HUISUCHI, MÉXICO — Corre como si el viento lo llevara, como si su cuerpo no pesara. Su playera verde ondea; los pies, enfundados en unas chanclas hechas con llantas recicladas, apenas tocan el suelo. Se parece a un ciervo: alerta, rápido y cauteloso.
Silvino Cubesare Quimare pasa gran parte de su vida en movimiento, como todo el pueblo rarámuri: en su lengua, rarámuri significa “corredores a pie”. La comunidad indígena se encuentra entre los cañones de la Sierra Tarahumara, un macizo montañoso del estado de Chihuahua, México, que colinda con Estados Unidos. Correr es el juego de los niños; es su forma de subsistencia.
Las personas rarámuris están en movimiento constante, siembran maíz y pastorean chivos. A Cubesare, y a cerca de una docena de hombres y mujeres, correr les proporciona un ingreso, y un pasaporte hacia el mundo. Compiten principalmente en ultramaratones en Costa Rica, EE. UU., Inglaterra, Japón, Francia, Austria y Brasil, y ganan con tanta frecuencia que, en los círculos del atletismo, el nombre rarámuri implica cierta distinción.
Cubesare corría más de 12 carreras al año, la más larga fue de 154 kilómetros por toda España. Sus ganancias le permitían comprar ropa, zapatos, medicinas y comida para sus cinco hijos. Hasta que el 2020 llevó dos plagas a los cañones. Primero, un virus eclipsó al mundo. Luego, una intensa sequía abrasó tres cuartas partes de Chihuahua. “Con la sequía y la suspensión de carreras, nos dejaron sin qué comer”, dice Cubesare, un hombre de 43 años con piernas tan fuertes como las raíces de un árbol.
Fue demasiado incluso para las personas rarámuris, quienes son reconocidas por su resistencia. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), la comunidad es el pueblo indígena más grande de Chihuahua, compuesto por entre 57 000 y 85 000 personas. Cubesare vive en un poblado de casi 30 familias en Barrancas del Cobre, un sistema de cañones más profundos que el Gran Cañón de EE. UU. Cielo brillante, olor a pino, casas de adobe dispersas. El pueblo más cercano se encuentra a cuatro horas en trocas 4 x 4.
Pocas personas rarámuris tienen vehículos; tan solo para visitar a familiares, tienen que recorrer caminos escarpados. Desde los 5 años, niños y niñas pastorean chivos; de grandes, la mayoría siembra como lo hacían sus antepasados, limpian el terreno y cosechan a mano. Personas investigadoras que hicieron seguimiento a un grupo de rarámuris descubrieron que recorren unos 15 kilómetros al día, según un estudio de Current Anthropology, revista publicada por la editorial de la Universidad de Chicago.
Hasta el juego es cuestión de resistencia. Al igual que muchos niños, Cubesare creció corriendo carreras llamadas rarajípare, o carreras de bola, en las que los equipos lanzaban una pelota de madera del tamaño de una bola de beisbol en un terreno rocoso. La versión para niñas se llama ariweta, que consiste en lanzar un aro hecho de hierbas, a menudo con yuca y telas de colores.
Es una vida tan difícil que miles de rarámuris ya no viven en las barrancas, dice Horacio Echavarría, director del Centro de Estudios Multidisciplinarios en Investigación Intercultural, un organismo independiente localizado en Chihuahua, capital del estado.
José Cruz Cleto Mancinas creció en la comunidad de la barranca de Urique. Recuerda que tuvo una infancia en la que mendigaba por comida junto a sus seis hermanos. “Buscábamos raíces o algo para comer, o a veces no comíamos nada, solo agua”, dice el hombre de 60 años. Luego, se mudó a la ciudad de Chihuahua.
La Sierra Tarahumara se ha visto abrasada desde 2011, lo que ha ocasionado cosechas menos abundantes y malnutrición crónica entre las comunidades indígenas. El año pasado, la Comisión Nacional del Agua declaró un desastre natural en el estado de Chihuahua. Como agricultor y ultramaratonista, Cubesare cuenta que no cosechó ni la mitad de maíz, frijol y calabaza en comparación con otros años.
Margarita Franco es una rarámuri de 53 años que vive en Batopilas, otra comunidad de las barrancas. El caudal del río Batopilas disminuyó. “Algunos de nosotros empezamos a sembrar tarde y la lluvia no nos alcanzó. Cosechamos muy poco maíz y nada de frijoles. Comíamos nopalitos que crecían en el monte”, dice.
En otras temporadas, Cubesare podía encontrar un poco de alivio al correr, pero el coronavirus acabó incluso con las carreras de la comunidad. Según el estudio de Current Anthropology, del que Cubesare es coautor, estas son más que solo eventos sociales. “Correr tiene un significado espiritual, es una forma de rezar, un símbolo del viaje de la vida”.
Además, las carreras profesionales son un medio de subsistencia. Todos los años, los y las rarámuris que participan en una carrera en la ciudad de Guachochi, reciben un cupón de despensa por 1,250 pesos (alrededor de $62). El dinero equivale a una semana de labores en los huertos de manzanas donde algunas personas rarámuris trabajan como jornaleras. La carrera de Guachochi de 2020 se canceló, mientras que en los huertos se redujo la contratación.
Para Cubesare, las carreras representan su mayor fuente de ingresos; ganaba hasta 50 000 pesos ($2,500) por temporada. Confinados en las barrancas, sus compañeros corredores también se quedaron sin dinero. “La mayoría no tiene un salario”, señala Juan Francisco Lara, presidente de la Asociación de Juegos y Deportes Autóctonos del Estado Chihuahua. “No tienen ningún apoyo de donde puedan ganar más que lo que ganan en las carreras”.
Cubesare vive con su pareja y su hijo de 11 años. Antes de la pandemia, estaba construyendo una casa de ladrillo y cemento para su familia, pero se le acabó el dinero; la casa no está pintada ni tiene piso. Ese es el menor de sus problemas. También ayuda a su exesposa y a sus cuatro hijos, que viven en Guachochi. Ella era cocinera en una escuela, hasta que cerró por la pandemia. Dejaron de comprar azúcar, café, huevos, salchichas, queso y galletas, y comían nopales.
Para los hijos de Cubesare en Guachochi también fue muy complicado pagar el celular y el servicio de internet que necesitaban para tomar clases en línea. En una ocasión, le pidió de favor a una maestra que visitó el poblado que les llevara el poco dinero que había ahorrado. Como había restricciones de viaje, él no podía ir, no podía verlos ni abrazarlos. Fue muy difícil.
Con el tiempo, las restricciones de viaje se relajaron, pero las dificultades de la comunidad rarámuri no disminuyeron. Cubesare se las arregló trabajando en los huertos de manzanas. En julio llegó la esperanza: la carrera de Guachochi regresó. Cubesare recorrió riscos y bosques densos, con el viento sobre el rostro. Quedó en segundo lugar en su grupo de edad.
Lilette A. Contreras es reportera de Global Press Journal, y se encuentra en Cuauhtémoc, México.
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN
Aída Carrazco, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.