CHIHUAHUA, MÉXICO — Durante casi una década, Cornelius Letkeman Banman ha producido algodón en El Oasis, un lugar semidesértico del norte de México en el estado de Chihuahua, cuyo clima es perfecto para uno de los cultivos más económicamente significativos del país. De hecho, las condiciones son tan ideales, que el estado se ha convertido en el principal productor algodonero de México.
En 2013, Letkeman se mudó con su familia de seis a esta comunidad rural menonita del municipio de Ojinaga para poder dedicarse al algodón, cultivo que no requiere tanta agua como otros que él sembraba antes, como el maíz, frijol y alfalfa. A lo largo de su historia, la comunidad menonita ha cambiado continuamente el lugar donde vive para evitar la persecución religiosa. La comunidad de Letkeman en Chihuahua puede rastrear sus orígenes hasta el siglo XVI en Suiza, donde los miembros de un movimiento anabaptista comenzaron a seguir las enseñanzas del ex sacerdote católico Menno Simons. Este grupo de personas huyó a través de Europa hasta el sur de Rusia. Más tarde, a principios del siglo XX, muchas de ellas arribarían al estado mexicano de Chihuahua, en la frontera con Estados Unidos.
En cada lugar donde ha vivido, la comunidad menonita ha aprovechado su profundo conocimiento agrícola para sobrevivir. Sin embargo, esta constante de su vida y cultura ahora está amenazada ya que, debido a consideraciones ambientales, el gobierno mexicano ha iniciado la progresiva eliminación de las robustas semillas transgénicas, que se desarrollaron para resistir ciertos herbicidas y pesticidas.
En sus permisos para siembra, el gobierno no ha aprobado nuevas semillas de algodón genéticamente modificado desde 2019. Ahora proyecta eliminar, para 2024, el glifosato, el pesticida de uso más común en la producción de algodón transgénico. Los productores de algodón tienen muy poco acceso a semillas alternativas y están enfrentando una severa escasez de semilla resistente, cuyas existencias se están agotando. Letkeman dice que las restricciones significan que México no puede competir con países como Estados Unidos, China e India, donde los productores tienen acceso a las semillas genéticamente modificadas más nuevas. Él y otros productores están previendo una caída en la demanda que tendrá un efecto devastador en las más de 10 000 personas que dependen del algodón para sobrevivir.
Desde que asistía a la escuela secundaria, Letkeman ha trabajado en la agricultura labrando la tierra después de la escuela. Hoy no quedan señas de aquella labor manual. Vestido de traje y zapatos boleados, la tez de Letkeman luce más pálida que la de sus pares agricultores, quienes pasan la mayor parte del día bajo la luz del sol. Letkeman trabaja en una oficina a casi un kilómetro de su casa donde, rodeado de sus campos de algodón, supervisa a su equipo de trabajadores que incluye a sus cuatro hijos cuando estos no están en la escuela.
Luego de su introducción en 1996, el algodón transgénico representó una alternativa muy necesaria al algodón convencional, que batallaba contra los estragos de las plagas. Letkeman recuerda cuando comenzó a usar semilla de algodón genéticamente modificado y dice: “Pasé de producir tres o cuatro pacas por hectárea a ocho pacas en promedio”. La introducción de esta nueva alternativa significó tal incremento en la producción que el algodón se convirtió en uno de los cultivos más importantes de México.
Chihuahua produce 80% del algodón nacional; el resto se cultiva en otros estados del norte como Baja California, Coahuila, Tamaulipas, Sonora y Durango. En los últimos años, la producción mexicana de algodón se ha rezagado en relación con la del resto del mundo. El país se clasificó en noveno lugar después de la temporada de 2017-2018, según datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Sin embargo, desde la eliminación gradual del algodón transgénico, el país ha descendido al lugar 13 en producción.
En un comunicado de prensa en marzo de 2022, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) declaró que reevaluaría la pertinencia de los cultivos transgénicos frente a la responsabilidad de proteger el reservorio genético nacional de algodón nativo y la salud del ambiente.
Como respuesta, Fisechisa, un grupo de 23 productores de algodón chihuahuense del que Letkeman es miembro de consejo, se reunió en julio con el titular de la Secretaría de Desarrollo Rural de Chihuahua, Mauro Parada Muñoz, para solicitar que se vuelva a permitir el uso de semilla de algodón transgénico. Letkeman dice que Muñoz le aseguró que los apoyaría, pero que no ha vuelto a saber nada.
Sigue aumentando la inquietud respecto al glifosato y los cultivos genéticamente modificados para sobrevivir la aplicación de este herbicida, como el algodón, que se ha convertido en el cultivo transgénico más importante en México. El glifosato fue clasificado como “probable cancerígeno” para humanos en un informe publicado en 2015 por la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer de la Organización Mundial de la Salud. Los grupos ambientalistas como Greenpeace han realizado campañas para que se prohíban los organismos genéticamente modificados (OGM) y el glifosato.
“La adopción de OGM y glifosato nos aleja cada vez más de disfrutar de la soberanía alimentaria y la autosuficiencia”, dice Viridiana Lázaro, especialista agrícola y del clima de Greenpeace México. “El uso de tales contaminantes pone en grave riesgo la diversidad de variedades agrícolas conservadas en los campos, fundamentales para la producción de alimentos en nuestro país”.
Arturo Zubía Fernández, director de agricultura de la Secretaría de Desarrollo Rural de Chihuahua, indica que piensa abordar a la SEMARNAT una vez que tenga una visión más amplia de la amenaza que representan las semillas de algodón transgénico para el ambiente.
“Lo importante aquí sería ver los resultados que están obteniendo fuera del estado y del país para confirmar que es sostenible”, dice. “Y me gustaría pensar que si los estadounidenses ya tienen una nueva variedad, seguramente es porque la calidad ha mejorado, así como la producción, y se ha reducido la necesidad de agua y agroquímicos”.
SEMARNAT declinó hacer comentarios a Global Press Journal.
Los productores de algodón como Bernardo Freis necesitan encontrar una solución pronto. Él ya está considerando alternativas.
“Si este problema no se resuelve, entonces tendremos que plantar una nueva cosecha y olvidarnos del algodón”, dice Freis, padre de cinco hijos, quien junto con su hijo de 14 años trabaja 100 hectáreas (247 acres) dedicadas al algodón. “El apoyo a la agricultura se está recortando por todas partes y no sé cuándo terminará. Solo Dios lo sabe”.
Letkeman dice que abandonar el cultivo del algodón no representa un opción para muchas familias.
“Muchos de ellos tienen su propia maquinaria que compraron con préstamos”, dice. “Si esto no mejora, muchos no podrán pagar sus préstamos, perderán la maquinaria y será un gran problema. La inversión que hicieron fue para algodón, no para otro tipo de cultivo. El sustento y los ingresos de estas familias están en juego”.
Letkeman dice que las semillas transgénicas que todavía se consiguen en México, y que él vende en el área de recepción de su oficina, tienen ya más de cinco años; esto es, anteceden el inicio de la eliminación gradual. Mientras tanto, la tecnología de los OGM sigue avanzando.
“Desafortunadamente no tenemos esas semillas debido a la ideología de aquellos en la administración pública que argumentan que ya tenemos suficientes semillas”, comenta Letkeman.
Añade que trabajar con semillas convencionales imposibilitaría la supervivencia del algodón ya que el convencional no puede resistir infestaciones ni sequías.
“El algodón”, dice, “prácticamente desaparecería”.
Lilette A. Contreras es reportera de Global Press Journal, y se encuentra en Cuauhtémoc, México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Martha Macías, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.