SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, MEXICO ─ El llanto de un bebe rompe el silencio de la habitación.
“Es una niña, ya nació tu bebe, es una hermosa niña”, le dice María Hernández Guzmán a la joven madre que acaba de parir. “Tómala, abrázala, es tu hija. Felicidades”.
Madre e hija se funden en un largo y delicado abrazo. Hernández las mira y sonríe. Y luego comienza a limpiar la sala de partos del Hogar Comunitario Yach’il Antzetic.
Esta casa comunitaria de la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, el estado más meridional de México, brinda albergue y atención a mujeres embarazadas y madres recientes, muchas de las cuales son indígenas y no cuentan con el apoyo de sus familias o de los padres de sus hijos. Usualmente, las mujeres indígenas son rechazadas y discriminadas si se embarazan sin estar casadas, según explica Hernández. Ser una madre indígena soltera implica ser estigmatizada a diario en muchas comunidades indígenas.
“La gente te señala, tu familia te rechaza, porque dice que fallaste por embarazarte sin estar casada”, dice Hernández. “Y si el padre te abandona, peor. No tienes a nadie que te apoye, quien te dé una mano”.
Hernández, de 37 años, lo sabe por experiencia propia. Quedó embarazada de su primer hijo hace 15 años.
“No podía regresar a mi casa. Estaba sola, porque el papá de mi hijo tampoco se hacía responsable”, dice.
Ahora, Hernández es la principal partera y líder del Hogar Comunitario, el mismo en el que encontró ayuda cuando quedó embarazada en aquel entonces.
“Y eso es lo que ahora yo intento regresar a las mujeres que buscan apoyo con nosotras”, dice.
El hogar fue fundado hace 20 años, en una época de mucha revuelta. En 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, un grupo guerrillero basado en Chiapas, se levantó en armas y llamó a la población indígena mexicana a unírsele en demanda de reformas.
Sandra Lorea, parte del equipo del Hogar Comunitario, recuerda esa época como un tiempo de creciente actividad paramilitar y fragmentación comunitaria. La revuelta social trajo aparejados violencia sexual, embarazos tempranos y bebes abandonados, según relata.
Si una mujer quedaba embarazada, sus familiares y la comunidad en general la culpaban por eso, dice Lorea.
“Si una niña indígena regresaba embarazada a su casa, ella había desobedecido y ella estaba sometida a una intensa violencia”, dice. “Incluso la vida de ese bebe y la mamá estaban en peligro, por lo que muchas abandonaban a los bebes como una media de protección mutua”.
Lorea explica que el Hogar Comunitario fue fundado para combatir este problema. La misión era crear una casa de acogida, donde las madres pudieran tomar decisiones en un lugar seguro, libres de culpa.
Desde entonces –añade-, el equipo del hogar ha atendido a unas 3.000 mujeres, en su mayoría de entre 12 y 30 años.
“El Hogar Comunitario es la casa de amor y respeto a la vida”, dice. “Es un espacio donde buscamos que la mujer dignifique su vida, y esto sólo se logra a través del autoestudio, del autoaprendizaje, de conocerse a sí mismas, de elevar su autoestima. Tenemos varios ejemplos, entre ellos María Hernández”.
La casa puede albergar a hasta nueve mujeres al mismo tiempo, según Lorea, y esas mujeres pueden quedarse entre una noche y seis semanas antes del parto, y luego hasta otros seis meses después del parto.
Verónica Gómez llegó a la casa hace 10 años, cuando tenía 12. Había quedado embarazada luego de que su primo la violara. Su madre supo de la existencia de este hogar y la abandonó ahí.
“Me puse a llorar, porque sentí que mi mamá no me quería”, dice. “Sentí que era un estorbo para ella. Yo estaba muy triste”.
La hija de Gómez nació en el hogar. Gómez dice que se sintió apoyada y cuidada y que pudo desarrollar algunas habilidades manuales en las clases y talleres que ahí se imparten.
“Aprendí a quererme”, dice.
Judith Álvarez, la psicóloga del hogar, dice que éste les da a las madres jóvenes herramientas para empoderarse emocional y económicamente. Eso se logra a través de talleres como a los que asistió Gómez.
Las clases giran en torno a cómo prepararse para el nacimiento y el trabajo de parto, a hacer manualidades, cerámica, encuadernado, repostería, corte y confección, comercialización y venta de productos, según explica Hernández. En mayo, el hogar ofreció un taller sobre macramé, tejido hecho en base a nudos con hilos gruesos o cuerdas.
“Ellas mismas se enseñan, se acompañan, intercambian, aprenden a ponerle precio a sus productos, a subsistir de su don”, dice Álvarez.
Los activistas locales reconocen el valor de este hogar.
El rechazo social a las madres adolescentes y jóvenes es un problema persistente en San Cristóbal de las Casas y en el estado de Chiapas en general, según dice Laura Serrano, coordinadora de Nuevos Códices Compatía, una organización que educa a jóvenes chiapanecos, predominantemente indígenas y mestizos, sobre derechos sexuales y reproductivos, violencia de pareja y de género, entre otros temas.
En los hogares indígenas tradicionales se espera que todos los miembros ayuden en la agricultura o que contribuyan económicamente, según explica Serrano. Estas comunidades -añade- se ajustan a una estructura patriarcal, en la cual la mujer es tomada como un ser inferior que necesita del hombre para sobrevivir.
Una mujer joven, soltera y embarazada no encaja en esa estructura, según destaca.
Si bien están bajando los casos de mujeres embarazadas rechazadas y expulsadas de sus hogares, Serrano dice que, en base a la experiencia de su organización, hay muchas mujeres que todavía sufren esta sensación y que se encuentran sin recursos. En este sentido -dice- el Hogar Comunitario ha sido una opción consistente.
“El trabajo que realiza el hogar es muy importante, porque ellas son las únicas que hacen este trabajo en San Cristóbal de Las Casas. No hay otra organización que trabaje por apoyar a las mujeres que no tienen apoyo familiar”, dice Serrano.
Hernández dice que está orgullosa de su trabajo. Ella cree firmemente que su embarazo temprano y todos los desafíos que sobrevinieron con él ocurrieron para que pudiera devolver lo recibido ayudando a otras mujeres.
“Han sido las cosas difíciles, pero no lo lloro o lo lamento. Sino que lo superé y me hace más fuerte”, dice. “Ya es parte de mí, no me voy a olvidar. Pero no desde la tristeza, sino desde la enseñanza de vida que nos queda”.
Ivonne Jeannot Laens, GPJ, adaptó este artículo de la versión en inglés.