Argentina

La inseguridad alimentaria aumenta en Argentina, provocando protestas e impulsando un proyecto de ley de emergencia alimentaria

Mientras que la inflación en Argentina sigue aumentando sin control, cada vez es más la gente con hambre que acude a los bancos de alimentos a buscar ayuda. Los legisladores están considerando un proyecto de ley de emergencia alimentaria que les brindaría apoyo a los comedores comunitarios.

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Food Insecurity Rising in Argentina, Sparking Protest and Food-Emergency Bill

Lucila Pellettieri, GPJ Argentina

Renata Levy, al frente, organiza los alimentos del Banco de Alimentos, donde es voluntaria, en la provincia de Buenos Aires. "Si no fuera por el Banco, toda esta comida se tiraría y nadie la comería", dice.

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BUENOS AIRES, ARGENTINA — Se acerca la hora del almuerzo y el aroma del caldo de pollo se siente frente a la sede del Congreso Nacional.

Aquí, a pocos pasos de algunas de las personas más poderosas de Argentina, Paola Sarabia levanta la tapa de una de las dos ollas que puso sobre la acera. Una fila de personas hambrientas se forma detrás de ella. Sarabia es una de las cocineras de un comedor comunitario organizado por Barrios de Pie, una organización cuyos comedores ya no dan abasto para alimentar a todas las personas hambrientas en la ciudad.

“Trajimos el comedor a la calle para mostrar la situación que estamos viviendo”, dice Sarabia.

Hace un año, dice ella, unos 40 niños iban regularmente al comedor comunitario en el que trabaja en La Matanza, un partido de la provincia de Buenos Aires. Ahora asisten más de 200 niños.

La protesta de Sarabia (que consistió en hacer una olla popular de tal manera que forzara a los legisladores a ver a la gente necesitada que hacía fila frente a la fachada del Congreso) tenía como fin pedirles a los legisladores que aprobaran un proyecto de ley de emergencia alimentaria. El proyecto, que fue presentado en junio, aumentaría en 10.000 millones de pesos argentinos (unos 568 millones de dólares), durante los próximos dos años, el presupuesto de un fondo que apoya a los comedores comunitarios y se encarga de lidiar con las políticas públicas alimentarias.

La inseguridad alimentaria no es nada nuevo en Argentina. En 2002, el país declaró una emergencia alimentaria que ha sido prorrogada sucesivamente desde entonces. Pero la gente no está hambrienta porque no haya suficiente comida. El problema es que el país hace un manejo muy ineficiente de los alimentos que tiene. En promedio, la nación desperdicia un kilo (2,2 libras) de comida por persona cada día, según dice Mercedes Nimo, la subsecretaria de alimentos y bebidas del Ministerio de Agroindustria.

Frecuentemente los argentinos no pueden conseguir la comida que necesitan, dice Francisco Yofre, oficial a cargo de la representación en Argentina de la FAO (Food and Agriculture Organization, u Organización para la Alimentación y la Agricultura) de las Naciones Unidas.

“Muchas veces se cree que se debe a una falta de producción de alimentos, pero anualmente se pierden un tercio de los alimentos que se producen”, dice Yofre, refiriéndose a datos globales.

El 6 por ciento de esa pérdida de alimentos ocurre en América Latina y el Caribe, según datos de la FAO.

Los indicadores muestran que Argentina tiene mejores resultados en la disminución del desperdicio de alimentos que otros países. El país desperdicia más de 16 millones de toneladas de alimentos cada año, o el 12,5 por ciento de toda la producción nacional, según el Ministerio de Agroindustria.

Es más, la situación alimentaria está mejorando, según un informe de la FAO que fue publicado en septiembre. El informe también muestra que la prevalencia de la malnutrición en Argentina, así como en buena parte de Suramérica, ha disminuido en la última década.

