TONANITLA, MÉXICO — Para Lorna Colin, de 22 años, llevar siempre con ella una punta, pequeña arma no letal de defensa personal con un pico afilado que se usa para golpear, es parte de la normalidad.
Le tranquiliza saber que puede usarla para protegerse si alguien intenta cargarla o arrastrarla para subirla a algún automóvil, una de las maneras más comunes de cometer delitos de secuestro. “Dicen que le ha pasado a algunas vecinas”, comenta.
Colin vive en Tonanitla, uno de los 125 municipios que integran al Estado de México. Esta entidad ocupa el tercer lugar nacional en número de personas desaparecidas y no localizadas, detrás de Jalisco y Tamaulipas, así como el primer lugar nacional en desapariciones de mujeres, niñas, niños y adolescentes, según informes de la Comisión Nacional de Búsqueda, un organismo gubernamental encargado de rastrear a personas ausentes.
Como Colin, cada vez más habitantes de la zona modifican sus hábitos para evitar que les afecten los delitos en una entidad donde 88% de los habitantes mayores de 18 años reporta sentirse inseguro, según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2023. Como resultado de estas precauciones, muchos limitan sus actividades o toman medidas para lidiar con el estrés de moverse en espacios donde consideran que están en peligro.
“En entornos donde se presenta violencia crónica intermitente, la respuesta individual puede ser por un lado la hipervigilancia o por el otro una evasión absoluta”, dice Dení Álvarez Icaza, psiquiatra integrante del seminario de estudios sobre salud mental y violencia de la Universidad Nacional Autónoma de México. La violencia crónica intermitente es aquella que se presenta por periodos u oleadas, señala la especialista.
“El caso de México es muy particular porque presenta oleadas de inseguridad o violencia en diferentes zonas del país. No es algo constante, es algo que viene y va”, explica. “Cuando hay calma y las incidencias delictivas bajan, la población se relaja, pero no del todo. Sin embargo, vuelven estas etapas donde se convierten en zona roja, y comienzan a establecer sus procesos adaptativos”. Estos incluyen suspender o no realizar algunas actividades, o compartir mensajes en los trayectos con familiares.
Cuidar adultos “como si fueran niños”
Iris Burgoa, una profesora que vive en una zona de Tecámac que colinda con Ecatepec, uno de los municipios más inseguros del país, suspende todas las tardes sus labores de planeación de clases para esperar a su hija, Nitzarynandy Monroy, de 18 años, afuera de la preparatoria en donde estudia.
Burgoa comenzó esta dinámica en noviembre de 2023, a raíz de que su hija notó que alguien la seguía al salir de la escuela, cuenta. “Me mandó un mensaje para decirme que la venían siguiendo. No lo pensé; tomé mi carro y fui por ella. Le dije que me esperara en una estación [de transporte público] y que no dejara de hablarme por teléfono”.
Los hechos ocurrieron en medio de una ola de secuestros exprés y “levantones” en la zona. El primero de estos delitos implica privar de la libertad a una persona durante unas horas o algunos días para cometer robo o extorsión; en tanto, el segundo implica una privación de la libertad en los que no se persigue un fin monetario.
Estos delitos son poco denunciados en el país. En 2020, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), órgano nacional que capta y difunde información de México, contabilizó 83,244 secuestros a nivel nacional; sin embargo, las autoridades mexicanas reportaron únicamente 904 investigaciones por el delito, según un reporte de la organización civil Observatorio Nacional Ciudadano.
La Fiscalía General de Justicia del Estado de México, institución encargada de investigar y perseguir los delitos en la entidad, no respondió las solicitudes de comentarios para este artículo.
Monroy, quien tenía un diagnóstico previo de depresión y ansiedad, vio su salud mental afectada después de este evento, cuenta Burgoa. Ahora, siempre que sale a la calle sola o usa el transporte público envía su ubicación o llama por teléfono “para que [las personas a su alrededor] se den cuenta que alguien la está esperando”.
“A nadie se le hace raro que yo haga eso, todos lo hacen”, cuenta Monroy, al hablar de cómo sus compañeros reaccionan ante sus medidas de seguridad.
Aunque estas prácticas le dan tranquilidad tanto a la madre como a la hija, Burgoa lamenta que la inseguridad las obligue a tomar este tipo de medidas.
“No deberíamos estar cuidando adultos como si fueran niños”, asegura.
Si “no me avisan dónde están, me angustio”
Irene Colin, tِía de Lorna Colin, recibe diariamente un mensaje de WhatsApp de su esposo, Saul Rojas, cuando termina su jornada laboral. En él, aparece su ubicación en tiempo real para que su familia detecte si algo le pasa en el camino de vuelta a casa.
“Ya es algo automático, no es que tenga que pensarlo”, explica Rojas. “Simplemente salgo del trabajo, le mando mensaje a mi esposa para avisarle, y activo mi ubicación”.
Rojas atraviesa parte de Ecatepec hasta llegar a Tecámac, su municipio de residencia, una región que acumuló 412 denuncias por delitos que atentan contra la libertad personal, incluidos tres secuestros, entre 2022 y 2023, según datos del gobierno federal.
Para él, su esposa y su familia, la seguridad se ha convertido en un asunto prioritario.
“Si mi esposo o mi mamá no me avisan dónde están, me angustio”, comenta Irene Colin. “Si no llego a tiempo para estar a la hora de la salida de la escuela de mi hijo, también me preocupo”.
En 2023, 71.3% de los habitantes del Estado de México consideraban que la inseguridad era el principal problema de la entidad. En ese mismo periodo, 56.2% de la población de 18 años y más consideró que su localidad era insegura, según la ENVIPE 2023.
“Son situaciones que afectan la salud mental en lo personal, y la estructura de la sociedad, ya pensando en el impacto social”, comenta la psiquiatra Álvarez Icaza.
La especialista explica que la inseguridad ocasiona que las personas decidan no ocupar el espacio público, lo que “permea las dinámicas sociales” e incrementa su aislamiento. Esta situación, señala Álvarez Icaza, deriva “de una hipervigilancia” y del constante temor de vivir una situación de violencia.
Lorna Colin nunca ha regresado caminando en la noche de una fiesta hasta su casa. Esa es una experiencia que solo conoce a través de los relatos de juventud de su padre, cuando había menos inseguridad.
“Mi papá me cuenta que él andaba caminando con sus amigos en la madrugada cuando salían de una fiesta. Yo nunca lo he hecho, siempre tomamos taxi o alguien va por nosotros”, dice.
Para Burgoa, tener las condiciones de seguridad suficientes para estar en la calle sin temor a verse afectada por algún delito, es un sueño que luce lejano.
“Una compañera que vivió en Europa nos contó que ella podía salir a las 3 de la mañana para llegar a su casa. Yo quisiera eso para mis hijas”, finaliza.
Aline Suárez del Real es una reportera de Global Press Journal que se encuentra en Estado de México.