SAN JUAN, PUERTO RICO — Naomi Curbelo es conocida como Trendy, su nombre artístico. Viste falda corta de color rosado con plumas en el dobladillo. Unas pegatinas negras con forma de corazón cubren sus pezones y un sostén de brillo cae sobre sus senos. Sonriente, sale ante su público de Tabú Exotic Bodega, un restaurante ubicado en la capital. De fondo se escucha jazz y el saxofón del músico boricua LuisFra Colón.
Curbelo sube al tubo ubicado al lado de la barra. El público suspira. Mientras se sostiene y da vueltas, mantiene sus piernas abiertas en una línea horizontal. Su compañera, Hilary Rodríguez, cuyo nombre artístico es Selva, luce el mismo vestuario. Al llegar su turno, sube al tubo y comienza a girar hasta que, sostenida solo por sus piernas, deja el torso caer.
El evento, que lleva por nombre Live Jazz Cabaret Show, fue producido por ambas bailarinas, quienes fundaron hace un año el grupo Las Libertas para gestionar eventos de “pole dance” donde pudieran presentarse bajo sus propios términos creativos y sus propias reglas.
“Hemos sido mujeres que hemos sabido romper con los estigmas y con los roles que nos impone la sociedad ante las personas que practican el pole dance, que está bien estigmatizado”, dice Rodríguez.
Al igual que Las Libertas, otras bailarinas de tubo que viven en San Juan y Mayagüez han optado por gestionar presentaciones donde controlan su espacio de trabajo y tienen más libertad para crear otro tipo de espectáculo, a diferencia de los clubes de “striptease” tradicionales, que suelen estar manejados por hombres y donde dicen enfrentar un ambiente hostil. En esos clubes, aseguran, se ven obligadas a pagar cuotas para poder pisar el escenario, tienen que dar propinas a los empleados, sufren acoso verbal y reciben multas por no cumplir con normas internas.
Espacios autogestionados versus clubes tradicionales
En Puerto Rico, hay al menos 12 “strip clubs” que ofrecen shows de pole dance. La mayoría se concentra en el área de San Juan. En estos clubes, las bailarinas no reciben un sueldo por sus servicios. Sus ganancias provienen de las propinas de los clientes y de un porcentaje de lo que cobran los clubes por los bailes privados que ellas ofrecen.
Con ese ingreso deben pagar a su vez propinas cada noche a los empleados del club: “DJs”, meseros, “bartenders” y “boxers” (quienes recogen el dinero que el público lanza). Pagar les asegura un buen trato y colaboración en el trabajo. Les garantiza que no haya errores y que suene la música que pidieron para bailar esa noche.
“Ese ‘fee’ [de los DJs] ni debería existir, ya nosotros tenemos nuestro sueldo”, opina Bryan Modesto, que trabaja hace dos años como DJ en un club de striptease. Si las bailarinas no pagan a los DJs, podrían perder su turno en la tarima, no recibir apoyo para animar al público o que las regañen por micrófono.
En contraste, Las Libertas gestionan el precio de taquilla de sus eventos considerando todos los gastos de producción y sus sueldos como artistas. “Cuando la gente viene a nuestros eventos, la experiencia no deja de ser erótica o sensual, pero los estamos construyendo nosotras”, explica Rodríguez, quien lleva un año trabajando también en strip clubs tradicionales.
Curbelo fue bailarina profesional de danza clásica con una conocida compañía de baile en Puerto Rico, pero la paga no era suficiente. “Buscando alternativas comencé a hacer show de ‘burlesque’ y trabajaba como ‘stripper’ en un club”, dice. Cuando Curbelo se adentró al pole dance, Rodríguez ya era muy conocedora de la disciplina. “De la nada, la gente empezó a escribirme para enseñarles”, dice Rodríguez. Ambas se unieron en una academia como instructoras de pole dance y comenzaron a practicar trucos juntas. “Ahí surgió toda la idea”, comentan a dúo.
Entre el público del Live Jazz Cabaret Show hay parejas de todas las edades y grupos de amigas que observan con asombro a Las Libertas. Por lo general, los espectadores en los clubes de striptease son hombres en su mayoría. “En nuestros eventos tenemos más control y nos sentimos más cómodas y libres”, dice Curbelo. En sus propias presentaciones, ellas tienen potestad para sacar del espacio a cualquier persona que se propase. Curbelo describe al público de sus eventos: “Es gente que me quiere ver por mi arte, no necesariamente por consumir mi cuerpo”.
Otras bailarinas del tubo que viven fuera del área metropolitana también han comenzado a gestionar presentaciones donde exploran otro tipo de espectáculo erótico y buscan independizarse de los clubes tradicionales.
Sobre la tarima de Botánica Lounge en Mayagüez, en la costa oeste de Puerto Rico, Jenni Ruiz, actriz y bailarina, explica las reglas del show. “No tomen videos sin consentimiento. Si quiere atención de alguna chica tiene que hablarlo con ella y, por favor, no toquen los tubos”, dice por el micrófono mientras bromea amenazando al público con su látigo.
El evento se llama La Osadía y simula la dinámica de un strip club tradicional en una barra común. La entrada cuesta 20 dólares estadounidenses. Tienen dos tubos instalados y se presentan seis artistas. Se debe dar propina y pagar por los bailes privados.