Según algunos indicadores, Argentina incluso tiene comida en exceso. Cada año, los hogares de la ciudad de Buenos Aires tiran un promedio de 8,4 kilos (17,5 libras) de comida, o 2,9 kilos (6,4 libras) por residente. En 2016, esto representó unas 9,5 toneladas de comida desperdiciada.

Pero el país sigue viviendo en un estado de crisis económica crónica. La tasa de inflación constantemente aparece entre las más altas del mundo; la tasa llegó al 40 por ciento en 2016. Mientras que restaurantes, supermercados e incluso algunos hogares tienen más comida de la que pueden usar y terminan tirando una parte a la basura, las personas que trabajan con las personas más vulnerables de Argentina dicen que hay un creciente sentimiento de desesperación.

“Nuestro sueldo es de 4000 pesos (227 dólares) por mes y no nos alcanza para comer”, dice Sarabia, la mujer que estaba sirviendo guiso frente al edificio del Congreso, hablando de su ingreso familiar.

Sarabia dice que come regularmente en comedores comunitarios con sus hijos.

En 2015, 12,3 por ciento de los hogares del país tuvieron que involuntariamente reducir las porciones de comida que consumían, según un informe de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Entre mayo de 2016 y mayo de este año, el precio de la comida en el área de Buenos Aires aumentó en un 27 por ciento, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.

“Hoy la gente ha vuelto a revolver la basura en búsqueda de comida”, dice Federico Augusto Masso, miembro de la cámara baja del Congreso Nacional y uno de los promotores del proyecto de ley de emergencia alimentaria.

Se han hecho esfuerzos para que una mayor cantidad de ese alimento que es desperdiciado llegue a las personas que lo necesitan.

El Banco de Alimentos, fundado en 2001, recibe alimentos de compañías que descartarían la comida si ellos no estuvieran ahí. Banco de Alimentos luego organiza el alimento y sentrega las donaciones a las más de 800 organizaciones comunitarias con las que trabaja. Cada semana, más organizaciones se unen a la red, según sus trabajadores.

“Recibimos donaciones de alimentos que no se van a comercializar porque tienen una fecha de vencimiento próxima, algún error en el packaging o pertenecen a una promoción que se discontinuó, entre otras razones, pero están perfectamente aptos para el consumo”, dice Virginia Ronco, responsable de la comunicación institucional del Banco de Alimentos.

Las organizaciones que reciben los alimentos contribuyen con 5 pesos (unos 28 centavos de dólar) por kilo, según dice Ronco.

“Muchos pueden comer con el desperdicio que se genera tanto en el país como en el mundo”, dice Ronco. “No solamente pueden comer personas, ahorrás en recursos y no generás residuos orgánicos, es súper necesario recuperar estos alimentos”.

No sólo los comedores comunitarios dependen del Banco de Alimentos. La Fundación Peumayén, un centro de día y residencia para personas con discapacidades mentales, ha estado recibiendo alimentos del Banco por siete años.

“El aporte del banco es muy significativo, nos traen cosas de muy buena calidad. Nosotros realizamos la alimentación de todos los pacientes todos los días”.

“Si realmente tuviéramos que solventar los gastos de comida con el ingreso institucional se complicaría”, dice María Cecilia Fontenla, la directora de la fundación.

En 2015, el Ministerio de Agroindustria creó un programa enfocado en reducir los desperdicios alimentarios que lleva a cabo entrenamientos para residentes, gobiernos locales y productores de alimentos en los que aprenden cómo reducir el desperdicio.

El país cuenta con la comida que necesita, dice Nimo. Pero falta que la gente pueda obtenerla.

“No es lineal ni directo. Pero si hacés las cadenas de valor más eficientes, podés producir más, por lo que los precios deberían bajar”, dice. “Si a esto le sumás la concientización de la gente para que done más, conseguís un mayor acceso a los alimentos”.

 

Pablo Medina Uribe, GPJ, adaptó este artículo de su versión en inglés.