EL PALMAR, MÉXICO — Edy Gordillo tiene la mirada fija en el horizonte, un hábito que ha adoptado con los años, mientras busca pistas que le indiquen cómo será el crecimiento en el nivel del agua.
Gordillo, de 56 años, es un habitante de El Palmar, un ejido de 145 habitantes ubicado en la Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla, un área natural protegida del estado de Tabasco, en el sur de México, que alberga el humedal más grande de Norteamérica.
Los humedales son zonas de tierra plana que se cubren de agua de manera permanente o estacional y son cruciales en la lucha contra el cambio climático por su alta capacidad de captura de carbono – 50 veces más que las florestas tropicales.
Sin embargo, cerca del 87% de esos ecosistemas han desaparecido del mundo en los últimos 300 años, según el Fondo Mundial para la Naturaleza, una organización internacional dedicada a la conservación del medio ambiente.
En años recientes, los niveles del agua que llegan a Pantanos de Centla han incrementado, lo que ha ocasionado inundaciones en El Palmar. Asimismo, la región es frecuentemente amenazada por la caza furtiva, la quema de pastizales, la pesca irracional, y la basura que baja por las afluentes, lo que supone una amenaza para el estilo de vida de las familias locales. En respuesta, la comunidad ha adaptado sus hogares con construcciones tradicionales y ha emprendido acciones de conservación para proteger su patrimonio y cuidar el ecosistema del que forman parte.
Reviviendo los palafitos
“Nosotros vivimos en el pantano, prácticamente sobre el agua, y eso nos hace diferentes a los que viven sobre la tierra”, asegura Gordillo, con orgullo.
Al estar asentadas sobre cuerpos de agua, los hombres y mujeres de El Palmar construyen sus viviendas con madera y las colocan sobre pilotes, o zancos, de entre 2 y 3 metros de altura para prevenir inundaciones. Estas construcciones son conocidas como palafitos.
“Tenemos que estar preparados ante la crecida del agua, para no irnos a pique”, dice Gordillo, quien utiliza ese término para referirse a la inundación de las viviendas. En su casa toma precauciones adicionales: una de ellas es que sus muebles no están a nivel de piso, sino colgados del techo o en alto, sobre tablas y tabiques, por si el nivel del agua sube más de lo esperado.
Algunas familias de la comunidad han construido casas de cemento en las zonas más altas del pantano y utilizado grava para rellenar el terreno y tener suelo firme. La práctica no ha resultado tan conveniente, comentan vecinos.
Sebastiana Molina, una habitante de El Palmar cuya casa está construida parcialmente con cemento, asegura que esta práctica resultó ser cara, pues por la geografía de la zona es necesario llevar todos los materiales en cayuco, una embarcación alargada que se construye artesanalmente y que funciona como el principal medio de transporte local. Además, no necesariamente protege a sus habitantes en caso de inundación.
“En 2020 todo El Palmar se fue a pique. Durante casi tres semanas todas las casas se llenaron de agua”, recuerda Molina. “Todos tuvimos que construir estructuras internas o segundos pisos internos, para poder dormir secos o resguardar algunas de nuestras pertenencias”.
Ese evento resaltó la importancia de los palafitos para la comunidad, pues son construcciones que permiten hacer modificaciones rápidas y, al utilizar como materia prima madera y recursos del pantano, son más baratas.
La vida en los pantanos se rige por los niveles de agua, o lo que los habitantes conocen como “temporada de secas” y “temporada de crecidas”. Durante las secas, los habitantes suelen dedicarse a construir o reforzar sus viviendas, mientras que en las crecidas, cuando el suelo se cubre con agua de río y de mar, pescan.
“A partir de las crecidas se marcan las diferentes etapas de la vida de los habitantes de la zona, como pescar o [en secas] construir y reforzar su casa para que no se vaya a pique”, explica Adolfo Vital, director de la reserva de la biosfera Pantanos de Centla y del APFF Cañón del Usumacinta.
Ante la irregularidad de las temporadas y la incertidumbre sobre la magnitud de las próximas inundaciones, quienes optaron por construcciones de cemento vuelven a apostar por las tradicionales de la zona.
“Quiero construirle un cuarto a mi hija, pero lo haré de madera al estilo palafito”, dice Molina. “Ya no queremos traer materiales de afuera para rellenar el pantano”.
Construcciones multipropósito
Los palafitos no solo han demostrado su efectividad para proteger a las personas de las inundaciones. También plantas y animales se han visto beneficiados por estas construcciones.
Agustín Trinidad, de 59 años, y su esposa, Gloria Hernández, de 57, han construido palafitos no solo para la vida familiar, sino también para sus huertos y aves de traspatio.
“Ahora tengo gallineros de dos o tres pisos”, dice Hernández. “Así nuestras gallinas, guajolotes y patos, solitos van subiendo poco a poco, según el nivel del agua”.
Hernández recuerda que, antes de tener estas construcciones, era difícil sobrevivir a las inundaciones. “Los días de crecidas eran muy duros; todos los animales y los huertitos morían. Todo se acababa por la crecida”.
Ahora, las aves de traspatio permanecen en el exterior durante los meses más secos y en el interior cuando el agua sube. En tanto, los huertos, espacios de cultivo para el consumo familiar, tienen un lugar fijo. Así, las familias pueden llevar una alimentación variada durante todo el año, sin necesidad de salir de su comunidad.