La anfitriona anuncia a Akila Coraza, la primera bailarina de la noche y productora del evento. Lleva botas negras hasta los muslos con un tacón de unas 10 pulgadas (25 centímetros). Viste un leotardo negro con el vientre y la espalda descubiertos. Tan pronto sube a la tarima y comienza a escalar el tubo, el público, la mayoría mujeres, comienza a lanzarle billetes de un dólar.
Akila Coraza, al igual que otras mujeres entrevistadas, pide ser identificada solo por su nombre artístico para proteger su privacidad. “Yo empecé como stripper en el 2019. Al año me di cuenta de que me gustaba el pole dance y veía más capacidad de generar dinero dentro de la industria, pero de forma más artística”, explica sobre sus comienzos a sus 20 años.
Tejer redes y crear seguridad
Akila Coraza es parte del colectivo Entre Putxs, que nació en la pandemia y funciona como una red de apoyo para todo tipo de trabajadores sexuales en Puerto Rico. El grupo engloba bailarinas eróticas, “pole dancers”, vendedoras de contenido y otros servicios relacionados con lo sensual y lo sexual. Entre Putxs organiza reuniones sobre temas de seguridad, salud y bienestar, tiene un podcast y ofrece protección y cuidados a las personas de la red.
Como parte de ese grupo, Akila Coraza gestionó La Osadía, el primer club de striptease pop-up que se hace en Mayagüez. “Son espacios donde puedes ser una stripper y pasarla cabrón. Han afirmado mi autonomía y mi capacidad de hacer y generar mi propio sustento”, dice.
En casi todos los clubes de striptease, las bailarinas del tubo pagan una cuota de entre 60 y 100 dólares para poder trabajar. Según la fama del club, la cantidad puede aumentar. En los espacios autogestionados se propicia lo contrario. Para La Osadía, las artistas recibieron un pago de 200 dólares por sus bailes, más todas las propinas del público.
Karaya, otra bailarina y compañera de Entre Putxs, dice que los clubes tradicionales y los eventos que ellas gestionan “contrastan en todo”. Los clubes de striptease les ponen multas si incumplen con ciertas reglas como cuando llegan tarde, se van temprano, bailan fuera de la tarima, no utilizan tacos, no realizan una cantidad de bailes privados o muestran — incluso sin querer — ciertas partes del cuerpo. “Yo te voy a pagar para que vengas a bailar y te ganes tu dinero. Haz lo que tienes que hacer y como lo quieras hacer”, dice Karaya sobre cómo maneja a las bailarinas en los eventos que produce.
En el camerino de Botánica Lounge, Dulce Malicia, una de las artistas de la noche, saca de un balde de metal todas sus propinas. Al verla, Akila Coraza se emociona y comienza a secarse las lágrimas intentando no dañar su maquillaje. Sueña con abrir su club y poder proveer espacios seguros y permanentes para las bailarinas. “Agradezco haber escogido esto. Tengo autonomía y seguridad con todos los grises”, dice en referencia a que no todo es blanco o negro, bueno o malo, en el mundo del pole dance. “Aunque haciendo muchas cosas diferentes y con mis términos, sigue siendo arte”.
Akila Coraza es parte del colectivo Entre Putxs, que nació en la pandemia y funciona como una red de apoyo para todo tipo de trabajadores sexuales en Puerto Rico. El grupo engloba bailarinas eróticas, “pole dancers”, vendedoras de contenido y otros servicios relacionados con lo sensual y lo sexual. Entre Putxs organiza reuniones sobre temas de seguridad, salud y bienestar, tiene un podcast y ofrece protección y cuidados a las personas de la red.
Como parte de ese grupo, Akila Coraza gestionó La Osadía, el primer club de striptease pop-up que se hace en Mayagüez. “Son espacios donde puedes ser una stripper y pasarla cabrón. Han afirmado mi autonomía y mi capacidad de hacer y generar mi propio sustento”, dice.
En casi todos los clubes de striptease, las bailarinas del tubo pagan una cuota de entre 60 y 100 dólares para poder trabajar. Según la fama del club, la cantidad puede aumentar. En los espacios autogestionados se propicia lo contrario. Para La Osadía, las artistas recibieron un pago de 200 dólares por sus bailes, más todas las propinas del público.
Karaya, otra bailarina y compañera de Entre Putxs, dice que los clubes tradicionales y los eventos que ellas gestionan “contrastan en todo”. Los clubes de striptease les ponen multas si incumplen con ciertas reglas como cuando llegan tarde, se van temprano, bailan fuera de la tarima, no utilizan tacos, no realizan una cantidad de bailes privados o muestran — incluso sin querer — ciertas partes del cuerpo. “Yo te voy a pagar para que vengas a bailar y te ganes tu dinero. Haz lo que tienes que hacer y como lo quieras hacer”, dice Karaya sobre cómo maneja a las bailarinas en los eventos que produce.
En el camerino de Botánica Lounge, Dulce Malicia, una de las artistas de la noche, saca de un balde de metal todas sus propinas. Al verla, Akila Coraza se emociona y comienza a secarse las lágrimas intentando no dañar su maquillaje. Sueña con abrir su club y poder proveer espacios seguros y permanentes para las bailarinas. “Agradezco haber escogido esto. Tengo autonomía y seguridad con todos los grises”, dice en referencia a que no todo es blanco o negro, bueno o malo, en el mundo del pole dance. “Aunque haciendo muchas cosas diferentes y con mis términos, sigue siendo arte”.
Gabriela Meléndez Rivera es reportera asociada de Global Press Journal con base en Vega Baja, Puerto Rico.