CUAUHTÉMOC, MÉXICO — La temporada de manzanas empieza cada mes de marzo en el estado de Chihuahua, en el norte de México, lugar del país donde se produce la mayor cantidad de dulces y jugosas manzanas rojas y verdes.
Miles de trabajadores migrantes viajan a la zona occidental del estado para recolectar esta fruta tan demandada, que se exporta a Estados Unidos y a todo el mundo. Muchos de ellos viven de lo que producen en las tierras de su hogar, excepto durante la primavera y el verano, cuando la cosecha de manzanas les ofrece un ingreso estable.
Este año es distinto. El coronavirus afectó el flujo de ingresos, ya que los fruticultores contratan a menos trabajadores y los jornaleros se sienten preocupados al tener que relacionarse de cerca con otros. México intenta recuperarse de uno de los peores brotes de coronavirus del mundo, con más de 543,000 casos de COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus. Muchos jornaleros se enfrentan a una decisión abrumadora: llevar el sustento a sus familias y arriesgarse a contraer el virus, o quedarse en casa y sacrificar los ingresos más seguros del año.
Rafael González comenzó a trabajar en las huertas de manzanas a los 14 años. Más de dos décadas después, dice que no recuerda haber visto una temporada con tan poca gente.
“Los trabajadores se quedaron en sus ranchos”, cuenta González, originario de la Sierra Tarahumara, un área lejana y montañosa llena de pinos y robles en el suroeste de Chihuahua. Él viaja casi 300 kilómetros (186 millas) al norte para trabajar en Guerrero, una de las principales zonas productoras de manzana en Chihuahua.
En su comunidad rural faltan empleos, explica, mientras sube una escalera y encuentra una fruta radiante. “Uno vive de lo poco que cosecha, pero no se puede cosechar mucho”.
Él volvió a las huertas, como en años anteriores; no tuvo otra opción.
Por lo general, alrededor de 90 jornaleros pasan tres semanas recolectando manzanas Red Delicious, Golden Delicious y Rome en la huerta 4h en Cuauhtémoc, al este de Guerrero en el noroeste de Chihuahua. Este año, en la huerta solo contrataron a 20 personas para trabajar con 4,000 manzanos.
Trabajar la tierra ha tomado el doble del tiempo. Mundo Mendoza García, capataz de 4h, estima una pérdida del 20% de los ingresos.
Pero dice que los temores ante el coronavirus evitaron que contratara más gente. Le preocupaba que los recolectores estuvieran demasiado cerca y se enfermaran.
“No queríamos contratar a nadie; teníamos miedo”, explica.
Mendoza García necesita mayores dosis de un producto químico que ayuda a que las manzanas caigan más rápido del árbol, aunque no crezcan tan grandes. Esparce el producto con una fumigadora, un vehículo estruendoso parecido a un tractor, durante las primeras etapas de la producción de manzanas.
Esto ayuda a compensar la reducción de la fuerza de trabajo, aunque no es lo ideal para la salud de los árboles. “Realmente estamos forzando mucho los árboles, pero bueno, estamos tratando de no traer tanta gente”, afirma Mendoza García, a la vez que se pregunta qué pasará con los trabajadores que no fueron. “Ni siquiera quiero saber cómo les va; muchos de ellos no tienen trabajo y ni siquiera comida”, dice.
En abril, Lucrecia Formerio Cruz perdió su empleo de trabajadora doméstica en Guachochi, una de las comunidades más grandes de la Sierra Tarahumara. Sus patrones le dijeron que tenían miedo de que les contagiara el coronavirus, dice.
No pudo encontrar otro trabajo y empezó a recibir llamadas debido a retrasos en el pago de sus préstamos, así que, hace poco, tomó un autobús hacia las huertas de Cuauhtémoc.
Los jornaleros toman los autobuses del centro de Guachochi hacia las tierras, a 451 kilómetros (280 millas) de distancia. Muchos se quedan en albergues temporales que les proporcionan empresas como Grupo La Norteñita, uno de los principales productores de manzanas entre los 2,500 de la región.
“Nos quedamos sin dinero, zapatos, comida, ropa y todo, así que para pagar lo que debemos, eso es lo que hago aquí. Estoy ahorrando dinero para mandar a Guachochi, para juntar todo el dinero que pueda. No siempre tengo para cenar”, explica Formerio Cruz.
Alejandra Cruz Ramírez se inclina hacia su jardín y considera que tiene suerte. La maestra jubilada, de 66 años, siembra maíz, frijol, legumbres y chícharos en Guachochi, y no tiene que ir a las huertas. Cruz recuerda estar de pie junto a su padre cuando era niña, mientras este cuidaba su propia cosecha, orgulloso del sustento que podía proveer.
La tierra fértil le ofrece opciones a su familia. El hijo de Cruz suele estar entre las personas que se suben al autobús para trabajar en las huertas de manzanas, pero este año no se unió al equipo.
“Le dije a mi hijo: ‘¿A qué vas? Mientras tengas jabón y comida aquí, mientras tu [ropa] se pueda remendar y esté limpia, creo que con eso tienes. Preferimos que sigas vivo’”, expresa Cruz.