EZEIZA, ARGENTINA — Marcela Cerdan contrajo COVID-19 en junio de 2020 y pasó 11 días en cama, con dolor corporal y fiebre. Para ella, la peor parte comenzó después del alta.
“Me daban ataques de pánico, no quería salir de casa, me daban palpitaciones. Me venía esa sensación de que me faltaba el aire, me medía con el oxímetro y estaba bien”, explica Cerdan.
Cerdan, de 39 años, que solía ser una mujer alegre y segura, se sentía incapaz de regresar a limpiar casas en barrios privados de la periferia de la Ciudad de Buenos Aires. El salario de su marido en la fábrica alcanzaba para mantener a su familia de cuatro miembros, pero la ansiedad y la depresión aumentaban mientras más tiempo permanecía confinada en casa, entre la confusión y la inactividad.
Cuando la pandemia golpeó el año pasado, el sistema de salud argentino se adaptó rápida y firmemente. Se construyeron 12 hospitales modulares y la capacidad de terapia intensiva aumentó más de un 40%. Gracias a estas medidas, el país ha logrado un índice de supervivencia del 98%, similar al promedio mundial y ligeramente superior a la media de Sudamérica.
Pero esta respuesta consistente se ha enfocado en los cuidados de emergencia, dice el médico Jorge Yabkowski, secretario general de la Federación Sindical de Profesionales de la Salud de la República Argentina. A medida que el fatigado personal de los hospitales prioriza salvar vidas, los y las pacientes que se han “recuperado” de COVID-19 con secuelas misteriosas quedan en el olvido, y buscan respuestas y empatía en internet.
En Facebook, se han creado docenas de grupos en español donde se publica información y se comparan los síntomas de la “COVID persistente” que son ignorados o subestimados por algunas personas expertas en el campo de la salud, ya que se consideran psicosomáticos o que no están relacionados con el virus.
“Mucha gente empezó a comentar que desde que tuvo COVID tenía ataques de ansiedad. Ahí se me encendió la lamparita”, señala Cerdan.
En un estudio realizado a 3,762 pacientes con COVID persistente en 56 países, publicado en julio en The Lancet, una revista médica, se estimó que el 92% de esas personas tardarían al menos ocho meses en recuperarse por completo de secuelas como problemas cognitivos, fallas en la memoria, agotamiento físico, dificultades para respirar, dolor en el pecho, alteraciones en el gusto y en el olfato, tos, náuseas y migrañas.
Según el Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Universidad de Buenos Aires, casi una cuarta parte de las personas que contrajeron COVID-19 en Argentina tienen síntomas de ansiedad y dos tercios experimentan fallas cognitivas de memoria y atención. Sin embargo, el doctor Martín Hojman, miembro de la Sociedad Argentina de Infectología, admite que el sistema de salud nacional todavía tiene mucho que aprender sobre la COVID persistente.
“No sabemos todavía ni por qué pasa, cuánto tiempo dura, ni si las secuelas son permanentes o no”, dice.
Hojman recomienda a todas las personas recuperadas — incluso a las asintomáticas — acudir a consultas de control y sugiere que el personal médico ponga más atención en sus condiciones físicas y mentales.
Pero conseguir una cita de control de 15 minutos puede tardar semanas, dice María Agustina Grace, estudiante de medicina de 31 años, quien en abril creó el grupo privado de Facebook “COVID PERSISTENTE ARGENTINA”.
“El seguimiento está destinado a lo que es la parte aguda de la enfermedad; se termina a los 10 días”, dice. Para una afección no urgente, se tiene que hacer una cita con al menos un mes de anticipación, y la breve consulta inicial no es suficiente para documentar e investigar todos los síntomas que tiene la gente con secuelas de COVID, afirma.
Hasta el año pasado, Grace compaginaba con entusiasmo sus estudios de medicina con la pasión por escribir relatos y novelas. No obstante, nueve meses después de contraer el coronavirus, sigue viviendo con fiebre, fatiga, niebla mental, fallas en la memoria y disminución de la capacidad de concentración. Caminar tres cuadras le parece un castigo, aunque varias personas expertas en la medicina le han dicho que la COVID persistente no existe.
“Una médica de seguimiento me dijo que eso era imposible, y que la febrícula persistente no está documentada como COVID. Tuve un montón de falsos diagnósticos de otras enfermedades que al final se descartaron”, explica Grace.
Lo mismo le sucedió a Clelia Colombo, de 32 años, profesora en letras que contrajo el virus en abril y sufre mareos, náuseas y niebla mental desde entonces. Cuando insistió en que le hicieran más estudios después de que el personal de salud le dijera que se había recuperado por completo, le aseguraron que todo se veía bien y que se trataba de estrés postraumático.
Pacientes enfrentan largas esperas para salir de hospitales psiquiátricos
HAGA CLIC PARA LEER“Si quedás con síntomas, cada persona hace su propio camino”, dice. “No se puede contar con que cada persona tenga la fuerza para luchar con un sistema de salud colapsado”.
En defensa del personal médico de Argentina, Yabkowski dice que el agotamiento y el trauma derivados de tantos meses combatiendo una pandemia mortal, incluso mayores si el personal también ha contraído el virus, aumenta la probabilidad de errores de diagnóstico.
Él recomienda un plan estratégico y financiación del Ministerio de Salud para la creación de equipos que se especialicen en COVID persistente. El ministerio, que se negó a hacer comentarios, también podría exigir que los hospitales permitan que el personal se tome las licencias que tanto necesita, añade.
“Hoy el incendio nos está tapando el conjunto del panorama, pero [la COVID crónica] y las secuelas post-COVID son algo que hay que mirar con muchísima atención y dedicarle recursos”, dice Yabkowski.
Hasta que eso se logre, Grace y Colombo dicen que el personal de salud debe esforzarse por creer en sus pacientes y tomarse el tiempo para documentar en detalle los problemas físicos y mentales y no subestimarlos como consecuencias del estrés.
Por su parte, Cerdan pide que se informe de manera oficial a la población sobre las secuelas de la COVID. Aunque ella encontró el apoyo que necesitaba a través de las redes sociales, desearía que le hubiesen advertido antes que algunas personas experimentan síntomas de ansiedad, depresión y otros problemas por varios meses antes de recuperarse de la enfermedad.
El solo hecho de saber que no estaba sola, cuenta, hubiera significado una gran diferencia.
“No era la única ‘loca’”, dice. “No hubiese caído tan profundo”.
Lucila Pellettieri es reportera de Global Press Journal, radicada en Buenos Aires, Argentina.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.