CENTLA, MÉXICO — En febrero de 2022, el mar se tragó la casa de Viviana Velázquez Hernández en El Bosque, la pequeña comunidad costera en Tabasco, estado en el sur de México, donde nació y vivió toda su vida.
Lo mismo ya les había pasado a sus vecinas, Ana Bárbara Cardoza y Rita Pacheco. Y a las y los residentes de otras 50 casas en la comunidad.
Desde octubre de 2021, El Bosque ha perdido 90 metros de costa. Más de 100 personas han perdido sus casas. La mayoría de las y los desplazados vive en Frontera, una ciudad de poco más de 23,000 habitantes y la cabecera de la municipalidad de Centla, ubicada 12.5 kilómetros hacia el interior. Solo 10 familias quedan en El Bosque.
“Yo le decía a mi hija, ‘Vamos a esperar porque a lo mejor ahí se queda el mar y se va’”, dice Pacheco, de 77 años — 34 de ellos viviendo en El Bosque. “No, no, el mar siguió entrando hasta desbaratar todo”.
“Nunca me pasó por la mente salirme a vivir aquí a Frontera, sino vivir todo el tiempo ahí, en la playa”, añade. “Nunca pensé que mi casita se iba a ir”.
Velázquez Hernández, quien también vive en Frontera, recuerda lo lejos que estaba la playa durante su niñez. “Yo tenía la edad de mi niña, que tiene 10 años, y mi mamá nos decía, ‘Vamos a la playa a buscar leña’, y yo lloraba porque no quería ir porque estaba lejos”, rememora.
La situación en El Bosque no es única – comunidades enteras están desapareciendo en diferentes partes del Golfo de México por la erosión costera. Según un informe de 2021 elaborado por el Consejo Nacional de Población sobre el desplazamiento interno en México, 456 personas migraron desde Veracruz y 149 desde Tabasco, debido a desastres naturales ocurridos en 2020.
En ese año, 100,888 mexicanos fueron desplazados por desastres naturales, 97.2% de ellos por tormentas e inundaciones, según el documento.
El biólogo José Reyes Díaz Gallegos, profesor en el Centro de Investigaciones Costeras de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, dice que la situación en el Golfo de México está asociada con el incremento de la frecuencia e intensidad de los frentes fríos, un fenómeno meteorológico que ocurre cuando una masa de aire frío choca con una masa de aire cálido, provocando tormentas severas, vientos fuertes y oleaje más turbulento. En México, estos eventos son conocidos como “nortes”.
“Estos vientos entran, a veces, de forma muy, muy violenta y acompañado con el oleaje están provocando daños más fuertes que en el Pacífico,” dice Gallegos.
Otro detalle, añade el biólogo, es que las playas del Golfo son, en la mayor parte, arenosas, y por eso son más frágiles. “Con los cambios que están habiendo en el clima”, concluye, “se dinamizan más los vientos y los vientos empiezan a ser más violentos”.
Justo el pasado noviembre, un “norte” se llevó otra fila de casas de El Bosque.
Héctor Estrada Magaña, coordinador de Protección Civil en Centla, dice que, en 2021, la oficina de Protección Civil de Tabasco sugirió la reubicación de los habitantes en 2021 tras realizar un recorrido en El Bosque. En un informe publicado aquel año, las autoridades estatales preveían que la erosión costera podría acentuarse en los próximos años.
“Cuando hicieron ese recorrido, los pobladores señalaban que el mar comenzó a meterse a la tierra a un ritmo acelerado desde 2021 con la entrada de un frente frío”, dice Estrada.
De momento, la mayoría de las y los habitantes de El Bosque viven en Frontera. El cambio de vida para las familias ha sido vertiginoso y lleno de incertidumbre.
Cardoza renta una casa ahí que comparte con su hijo de 17 años, su hermana y su sobrino adolescente. Su marido, quien toda la vida ha sido pescador, tuvo que migrar hacia Ciudad Juárez para trabajar como jardinero.
“Aquí [en Frontera] estamos encerradas porque si salgo para afuera hay sol”, dice Cardoza. “En mi casa en El Bosque tenía yo árboles, había palmas y hasta coco tenían las palmas”.