“Acá nosotros podemos comer pescados, camarones, jaibas, pero si quieres un tomate, tienes que viajar hasta la carretera o ir a Frontera”, explica Trinidad, quien ya come lo que se produce dentro de sus palafitos.
Frontera es la cabecera del municipio de Centla, Tabasco. Se ubica a 8 kilómetros de El Palmar y, al ser el principal polo pesquero de la zona, es donde se desarrolla la vida económica y administrativa de los habitantes de los pantanos.
Trinidad asegura que prefiere construir palafitos de varios pisos y reforzar su vivienda continuamente antes que irse de El Palmar, por lo que ya planea sus próximas remodelaciones.
Manos a la obra en el rescate de manglares
La construcción y el reforzamiento de los palafitos no son las únicas medidas que los habitantes de El Palmar han tomado para asegurar su estilo de vida. La comunidad también se involucra en acciones de reforestación de mangle.
Desde 2020, Trinidad y sus vecinos han restaurado 409 hectáreas de la reserva — cerca del 0.1% de su superficie total — la mayor parte en áreas ejidales de uso común. La reforestación se centra en los canales y picadas, ayudando a mantener los pantanos propicios para la reproducción de fauna que luego será pescada por las familias.
“Los manglares son nuestros aliados. Ellos nos protegen contra los huracanes, nos ayudan a filtrar el agua salada, y es el espacio ideal para la reproducción de peces, camarones y jaibas que con la pesca son nuestro sustento de vida”, dice Erika Nogueda, habitante de El Palmar, mientras apunta en su libreta la altura de un mangle rojo sembrado en 2022. “Sin ese filtro, todo se saliniza y los peces no se reproducen, todo se acaba”.
Los esfuerzos de reforestación son coordinados por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, mejor conocida como CONANP, el organismo del gobierno federal que administra la reserva.
La CONANP reconoce esta zona como prioritaria para la conservación por su flora y fauna y por los servicios ecosistémicos que desarrolla, como captura de carbono, barrera natural contra huracanes, intrusión salina, control de la erosión de las costas, y mejora de la calidad del agua al funcionar como filtro biológico, dice Vital, el director de la reserva Pantanos de Centla.
“Para restaurar, proteger y conservar esta zona estratégica es necesario que sumemos esfuerzos las instituciones y autoridades de todos los niveles de gobierno, los organismos de la sociedad civil, pero sobre todo de las comunidades y ejidos que la habitan”, añade.
Durante los años 2017 y 2018 hubo fuertes incendios en la región que consumieron cerca de 1,000 hectáreas en la reserva, incluso 200 hectáreas en El Palmar, comenta Nogueda. Las reforestaciones realizadas de 2020 a la fecha son un recomienzo de las acciones de restauración que desde 1999 el ejido venía realizando junto a la CONANP, dice esta residente.
Un proyecto de supervivencia
Para Trinidad, participante en estas acciones, los procesos de restauración que han implementado como ejido han sido cruciales para filtrar la sal del agua que entra del mar.
“En la zona donde hay mangles, el agua es menos salada, y eso ayuda a crear mejores condiciones para que los peces, los cangrejos y hasta el pejelagarto se reproduzcan mejor”, dice Trinidad. Especies como el camarón, la jaiba y el cangrejo azul son de gran valor comercial para los habitantes del ejido, añade.
Para la bióloga Adriana Rodríguez Jiménez, parte del equipo de Foro para el Desarrollo Sustentable, una organización sin fines de lucro con sede en Chiapas que ha acompañado el proceso de restauración en la región, el trabajo que las y los habitantes realizan en El Palmar es de gran importancia ya que ha permitido el trabajo colectivo de toda la comunidad, incluyendo las mujeres, los jóvenes y hasta los niños.
“Todos y todas participan. Las mujeres se han vuelto expertas en la selección de propágulos, los hombres en limpiar y mantener los canales, los jóvenes en hacer monitoreo de flora y fauna”, dice Rodríguez.
Molina, quien ha devuelto la mirada a las construcciones tradicionales de palafitos y participa en acciones de restauración de los manglares, dice que los peces han incrementado hasta en un 30% desde que se iniciaron los procesos de conservación y restauración. “Hemos encontrado mayor variedad de peces en los canales, así como aves, ranas, tortugas y caracoles que tenía tiempo no observamos”.
Sin embargo, añade, no todos los pobladores de la zona cuentan con una conciencia de cuidado y conservación, y que muchos todavía queman pastizales y manglares para sembrar o cazar, o que pescan con mallas muy cerradas o en zonas de anidamiento.
“Nosotros nos preocupamos no solo por cuidar y restaurar el manglar, sino también por realizar prácticas de pesca sustentable, por ejemplo, el uso de mallas que solo detenga peces grandes o adultos, o devolvemos a los canales a peces hembras y así asegurar la reproducción de los peces”, dice Molina.
Ella comenta que participar en procesos de restauración de manglares le ha ayudado a tener mayor conciencia de los servicios que los mismos proporcionan y la importancia de sembrar con planeación y objetivos bien delimitados.
“Ha pasado que por sembrar mangle así nomás y no vigilarlos o monitorearlos, el mangle se tupe y cierra los canales, el agua no corre y esas zonas se vuelven improductivas”, dice.
Nogueda reconoce que reforestar y restaurar a los manglares es un trabajo difícil y de largo plazo. “Apenas vemos los resultados, pero da mucha emoción ver más peces, más cangrejos, más fauna”.