AGUADA, PUERTO RICO — Bajo un calor agobiante, unas 30 personas caminan lentamente detrás del coche fúnebre en el que yace su ser querido. La música que suena de fondo intenta atemperar el sufrimiento de familiares y amistades. Llevan enormes sombrillas blancas, azules y negras para protegerse del sol de la mañana en la costa oeste de Puerto Rico. Sobre el féretro, copiosas flores blancas buscan decir adiós.
Es un funeral sencillo y breve. No como los de antaño, en los que el velatorio se extendía por tres días, las fotos de la persona fallecida se exhibían imponentes y los deudos compartían café, comida y anécdotas antes de dirigirse al cementerio en comunidad. Ese momento marcaba el inicio del duelo, el reconocimiento de quien ya no estaría físicamente. Tampoco es como aquellas despedidas en las que se incluía una cabalgata para acompañar el sepelio o en las que los deudos sacaban sus panderos para tocar plena o se echaban dos gallos sobre el féretro para conmemorar aquella práctica que tanto disfrutó en vida el fallecido.
Esas escenas se han ido borrando con el tiempo y la profundización de la crisis económica en Puerto Rico, en especial después del impacto del huracán María en 2017, que con su devastación marcó un antes y un después en la vida de los puertorriqueños. Ahora, ese proceso de despedida de los seres queridos es más acelerado.
La cremación, la opción posible ante la crisis económica
Los estragos del huracán María vinieron acompañados por la muerte de unas 4,600 personas. La falta de energía eléctrica generalizada que provocó el ciclón complicó el manejo de los cuerpos y la cremación se volvió el método más eficiente para resolver el asunto salubrista. La crisis económica local luego se exacerbó con las restricciones y la extensión de las medidas de seguridad por la pandemia del coronavirus, lo que allanó el cambio en los ritos de
despedida.
Con una inflación que pasó del 3.2% al 6.6% entre 2021 y 2022 y continúa elevada este año, las personas se ven obligadas a invertir menos en los funerales, cambiando la tradición y embargando de profunda tristeza y dolor a los más viejos. Los velatorios dejaron de realizarse en las casas, las horas destinadas para este servicio se vieron reducidas y los entierros tradicionales fueron superados por la cremación.
“Hay que manejar los costos, el sentimiento y el dolor”, dice Willy Padua, un obrero que enfrentó el fallecimiento de su madre este año. “Fue algo bien tedioso porque no tenía el suficiente dinero”.
Aunque la madre de Padua hubiera querido una despedida católica tradicional, su hijo solo pudo sufragar la cremación.
“El factor económico es determinante y no pude velarla tres días”, dice Padua. “Pero el duelo es el dolor y eso no se va nunca. … Mi dolor es mío, la culpa no es de nadie”.
Una despedida tradicional con todos los servicios en un cementerio público puede superar los 6,000 dólares estadounidenses, lo que equivale a más de tres meses de ingresos para una familia promedio en Puerto Rico. En tanto, el costo de una cremación directa es dos veces más económica, lo que ha forzado a muchas personas a decidirse por esa opción.
En 2010, se realizaron solo 220 cremaciones para un total de 29,357 personas fallecidas, según datos del Registro Demográfico de Puerto Rico, recopilados por el Instituto de Estadísticas de Puerto Rico y enviados a Global Press Journal. Una década después, en 2020, esa cifra había trepado a 13,657 sobre un total de 32,223 personas fallecidas. El mayor salto se produjo ese año, con un 42% de cremaciones respecto del total de muertes. Para 2019, esa cifra había sido del 36%. En 2021, los números mantuvieron la tendencia del año anterior.
Dueños de funerarias entrevistados por Global Press Journal dicen que optar por las opciones más económicas es una tendencia que ha llegado para quedarse. El costo de mantener la tradición es alto y no todo el mundo lo puede afrontar.
Benjamín Rosario, propietario de la Funeraria San Francisco, dice que “los costos están prohibitivos para todos”. Por eso, ha tenido que ajustar sus ofrecimientos. Los velatorios que antes eran preparados en las casas, ahora han quedado reducidos a no más de 12 horas en la propia funeraria. “Menos horas, menos agua, menos luz son menos gastos”, explica. Son factores que aportan a una disminución en los ritos que antes eran habituales.
El impacto emocional de los cambios
En el municipio de Aguada, donde se encuentra la funeraria de Rosario, todavía se pueden presenciar las procesiones al cementerio, pero como en el resto del territorio, las dinámicas colectivas están cambiando. No poder cumplir los deseos de familiares o los propios, implica una carga emocional adicional para quienes se responsabilizan por el destino final de sus seres queridos.
La experiencia de los tanatólogos puntualiza en el miedo y la tristeza que afecta a las personas más adultas que no hablan sobre la muerte o anticipan que no tendrán el funeral que esperan.
Los cambios a la hora de decir adiós para siempre “han provocado un ajuste emocional donde muchos de ellos entienden que no les dio tiempo de despedirse de sus muertos, por no poder cumplir con los ritos funerarios a los que el pueblo estaba acostumbrado”, dice la tanatóloga Diana Rodríguez. “Esto produce un proceso de duelo más lento y doloroso”.
“Para muchas personas es frustrante porque tienen sus creencias religiosas y no creen en la cremación porque es pecado”, dice Ivetemarie Vázquez, secretaria del Cementerio Municipal de Aguada. “Tienen que cremar y, para ellos, eso es algo profundo”.
Para Rosario, el dueño de la funeraria, las personas comienzan a aceptar los cambios y ajustan sus emociones a las nuevas circunstancias que la economía permite. Aunque los ritos funerarios son importantes para manejar los procesos de duelo, las formas cambiarán dependiendo de los recursos y las creencias, dice la tanatóloga Ana Milagros García del Valle.
“Las nuevas generaciones no se basan emocionalmente en cuidar o en enterrar al ser querido, sino también en cómo me cuido o cómo protejo el medio ambiente”, dice. “Se está dando un nuevo concepto sobre la misma muerte”.
Las costumbres tras el fallecimiento también están cambiando.
“Mucha gente ha dejado de venir al cementerio. Cuando tú ves esos panteones así [cubiertos de moho] es que han dejado de venir hace años”, dice José Pérez González, un hombre de 63 años que prefiere que lo llamen Sindicato. Es el sepulturero que sirvió 40 años a su pueblo en Aguada y ha presenciado desde los entierros más pintorescos hasta los más solitarios.
“Ahora mismo está todo el mundo quemando a los muertos”, dice reflexivo.
Sindicato señala que además de la falta de dinero, los ritos mortuorios enfrentan otro desafío en Puerto Rico. La infraestructura de los cementerios tiene sus límites, como en el caso del Cementerio Municipal de Aguada que ya no tiene más parcelas para la venta. Esto implica que quienes puedan honrar la tradición y los deseos de sus familiares tendrán que moverse de sus comunidades a buscar otro campo santo, exhumar familiares para enterrar a otros, cremar y pagar por un nicho, u optar por cementerios privados cuyo costo es aún mayor.
Padua depositó las cenizas en un panteón que su propia madre había comprado. Su recuerdo constante le da tranquilidad a pesar de no haber cumplido sus últimos deseos. “Yo hice todo lo que tuve y pude hacer en vida por ella”.
Coraly Cruz Mejías es reportera de Global Press Journal, establecida en Puerto Rico.