplen con las peticiones de las personas que viven en la calle; los problemas económicos son un factor limitante para acceder a viviendas asequibles; y la brecha digital no colabora, ya que algunas de las solicitudes de asistencia gubernamental deben hacerse por internet.
“El 52% de las personas sin hogar lo están por primera vez, y eso indica que no es un problema necesariamente de drogas. Es un problema financiero, de crisis familiar, de vivienda asequible”, dice Hill. “Nunca había visto a una madre con un niño durmiendo en un carro. Eso ahora se ve”.
El Concilio Multisectorial en Apoyo a la Población sin Hogar, una alianza multisectorial creada por ley en 2007 y presidida por la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción, busca “promover el ágil acceso de los servicios existentes”. Aunque fue creada hace más de 15 años, aún sigue trabajando en establecer acuerdos sistemáticos que involucren a los gobiernos municipales para garantizar servicios directos.
“Los esfuerzos del tercer sector son vitales para atender a las personas sin vivienda”, dice Carlos Rodríguez Mateo, presidente del concilio. Aunque la falta de fondos lo mantuvo inactivo por cinco años, el concilio ha iniciado labores para encaminar su misión, asegura. En los últimos meses, ha establecido acuerdos para crear dos proyectos de vivienda en el sur y este de Puerto Rico. “La discriminación para la población sin hogar todavía existe y es algo que tenemos que trabajar”, reconoce Rodríguez Mateo.
Tanto para Frederick Cortés, coordinador de El Gancho, como para María Heredia, coordinadora de Punto Fijo, un programa de Iniciativa Comunitaria, la ruta para ayudar a las personas sin vivienda es minimizar estigmas y atender el asunto desde una perspectiva salubrista, algo que no se ha logrado en Puerto Rico. Incluso, dice Heredia, “aunque nosotros queramos darles todo el servicio en la calle, se nos imposibilita porque muchas veces necesitan medicamentos. Muchas veces necesitan un cuidado 24/7”.
“No atienden bien a uno en los hospitales”, dice Édgar Ramos Torres, un hombre de 50 años que vive de manera intermitente en la calle. “Nos dejan olvidados, nos pichean”, dice, refiriéndose a que no les prestan atención cuando llegan deshidratados o enfermos.
Para Rodríguez, el facilitador de PITIRRE, se necesita crear albergues especializados en el cuidado de heridas. “Con esta ola de calor es bien difícil que encuentren un albergue donde se puedan asear correctamente y mantener sus úlceras limpias”, dice sobre la población de 500 personas que asiste. “Creo que lo mejor debe ser un albergue para curación de úlceras y donde puedan asearse también”.
El gobierno ofrece programas de desintoxicación a quienes usan sustancias, pero la estadía allí es temporal. Una vez que terminan el programa, estas personas solo pueden regresar a las calles en la mayoría de los casos.
Para la trabajadora social Jessica Contreras es vital garantizar el derecho a la vivienda, pero también la determinación de las personas. “Aunque no lo crean, para muchos no es prioridad conseguir hogar”, dice Contreras, quien asiste a J.D.L. en la búsqueda de un techo que le permita mantenerse lejos del calor.
“Estoy esperando”, dice J.D.L. bajo el sol abrasante de agosto. “Me falta llevar un papel”. El mes empató como el más caluroso en la historia de la estación meteorológica Luis Muñoz Marín de San Juan. Él aún no tiene donde vivir. El 15 de octubre, Puerto Rico batió otro récord de altas temperaturas en esa estación. Fueron 24 veces en lo que va del año.
Coraly Cruz Mejías es reportera de Global Press Journal, establecida en Puerto Rico.