ZINACANTÁN, MÉXICO — Pedro González Hernández camina lentamente entre filas de crisantemos, aliento de bebé y rosas — rojas, rosadas, amarillas y blancas, aún sin florecer por completo — en busca de señales de imperfección o enfermedad.
“Este invernadero solo tiene 10 000 plantas”, dice. “Es de los más pequeños”.
En este municipio en los Altos de Chiapas, en el sur de México, quienes se dedican a la agricultura cultivan cerca del 40% de la tierra con flores. Hay alrededor de 1200 floricultores en Zinacantán y la mayoría son pequeños productores maya tsotsiles como González Hernández, de 26 años, cuya familia comenzó a cultivar flores hace 15 años, cuando cambiaron los frijoles y el maíz por este otro producto. La floricultura comercial, que en un principio se desarrolló mediante el apoyo del gobierno en 1973, es ahora un pilar de la economía y la cultura local. Las flores adornan los panteones y las iglesias en las bodas, bautizos y cumpleaños, mientras que las montañas están salpicadas de un estimado de 5000 invernaderos. No obstante, la mayoría depende de insumos importados cada vez más precarios.
“Los precios de los insumos para las flores se han duplicado o triplicado”, dice González Hernández acerca de los fungicidas, aerosoles y fertilizantes para raíces que requieren sus flores. Según Banco de México, el banco central de la nación, el país importa dos tercios de su fertilizante nitrogenado, la mayor parte desde Rusia. “Dicen que ahora es por la guerra [en Ucrania], porque algunos de los químicos vienen de esos lugares, y con la guerra no pueden ser exportados”.
La interrupción en la cadena de suministro ha golpeado tan fuertemente a Julio Martín Hernández Pérez, de 42 años, que complementa sus ingresos con trabajo de construcción. El año pasado, un costal de fertilizante costaba 500 pesos mexicanos; ahora cuesta 1500 pesos. “Por el momento solo tengo tres invernaderos con flores”, dice. Para que el negocio sea viable, está pensando añadir dos más. “Estoy tratando de ahorrar … pero debo ir despacio porque ahora todo ha subido de precio”.
Abrir un invernadero, dice Hernández Pérez, puede requerir una inversión inicial de hasta 50 000 pesos. Esto incluye alquilar un terreno con agua y energía adecuada, y comprar los materiales para la estructura (como plásticos de calibre grueso para cubrir, madera, grapas y clavos), además de plántulas de flores. Para lograrlo, “también debe asegurar que podrá comprar los insumos químicos necesarios para el crecimiento de flores perfectas”, dice Jorge Alberto López Arévalo, profesor de economía en la Universidad Autónoma de Chiapas. Los aumentos de los precios ponen en riesgo la floricultura en lugares como Zinacantán, asegura.
Las autoridades municipales de Zinacantán no respondieron a las solicitudes de comentar sobre el tema.
Las personas que se dedican a la floricultura no pueden sino sentir pesimismo. “Las flores son un hermoso regalo”, dice González Hernández. “Con su belleza son capaces de transmitir amor, cariño y hasta admiración, pero no son indispensables para vivir, así que algunas veces pueden esperar a ser compradas”.
El incremento de los precios termina siendo transferido a la clientela, dice Araceli Montes, quien vende arreglos en San Cristóbal de Las Casas y consigue sus flores en Zinacantán. “Durante el último año los precios de las flores han sido caóticos, siempre al alza. Una rosa que regularmente cuesta 2.5 pesos, en días de fiestas, puede costar 10 o 12 pesos. Pero, ojo, esa misma flor el año pasado podrías encontrarla en 1 peso, o 1.5 pesos”.
Otras personas, en cambio, ven una oportunidad. La dependencia actual de la floricultura en los insumos químicos traídos de fuera no es ni viable ni ecológicamente sustentable, dice el ingeniero agrícola Ambrosio Díaz Santiz, asesor independiente quien, a pesar de ser proveedor de insumos agroquímicos, sugiere que quienes producen flores en Zinacantán consideren transitar a insumos naturales como abono y biofertilizantes. Debido a que se producen localmente, son menos propensos a las fluctuaciones geopolíticas internacionales; además, son menos dañinos tanto para quienes producen como para quienes compran.
“Muchas veces hay uso indiscriminado de agroquímicos, porque no hay acompañamiento técnico permanente”, dice. “Aplican los agroquímicos sin protección, más que pañuelos en el rostro o camisas de manga larga”. A menudo aprenden a usar los insumos gracias a la experiencia de amistades y familiares o mediante la riesgosa experimentación en los invernaderos, añade, lo que puede traer preocupaciones de salud.
“Actualmente hay consumidores que demandan productos alimenticios orgánicos o agroecológicos”, dice Díaz Santiz, “entonces, ¿por qué no pensar en flores sin químicos, flores que tal vez no sean perfectas pero sí libres de químicos y saludables para oler y tocar?”.
Eso es exactamente lo que Hernández Pérez está intentando. Ahora usa abono para fertilizar la tierra en uno de sus viveros. “Las flores son pequeñas”, dice y agrega que también tardan más en florecer. A veces hay decoloración en los pétalos o las hojas. Esto puede parecer poco importante, pero en esta industria la apariencia cuenta. No hay un mercado significativo para las flores libres de sustancias químicas, comenta.
“Una rosa con manchas nadie la quiere comprar. Todos quieren flores o botones grandes, bonitos, tersos”.
Adriana Alcázar González es una reportera de Global Press Journal con sede en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Gerardo Velázquez, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.