REGIÓN V ZONA ALTOS TSOTSIL TSELTAL, CHIAPAS, MEXICO — A María Mendéz Pérez le encanta comer hongos, pero no los compra en el mercado o en una tienda de verduras, sino que junto con sus hijas los recolecta en las áreas boscosas cercanas a su casa.
“Mi mamá conocía todos los hongos que crecían cerca de la casa, y cuando encontraba un hongo desconocido no se arriesgaba, no lo agarrábamos”, dice Mendéz Pérez, de 70 años.
Tener estos conocimientos es algo poco común en la región de los Altos de Chiapas, sur de México. Cada año, hay gente que se enferma o incluso muere por comer hongos venenosos. En julio, murieron tres niños por este motivo.
Educar a la población indígena de la zona sobre los peligros de comer hongos silvestres es todo un desafío, según dice Gabriel Pablo Narváez Utrilla, que dirige programas de producción de hongos en la Secretaría para el Desarrollo Sustentable de los Pueblos Indígenas (SEDESPI), a cargo de conducir la política con y para los pueblos indígenas del estado.
En 2005, más de 45 personas se intoxicaron por consumo de hongos. Desde entonces, la SEDESPI ha realizado campañas anuales para desalentar a la población a consumir hongos silvestres. Anteriormente, la secretaría se había centrado sólo en la capacitación de la gente para el cultivo y la recolección de hongos, un programa que ha contado con más de 8.000 participantes desde su inicio en 1996.
Los productores locales se esfuerzan por satisfacer la demanda de hongos. Hasta 2014, había sólo tres proveedores de semillas de hongos, incluyendo el laboratorio de la SEDESPI, según explica Narváez Utrilla.
Pero este año, la secretaría lanzó otro proyecto, esta vez destinado a aumentar la producción local, según señala Juan Mardonio Pérez Pérez, del departamento agroindustrial de la SEDESPI.
En los últimos años, muchos campesinos se acercaron a la SEDESPI para conseguir el micelio, la semilla del hongo.
“Pero ahora estamos capacitando (para) que los propios productores puedan instalar pequeños laboratorios, donde puedan crear su propia semilla y no depender de nosotros”, dice.
Los campesinos dicen que ya están sintiendo la ayuda del programa.
Noé Flores cuenta que cultiva hongos desde hace 10 años y que está certificado por la SEDESPI como productor de hongos. La falta de semillas ha sido para él un desafío constante.
Pero este año, su hija Elizabeth Flores Cruz recibió una capacitación de la SEDESPI que podría ayudarlos a solucionar el problema. Pagó 1.500 pesos mexicanos (80,81 dólares) por seis días de capacitación, en los que aprendió cómo construir un laboratorio para poder cultivar junto a su familia con su propio micelio.
El punto crítico es la técnica, explica Narváez Utrilla.
“El hongo seta es un producto muy delicado, pero noble”, dice. “Hay que tener mucho cuidado y mucha higiene para que la cosecha no se contamine por otro tipo de hongo y bacteria, que no permiten que los hongos crezcan sanamente”.
El laboratorio de la familia es pequeño y rústico, pero los provee de aproximadamente 60 a 80 kilos de semilla al mes, según explica Florez Cruz. De esto, usualmente producen entre 180 a 200 kilos de hongo seta, lo que alcanza para el consumo familiar y deja un excedente para la venta.
“Nuestro hongo es confiable, entonces las personas se acercan a comprar con confianza”, dice.
En todo el estado hay actualmente 12 laboratorios, según Narváez Utrilla. Tres de ellos están en los Altos de Chiapas, incluyendo el de la familia de Flores Cruz.
Pero estos esfuerzos por sí solos no lograrán frenar el consumo de hongos silvestres, añade. SEDESPI prosigue con las campañas de educación, que incluyen ferias de salud, avisos de difusión radial y carteles públicos en los mercados locales con fotos de los hongos reconocidos como venenosos.
Pero hay quienes piensan que el objetivo no debería ser erradicar la recolección de hongos silvestres. El problema podría ser resuelto si las familias pasan sus conocimientos tradicionales sobre los hongos a las nuevas generaciones, opina Eugenio García Núñez, del municipio de Chalchihuitán.
Él dice que aprendió de muy niño que se debía tener extremo cuidado en la recolección. Sus padres y sus abuelos le enseñaron cómo identificar los hongos que no son aptos para el consumo. Recuerda que debía observar cuidadosamente la forma, el tamaño y el color, porque cualquier error podría tener graves consecuencias.
“También debe apoyarse el rescate del conocimiento ancestral de nuestros abuelos, que los niños sigan aprendiendo a recolectar hongos silvestres. La recolección es parte de nuestra cultura y tendríamos que cuidarla”, dice.
Ivonne Jeannot Laens, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.