TOLUCA, MÉXICO — Un pequeño cráneo blanco se asoma desde un ataúd.
El cráneo y el ataúd, ambos de azúcar, lucen blancos y pálidos, pero pronto se llenarán de colores, flores y decoraciones.
“Mira, ahí está el muertito”, dice Gloria Camacho, de 71 años.
Durante los últimos 53 años, Camacho ha preparado el alfeñique tradicional, una confitura que se elabora con pasta de azúcar. Los dulces se utilizan para decorar los altares del Día de Muertos en México.
La técnica, que da vida a los dulces de alfeñique, fue traída a México por los españoles hace aproximadamente 500 años, después de la conquista. Las decoraciones azucaradas adornan los altares de los hogares mexicanos el 1 y 2 de noviembre de cada año.
“Hay tres figuras fundamentales [en las ofrendas],” dice César Alejandro Castro León, de 41 años. Él es coordinador del Museo del Alfeñique, un centro interactivo dedicado al Día de Muertos. “La primera es el borreguito”, dice, refiriéndose a un cordero pequeño. “Las otras serían las calaveritas de azúcar y el ataúd”.
Aunque, oficialmente, las celebraciones solo duran dos días, se necesitan meses para elaborar los dulces de alfeñique.
“Le dedico cinco meses, empiezo en mayo”, dice Margarita Mondragón Arriaga, de 72 años.
Ella aprendió el proceso de sus abuelos y ahora se ha convertido en una rutina.
“Empiezo por las cosas grandes, borregos, puercas, gallinas y de ahí me sigo con las piezas chicas”, dice, y añade que lo último que hace son los ataúdes de azúcar.
Aunque el tiempo de producción no ha cambiado mucho con el tiempo, la cantidad de material que usan los artesanos sí ha disminuido.
La mayoría de los artesanos que se especializan en este oficio hacen sus dulces de alfeñique en Toluca, una ciudad que se encuentra aproximadamente a una hora de la Ciudad de México. Todos los años, venden sus productos en el centro de la ciudad durante la Feria del Alfeñique. Este año, 2019, se conmemora el 30 aniversario de la feria.
A pesar de este acontecimiento, la demanda de productos de azúcar ha disminuido.
Camacho recuerda que utilizaba hasta 20 costales de 50 kilos de azúcar cuanto tenía 18 años.
“Ahora hago solo dos costales de azúcar, ya no alcanzo a hacer más”, dice. “Tenía muchos clientes de pueblos cercanos, pero ya casi no vienen”.
La feria ha ayudado a dar a conocer el trabajo de los artesanos y a impulsar el turismo en esta ciudad. Castro dice que dos a tres millones de personas visitan la cuidad cada año. Aun así, los artesanos dicen que las ventas ya no son lo que solían ser.
“Ya no venía la gente y no se vendía muy bien”, dice Mondragón. “Nos quedaba mercancía”.
Un desafío es que las nuevas generaciones no están interesadas en el comercio, dice Jorge Rodríguez, artesano de calaveritas de azúcar de 54 años.
El gobierno de la ciudad otorgó a los artesanos los espacios para vendedores de la feria cuando se realizó la primera edición de la feria. Ya no hay espacios nuevos disponibles. Los espacios no se pueden vender, rentar ni prestar; solo se pueden heredar entre familiares.
La próxima generación de artesanos de alfeñique debe continuar con el oficio, dice Camacho, quien está enseñando a su sobrina.
Rodríguez también está trabajando para heredar la tradición.
“Le hemos enseñado a nuestros hijos, el [hijo] chico decía que él nunca iba a hacer eso, pero el año pasado lo intentó por primera vez y ganó un concurso de la feria”, dice Rodríguez.
“Cuando era niño pensaba que era una actividad económica muy linda, pero no tenía mucho interés”, dice Brandon Rodríguez de Paz, de 25 años. “Pero ahora el significado cobra más valor”.
Él hizo un borreguito de alfeñique que ganó el primer lugar en un concurso del Museo del Alfeñique.
“Aquí se cuenta la historia del alfeñique”, dice Castro.
Aída Carrazco, GPJ, tradujo este artículo al español.