CUAUTITLÁN IZCALLI, MÉXICO — Tras haber crecido en una ciudad de concreto de más de 5 millones de habitantes, María de Lourdes Félix nunca pensó que cosecharía maíz y que le preocuparían los gusanos.
Sin embargo, durante el confinamiento por la pandemia en marzo de 2020, la joven de 32 años se unió a más jóvenes para tomar un curso de economía social de tres meses ofrecido por el Instituto Mexiquense de la Juventud, una entidad gubernamental. Con inspiración, el grupo de 10 participantes comenzó un proyecto para sembrar y cosechar maíz, y se denominó Maizkali. Pidieron prestada una sección de tierra que había pertenecido a la familia de uno de los integrantes por varias generaciones.
Obtuvieron la primera cosecha en noviembre de 2021; tuvieron que pasar varios días limpiándola, luego de que descubrieron que la habían guardado mal y quedó expuesta a los parásitos. Fue una de las muchas lecciones que aprendieron al volver a vincularse con la tierra, dice Félix.
“Nos gustaría que más jóvenes se dieran cuenta de que cuidar y valorar el campo es importante, incluso aquí donde parece que ya no hay razón para hacerlo”, dice. “Trabajar el campo no solo representa una alternativa económica sino que tiene que ver con recuperar formas de organización y cosmovisión”.
Después de más de dos años de pandemia, jóvenes de ciudades mexicanas han encontrado una inspiración inesperada en las formas de vida más tradicionales. Aunque esta tendencia se estaba gestando antes de 2020, las cuarentenas inspiraron más interés en los orígenes de la comida y de la ropa, y en cómo sobrevivir sin las comodidades modernas.
“Los jóvenes de hoy en día ni siquiera saben de dónde vienen las frutas y verduras que comen. No lo cuestionan porque no conocen el campo, sus padres no les enseñaron o no lo trabajaron ellos mismos”, dice Ana Isabel Moreno, profesora e investigadora de la Escuela Nacional de Estudios Superiores Unidad Morelia, parte de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Durante la pandemia, Moreno y su alumnado de ciencias agroforestales crearon Activando agroecologías, un PDF de distribución gratuita que difunde esta tendencia emergente.
“Hay muchos espacios en las zonas periurbanas donde ya se practicaba la agricultura y que siguen ahí y son jóvenes que lo están retomando”, señala Moreno.
En Cuautitlán Izcalli, una ciudad del Estado de México, solo el 10% de la población se dedica a la agricultura. El desarrollo urbano ha convertido a esta zona en una comunidad dormitorio, donde la gente duerme tras volver del trabajo o de la escuela, a una distancia de 34 kilómetros (21 millas) en el centro de la Ciudad de México. Dado que la mayoría de los alimentos provienen de otros estados, existía cierta preocupación de que la población enfrentaría escasez durante la pandemia.
“Literalmente, yo crecí en el cemento. No recuerdo nada relacionado al campo, ni al bosque, ni mucho menos al trabajo en la tierra”, dice Melissa González, de 26 años, científica política e integrante de Maizkali.
Este deseo de volver a una forma de vida agrícola desconcierta e incluso preocupa a algunos familiares mayores. Rafael Cerón, de 62 años, dice que ha disuadido a sus hijos de cultivar un terreno que es propiedad de su familia, pero que no se ha sembrado en décadas.
“Yo les digo a mis hijos que el campo ya dio lo que tenía que dar y de eso no van a vivir”, dice. “Si quieren tener plantitas está bien, pero no invertirle a sembrar. Nosotros quisimos sacar a nuestros hijos del campo porque es mucho trabajo y poca paga. Queremos que vayan a la universidad”.
Más al sur, en San Cristóbal de Las Casas, un centro urbano de rápido crecimiento con cerca de 200 000 habitantes, en el estado de Chiapas, esta tendencia surgió por necesidad, ya que la pandemia vació las calles que alguna vez fueron turísticas. Colectivos emergentes juveniles e infantiles buscaron recuperar espacios públicos, como la plaza del barrio de Tlaxcala, para cultivar hortalizas y fomentar las actividades artísticas tradicionales.
Elías Darinel Vázquez Ballinas, de 37 años, integrante del Colectivo Plan Bioma, dice que estos espacios representan una oportunidad para que las personas se reconecten con la tierra, cultiven sus propios alimentos y creen espacios de colaboración.
“Llegamos a un acuerdo con la junta directiva del barrio para convertir la plazuela en un jardín de producción de alimentos y en un espacio de apoyo y aprendizaje”, dice Vázquez Ballinas. “Todos los integrantes comparten con los demás lo que saben: tejer, bordar, cantar, tocar guitarra, escribir poemas, mientras se cultiva de manera colectiva cebollas, cilantros, acelgas, repollos, zanahorias”.
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haga clic para leerBasilia López, de 26 años, oriunda de San Juan Cancuc, municipio vecino con una población predominantemente indígena, va al jardín tres veces por semana. En su metro cuadrado (11 pies cuadrados), ha aprendido a cultivar 10 tipos de plantas y ya no tiene que comprar muchos alimentos en el mercado. En reciprocidad, ella da clases de bordado a otras personas.
“En este lugar aprendí a que si todos ponemos, todos ganamos”, afirma.
Geovanni Nájera Guzmán, de 26 años, fundó El Semillero, un centro agroecológico al norte de la ciudad, en marzo de 2020. Él dice que debido a los cierres de las escuelas a causa de la pandemia, las y los jóvenes locales necesitaban actividades al aire libre seguras mientras sus padres se iban a trabajar.
“Algunos chicos querían reunirse para bailar y rapear, y pensé que podríamos ir más allá y utilizar el hip hop junto con la agroecología y la producción de alimentos para concientizar a la población sobre la importancia de la alimentación saludable, de la autoproducción y el consumo de alimentos sanos”, explica Nájera Guzmán.
En Cuautitlán Izcalli, mientras Maizkali se prepara para su segunda cosecha, Félix dice que quienes integran el grupo han aprendido que la agricultura les conecta con la tierra y con sus identidades culturales.
“Esto es una lucha, es una resistencia y es un tema de soberanía alimentaria; queríamos entender cómo funciona el campo en nuestro país”, dice. “Si se deja de sembrar no solo se pierde el maíz, se pierden un montón de prácticas y de formas de ver el mundo”.
Aline Suárez del Real es una reportera de Global Press Journal que se encuentra en Tecámac, Estado de México.
Adriana Alcázar González es una reportera de Global Press Journal con sede en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.