Cristina Pacheco, hija de Rita Pacheco, también perdió su casa. Hoy viven madre e hija en una vivienda prestada en Frontera. “Los días son tristes más que nada, no tengo nada y aquí me paso los días nada más mirando”, dice Cristina Pacheco.
La vida en Frontera pronto se convertirá en una realidad permanente para muchas familias. En febrero, el Congreso del Estado de Tabasco aprobó la asignación de parte de un terreno estatal para albergar 60 nuevas viviendas destinadas a las y los desplazados de El Bosque.
La Comisión Nacional de Vivienda (CONAVI), la agencia del gobierno federal que se dedica a otorgar subsidios de vivienda a los sectores sociales más vulnerables, será la encargada de la construcción con fondos gubernamentales.
Guadalupe Cobos, cuya familia es una de las 10 que siguen en El Bosque, se ha convertido en activista y vocera de la comunidad. Para ella, la adaptación en otra ciudad lejos del mar será difícil. “El mar está erosionando, pero él sigue teniendo sus peces, su forma de trabajar”, dice.
Su casa, de momento, sigue en pie.
‘No se puede mitigar’
Más de 500 kilómetros al norte de El Bosque, en el estado de Veracruz, la situación se repite en el poblado de Las Barrancas, en el municipio de Alvarado.
Según el censo de 2020, hay 315 residentes en Las Barrancas. Pero la población disminuye cada año. En los últimos 15 años, el mar se ha comido unos 100 metros de costa y destruido unas 20 casas – y desplazando a sus habitantes. La mayor parte de ellos vive a pie de la orilla de la playa, a unos 15 minutos en el camino a El Bayo, un pueblo cercano.
Alvarado es uno de los tres municipios de Veracruz con más pérdida de costa, según la Protección Civil del estado.
“Antes, [la playa] tenía más de 100 metros, corríamos unos carros, andábamos que no necesitábamos nada de camino por acá arriba”, dice Pedro Román Ramón, pescador de 65 años nacido en Las Barrancas. “Ahorita tenemos que andar puro por arriba porque playa no hay”.
Su hermana, María Román Ramón, de 78 años y también pescadora, lo confirma. “Teníamos playazos, tenía donde poner palapitas para vender picaditas, vender cevichito, hacer la luchita, pero de hace como de tres, cuatro años para acá, la mar nos ha comido”, dice. “Nos ha comido que ya nos tiene sacados de nuestras casas”.
La erosión de la playa ha afectado duramente la pesca de la familia Román Ramón. El estilo tradicional de esta actividad de la comunidad consiste en jalar las redes desde la costa, para lo cual se necesita 15 o 20 metros de terreno.
“Esas redes casi ya no funcionan porque no hay a donde jalar”, dice María Román Ramón. Ahora hay que ir de lancha afuera de la mar, lo que incurre gastos de gasolina, dice.
Enrique Silva Solís, enlace de comunicación social de la Secretaría de Protección Civil de Veracruz, afirma que este es un tema que no se puede mitigar, ya que son procesos geológicos. La oficina gubernamental está enfocada en trabajar con las comunidades para que identifiquen los riesgos y puedan realizar acciones de preparación ante las emergencias, dice.
La mejor alternativa que han encontrado los pobladores es poner sacos de arena y piedras enormes frente a las construcciones para evitar que el mar las golpee directamente. Actualmente, piden la construcción de rompeolas de piedra que impidan que el mar siga avanzando tan deprisa.
De momento, cada vez que el mar se mete a casa de Jessica Jazmín Román Ramón, ella deja su hogar con sus hijos de 18, 12 y 5 años y va con su madre, a 15 minutos de ahí. “A mí me da miedo y luego la mar sube y entra hasta los patios de las casas”, dice.
Su hermana, Leticia Román Ramón, de 21 años, vivía con sus abuelos y su madre hasta que el mar se llevó casi toda la casa – primero el cuarto de su madre, después se cayó la cocina. El último norte, en 2023, finalmente se llevó su cuarto. Hoy ella vive con su madre en una vivienda construida en un terreno donado en un ejido, ubicado a 1.4 kilómetros. La propiedad a veces también sirve de refugio para toda la familia.
Sus abuelos siguen en lo que ha quedado de la casa en Las Barrancas.
“Están pendientes de la ola para salir corriendo de ahí”, dice Leticia Román Ramón, quien cree que no van a irse “hasta que la mar tumbe la casa”.